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—¿Tiene miedo de la muerte?
— “No le tengo miedo a morir: entregaría mi alma, cuerpo y espíritu a Dios. Y que todo terminara”.
—¿Cómo ha cambiado su relación con Dios desde que usted está postrado en una cama?
— “Con Dios no ha cambiado nada, siempre he tenido a Dios por delante. Creo que todo se mueve por la voluntad de Dios. Estoy en paz con Dios, en paz conmigo mismo”.
—Los creyentes hablamos de la voluntad de Dios, ¿no tiene usted un conflicto interno al solicitar la eutanasia?
— “No, señor, porque tengo claro que todo se mueve a la voluntad de Dios. Si una hoja cae: cae a voluntad de Dios. Si se aprobó la eutanasia, también fue la voluntad de Dios: no es que el hombre quiera”.
Fragmentos de la entrevista en Blu Radio a Víctor Escobar, paciente con dos accidentes cerebrovasculares, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y cuatro cirugías en la columna vertebral. Desde 2007 está condenado a permanecer en una cama, su esposa lo asiste en todo. Solicitó una eutanasia, la cual no fue tramitada por el médico de su EPS. Su enfermedad no es terminal.
La Corte Constitucional amplió las condiciones para acceder a una muerte digna (6-3 votos): una esperanza para personas como Víctor. Por segunda vez desde que existe el Alto Tribunal, sus nueve integrantes se tomaron una foto juntos para presentar públicamente una decisión (no sucedía desde la caída del referendo reeleccionista de Álvaro Uribe): señal de unidad, de trascendencia histórica.
La Conferencia Episcopal protestó: “La práctica de la eutanasia constituye una seria ofensa a la dignidad de la persona humana y fomenta la corrosión de valores fundamentales del orden social”. Agregó: “El cuidado mutuo puede hacer declinar la intención de hacer suprimir voluntariamente la propia vida”.
¿Por qué definir la “dignidad” por la vía de la resignación al dolor extremo (físico, psicológico)? ¿Dónde están consignados esos “valores fundamentales” si no es en el sentido de las normas que nos rigen? ¿No será que el “orden social” es determinado por las leyes humanas y no por las divinas (cuyo origen es, de todos modos, humano)?
Afirmar que “el cuidado mutuo puede llevar a declinar la decisión” es un aspecto que contempló la Corte: prima la voluntad del paciente, quien puede retroceder en su intención. ¡Este fallo no obliga a nadie (creyente o no) a optar por la eutanasia!
No soy exégeta ni cederé al cliché de “Jesús caminó hacia su muerte”: el Evangelio de Lucas retrata, en el huerto de Getsemaní, a un hombre atormentado por el miedo a morir.
Algunos cuestionan el ejercicio de funcionarios con creencias religiosas, más en una sociedad como la nuestra, con una Constitución no confesional, de espíritu liberal. ¿Despreciar el derecho a la libertad de cultos? No se trata de señalar a los creyentes del sector público, sino de garantizar que sus creencias no permeen aquellas determinaciones que afectan al resto de ciudadanos, sean estos creyentes o ateos.
Metafóricamente morimos de miedo, de amor, de rabia. Morir del dolor no es una abstracción: morir en vida es la peor de las muertes.
¿Cuántos “crucificados” más quiere la Santa Madre Iglesia?
No somos San Juan de la Cruz ni San Francisco de Asís, solo complejísimos seres humanos sin aspiración de purificar el alma con el dolor