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Cada vez peor —si es posible edificar infortunio sobre infortunio— con un gobierno que ahondó en los últimos ocho años una crisis social de la que no hay retorno.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Los titulares podrían intercambiarse con aquellos que contaron la historia hace un lustro o hace una década o hace treinta años o hace medio siglo. Porque la narración de la desgracia se repite y los adjetivos que buscan expresar el desaliento se quedaron cortos hace mucho tiempo y las excusas, arengas revolucionarias, perdieron toda su validez. La corrupción de los liderazgos del partido único, las fotografías desteñidas de hombres en uniforme con el puño rebelde levantado al cielo, los viejos acostumbrados a la desdicha, los radios de otra época con los discursos de otra época con la música de otra época con la vida del pasado. Los carros de mitad del siglo XX que mueren bajo el sol, pero se esfuerzan, con remiendos de ocasión, para cumplir otro día en las calles. No hay agua. La noche que llega y la luz eléctrica que nunca está. Un apagón de nuevo. La falta de comida. El hambre. La pobreza.
Cuba y los cubanos dicen (otra vez) que ya no soportan más. Pero han aguantado por seis décadas. Casi siete. Primero a Fidel, padre de todas sus rebeliones, joven que prometió tornar su lucha en libertad y que vivió sus últimos días en la riqueza del tirano, y luego a su hermano Raúl, caricatura sin el carisma del mayor, que reconoció el agotamiento del modelo pero profundizó la influencia militar en la economía y en las carencias de un sistema roto, y por último al de ahora, el que está desde el 2019, Miguel Díaz-Canel, que se lanza en el abismo del fracaso al insistir en la continuidad de la farsa y da pequeños caramelos legales (cambios de constitución inocuos) que son insuficientes para que su pueblo viva bien. Cada vez peor -si es posible edificar infortunio sobre infortunio- con un gobierno que ahondó en los últimos ocho años una crisis social de la que no hay retorno. Los tres, sin vergüenza, insistieron en la idea de la resistencia como aglutinador nacional, la venta del falso estoicismo caribeño, y denunciaron (denuncian) que la culpa de todo la tiene el imperio, mientras son incapaces de reconocer su fracaso y el de su modelo opresivo y violento.
En estas semanas en las que el mundo está concentrado -con razón- en la desgracia humanitaria de medio oriente y las amenazas rusas en Europa y los discursos dementes en la herida ONU, Cuba se hunde en los apagones interminables y en la escasez de agua y de alimentos y de medicinas como ya ocurrió en el 94 y en el 2021 y en el 2022 y en el 2024.
Pero si no se habla de ello, no ocurre. Es el lenguaje el que crea la realidad. Entonces el gobierno acalla las voces. Intimida. Reprime. Detiene a los jóvenes y les advierte. Aquí no ha pasado nada. Nunca pasa nada. La isla se hunde en la pavorosa normalidad de la desgracia.