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Candidatos del algoritmo

Los políticos tradicionales siguen pensando en publicidad, pero los nuevos líderes piensan en interacciones. No buscan convencer a todo el mundo, sino dominar el flujo de atención de su tribu.

hace 3 horas
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  • Candidatos del algoritmo

Por Diego Santos - @diegoasantos

La política electoral nos ha mostrado que las elecciones se ganan con plazas llenas, jingles pegajosos y mítines televisivos. Pero los últimos años nos están comenzando a desmontar ese tinglado. Hoy, los estadios se llenan menos y las pantallas se multiplican más. La política ya no se juega en la plaza pública sino el celular, ese que cada quien carga en el bolsillo y que sabe, mejor que uno mismo, qué quiere oír, que lo indigna y qué lo hace compartir.

Y hay una realidad ineludible. El algoritmo —ese nuevo dios— ya no solo nos recomienda series y zapatos: elige presidentes. No lo hace de manera consciente, pero su arquitectura de estímulos y sesgos convierte la política en un espectáculo quirúrgicamente calibrado para la emoción y la rabia.

Ahí está Javier Milei, que entendió antes que nadie el poder de la viralidad libertaria. Su campaña no fue una estructura partidista sino un enjambre digital: videos cortos, frases incendiarias, gatos, motosierra y mucho algoritmo amplificando cada grito antisistema. No necesitó medios tradicionales, que lo despreciaban; le bastó con que las redes identificaran, en tiempo real, a los hartos, los indignados y a los que querían “voltear la mesa”.

Bukele hizo lo mismo, pero desde el poder. Convirtió a El Salvador en un set de streaming político: cárceles de estética hollywoodense, drones, videos épicos y un ejército de tuiteros listos para defenderlo. No gobierna para los salvadoreños que viven la rutina diaria, sino para el público global que lo ve. Su reelección fue, antes que nada, un fenómeno de algoritmo emocional: cada video diseñado para despertar admiración, miedo o aplauso.

Trump, el pionero, entendió la mecánica antes de que muchos supieran que existía. Mientras los asesores de Clinton hablaban de encuestas, Cambridge Analytica ya segmentaba votantes con precisión quirúrgica: mujeres blancas casadas en Michigan que se sentían olvidadas; hombres de mediana edad que creían que el mundo les había dado la espalda. Facebook hizo el resto. El algoritmo los agrupó en burbujas de indignación y, cuando quisieron reaccionar, el muro ya era parte del paisaje.

Los políticos tradicionales siguen pensando en publicidad, pero los nuevos líderes piensan en interacciones. No buscan convencer a todo el mundo, sino dominar el flujo de atención de su tribu. El algoritmo les da ese poder: amplifica el mensaje más extremo, silencia la ponderación, recompensa la indignación. En un entorno donde el clic vale más que el consenso, el discurso radical es el contenido perfecto.

Y Colombia no está exenta. Aquí también se gobierna a punta de tendencias. La estrategia no es ganar debates, sino ganar el “Recomendado”. Mientras los votantes discuten programas, el algoritmo ya decidió quién aparecerá en su pantalla, qué emoción lo moverá y por qué lo hará sentir parte de algo. Por eso hoy puntéan candidatos que entendieron eso. El desafío político del hoy no es derrotar al adversario, sino aprender a entender al algoritmo antes de que él decida por nosotros.

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