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La política exterior del gobierno que termina puede enmarcarse entre lo errático y lo insustancial. Muy formal y pretenciosa, la cancillería colombiana transitó este cuatrienio en torno a dos asuntos fundamentales: el acuerdo de paz y la situación del presidente venezolano Nicolás Maduro. Sobre lo primero, despotricaba fronteras para adentro y pretendía ser un defensor en foros internacionales. Respecto a lo segundo, le apostó todo su capital a un caballo rengo.
La dificultad para construir un discurso coherente en el tema internacional, sin duda, disminuyó el papel que ha tenido nuestro país en el ámbito diplomático. Resultó desconcertante la forma en la cual este gobierno tenía que explicar en el exterior cómo un proceso de paz, que recibió apoyos de múltiples rincones del planeta, era bombardeado desde el ejecutivo y desde el partido gobernante con funciones en el legislativo. Afuera el presidente intentó, en varias ocasiones, hacer maromas para recibir aplausos, insistiendo en los beneficios de los programas de reinserción, mientras sus ejecutorias ponían palos en las ruedas. Fueron dicientes, por ejemplo, las palabras del mandatario en las Naciones Unidas, con frases de concordia y reconciliación que chocaban con una realidad local de líderes sociales amenazados y masacrados.
En la otra columna de prioridades estuvo el proceso chavista y la increíble apuesta de la Casa de Nariño por reconocer a Juan Guaidó como un mandatario legítimo. El desastre de la oposición del país vecino arrastró a Bogotá a un mal cálculo. Lo único que amalgama a ese grupo antagonista es su deseo de llegar a Miraflores y en su proceso desordenado —lleno de intereses y personalismos— han sumido a su pueblo en un agujero sin alternativas. Aún con todas estas pruebas, la cancillería colombiana fue insistente en cortar todo canal de diálogo con Caracas y en crear un plan de aislamiento regional que no obtuvo una sola ganancia. El joven Guaidó, ni inteligente ni carismático, pasó rápidamente de ser una alternativa de poder a una triste sombra política.
Es cierto que la pandemia obligó a los gobiernos a replegarse en sus prioridades y a concentrar la mayoría de sus esfuerzos discursivos y económicos en las necesidades nacionales. Sin embargo, la geopolítica continental siguió su curso durante los meses más fuertes del covid y, aún con las alianzas logradas para pasar la página del virus, la cancillería que entrega deja un saldo en rojo preocupante. Carlos Holmes Trujillo, primero, Claudia Blum, después, y, por último, la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez siguieron durante cuatro años una línea que demostró estar equivocada. Los resultados son bastante pobres. Tendremos que esperar a ver de qué forma ahora, con Álvaro Leyva a la cabeza de la cartera, el gobierno de Gustavo Petro buscará recomponer el camino. Parece claro que el eje será la aplicación del acuerdo de paz y sobre este pretenden estructurar vínculos diplomáticos. Eso es en el papel. Pero de allí a la ejecución hay un buen trecho