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Columnistas | PUBLICADO EL 24 diciembre 2022

Cuentos para transformarse en Navidad

Hoy que es Nochebuena bien valdría invocar la fuerza de la imaginación y la fuerza de la ficción para cambiarnos y transformas nuestra realidad.

Por Adriana Correa Velásquez -
adrianacorreav@atajosmentales.com

Ebenezer Scrooge nació el 19 de diciembre de 1843. Era un invierno crudo de Inglaterra cuando Charles Dickens sacó este personaje de su imaginación y lo hizo protagonista de su relato más célebre, Un cuento de Navidad. Scrooge era gruñón, avaro y odiaba la Navidad.

Dickens quería escribir un furioso panfleto denunciado las terribles condiciones de los presos, de los niños que trabajaban en las minas y la brutal vida de los pequeños en los orfanatos. También él estaba frustrado por su propia infancia en la que tuvo que trabajar mientras su padre estaba preso. También él pasaba por un duro momento de precariedad económica a sus 27 años. Pero en vez del panfleto, pensó que una tierna historia navideña calaría más.

Así que a Scrooge, su personaje, lo puso a viajar al pasado, presente y futuro, de la mano de tres fantasmas. Hizo que se viera a sí mismo en la infancia, el hogar, el primer amor, cuando era optimista y tenía conexiones. Lo hizo pararse al frente de su presente mezquino y asistir a su aterrador funeral en el que, en vez de lamento, su muerte era un alivio para todos. Al regresar al presente, Scrooge lo cambió todo. Transformó su egoísmo en altruismo y modificó la realidad.

Así mismo dice la ciencia que lo podemos hacer nosotros. Que con el pensamiento podemos transformar nuestra realidad. Con cada idea que procesamos, emoción y situación, estamos actuando como ingenieros. La combinación del pensamiento con un intenso estado emocional —como la alegría, la gratitud, el miedo o la ira— inundan nuestro cuerpo de mensajes químicos. Con cada pensamiento diseñamos notas que le estamos enviando a nuestras células, en ellas los genes, que activarán o desactivarán sus patrones de expresión, es decir, se prenderán o apagarán para enviar instrucciones al organismo. La demostración más simple de que influimos en nuestros genes mediante nuestros pensamientos es el “efecto placebo”, en el que una sustancia inerte o una creencia puede comportarse como una droga real. Cuando se nos da un analgésico placebo, la confianza en el poder de esta píldora nos hace generar moléculas endógenas reales que bloquean el dolor. Quien mejor ha divulgado los detalles de este efecto y cómo un pensamiento acaba en un hecho biológico es Joe Dispenza, bioquímico, profesor y escritor de libros como El placebo eres tú.

La imaginación es nuestra droga más potente. Entrenarnos para imaginar situaciones positivas que parezcan reales o entrar en estados que nos desconecten de la información del mundo exterior, del tiempo y el espacio, tal como se logra con la meditación, puede transformar nuestra realidad biológica y, en consecuencia, la realidad externa. Nuestro cerebro y cuerpo no saben distinguir una experiencia real de una imaginada. Por eso cuando Scrooge vivió una experiencia aterradora de la mano de un fantasma en el futuro, fueron esa imagen tan potente y esa emoción tan fuerte, las que lo devolvieron a la vida, para replanteárselo todo.

Hoy que es Nochebuena bien valdría invocar la fuerza de la imaginación y la fuerza de la ficción para cambiarnos. .

Adriana Correa Velásquez

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