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Columnistas | PUBLICADO EL 06 mayo 2023

Desactivar las campanitas...

Vivir en una sociedad hiperconectada es inevitable; pero, si tan solo impidiéramos que estas plataformas captaran nuestra atención por la vía de las notificaciones, daríamos un primer paso muy importante para retomar el control.

Desactivar las campanitas...
Por Alejandro Noguera C. - alejandronoguerac@gmail.com
Infográfico

En días recientes leí la noticia de un reto surgido en la red social Tik Tok, consistente en desafiar a niños y adolescentes a desaparecerse de sus casas durante cuarenta y ocho horas con un sistema progresivo de recompensas: si logran que sus padres publiquen un anuncio de búsqueda con recompensa, más “puntos”; si logran que se haga una mención en medios de comunicación asociada a su desaparición, más “puntos”...

Lo que me pareció aterrador del relato sobre el 48 hours challenge, es su increíble parecido con un reto equivalente que surgió hace más de cinco años en Facebook (la ballena azul), que incitaba a los participantes a avanzar en comportamientos autolesivos que podían incluso terminar con prácticas suicidas, y lo que la recurrencia de estos fenómenos muestra en términos del muy limitado uso que como sociedad damos a nuestro principal talento: la capacidad de aprendizaje.

Interesado sobre estos fenómenos, y sobre el efecto que el consumo de este tipo de contenido produce en el cerebro humano, escuché una presentación de la psiquiatra española Marian Rojas Estapé sobre el tema. El efecto inicial consiste en generar exaltación a través de la secreción recurrente de dopamina. El final es un deterioro progresivo, en niños y adultos, de la corteza prefrontal de nuestro cerebro, responsable del control de impulsos, la atención o la resolución de problemas. La razón de este deterioro es que la exposición desordenada a los estímulos de estos videos cortos y sin intervalos modifica nuestro sistema de recompensas, y con ello, altera de manera definitiva aspectos fundamentales como nuestra concentración, nuestra memoria o nuestra tolerancia a la frustración. Como con tantos otros temas de los que hablamos con recurrencia pero atendemos con lentitud, estamos ante una evidencia más de cómo la falta de conciencia sobre los efectos del consumo de contenido a través de dispositivos está destruyendo nuestra salud mental, y con ella la capacidad creativa, colaborativa y cualquier esperanza legítima de evolución.

Desde nuestra propensión comprobada a desplazar la responsabilidad sobre nuestros problemas, para contener los efectos que estos fenómenos están produciendo recurriremos, con seguridad, a pedir que se regule el uso de estas plataformas, que se firme alguna Ley grandilocuente al respecto, o que los colegios eduquen a los niños en su mejor uso. Todas serían estrategias efectivas si se entendieran como complementarias. Lo cierto es que no tendrán ningún efecto si no atacan la raíz, que es la cesión sin condiciones que hemos hecho a estas plataformas de uno de nuestros activos más importantes y escasos: nuestra atención.

Vivir en una sociedad hiperconectada es inevitable; pero, si tan solo impidiéramos que estas plataformas captaran nuestra atención por la vía de las notificaciones, daríamos un primer paso muy importante para retomar el control. Acciones pequeñas como desactivar las notificaciones de las aplicaciones, u obligarnos a hacer pausas cortas entre cada uno de los videos de una red como Tik Tok nos impone, podría permitirnos un mayor reflexividad, evitando la anulación de nuestras facultades en “retos” ridículos y peligrosos, y con ello haciendo una verdadera diferencia en la construcción de nuestro propio bienestar, y el de toda la sociedad.

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