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Entre todos estos errores, ¿sabremos finalmente perdonar y cerrar el tema de la guerra política en Colombia?
Por Carlos Enrique Cavelier - opinion@elcolombiano.com.co
¿Cuál paz, dirán algunos? ¿La que firmó Santos para que le dieran el Nobel? ¿O la de las disidencias narcotraficantes? Para los que usan el odio como herramienta política, no hay paz que valga.
Ya hace unos días que se leyeron las condenas contra el Secretariado de las Farc. Nada de lo publicado debería haber sido ser sorpresa, pues la JEP se diseñó no como un tribunal de guerra (versus el tribunal militar de Nuremberg, altamente punitivo), sino como uno de justicia transicional para poder llegar a la paz con las Farc.
Pero muchos quedamos dolidos, incluidos los que apoyamos el proceso de paz de La Habana. Las condenas son irrisorias como se ha dicho por todas partes; y aunque se supiera que no irían a la cárcel, la JEP incumplió uno de los principios del acuerdo de paz que era que las penas incluyeran la restricción efectiva de la libertad; así fuera dentro de una vereda donde se llevaran a cabo los trabajos de reparación a las víctimas.
Los horrendos crímenes cometidos u ordenados por el Secretariado merecían, en honor y al dolor de las víctimas, penas mucho mayores. Estas no tardaron en hacerse oír y mencionaron apelar la sentencia; sin duda deben hacerlo. Este fallo le podría dar algo de razón a Álvaro Uribe sobre la JEP, pero las presiones por todos lados a las que este tribunal ha estado sometido son enormes. Y por ello es una herida en el corazón de la paz como fue concebida. Lo más grave es que desdibuja el primer y hasta ahora único proceso de paz en el mundo en que los firmantes han aceptado declarar sus crímenes de guerra y aceptar la sentencia.
Pero no será la única sentencia, puede que vengan más duras. Además, se dio la condena por los falsos positivos y se esclarecieron decenas de casos incluidos secuestros que de otra manera hubieran quedado en la impunidad.
Se argumenta que nadie iba a entregar un ejército de 7.000 combatientes con un historial de 50 años de guerra armada propiciada al inicio por la URSS y luego por el narcotráfico, para acabar en la cárcel; sí, las Farc ya no tenían los 18.000 efectivos como en el 2002. Pero habiendo sido dados de baja Reyes, Jojoy y finalmente Cano —además con 33.000 paramilitares y 19.000 guerrilleros entregados voluntariamente entre 2006-2010 —, el panorama del 2015 era muy diferente.
Por otra parte, también aparecieron la semana pasada feroces titulares de opinión de la oposición reviviendo el odio a Santos y el repudio que la población siente contra las Farc. Es el otra vez ‘había que hacer que la gente votara emberracada’. Como lo dijo Juan Carlos Botero en una magnífica columna, ese odio encarnó en Petro, y miren donde vamos: en “la guerra a muerte” de Petro con la bandera de Bolívar...
El odio sobrepone al amor, pues pone el cerebro en alerta; y es además muy útil políticamente en el corto plazo, pues mueve a las masas según necesidades. Por eso lo del voto emberracado.
La epístola del amor de san Pablo a los Corintios solo nos sigue y nos cuestiona si podremos ser algo sin amor, muy diferente a como ‘se pega el odio’. Entre todos estos errores, ¿sabremos finalmente perdonar y cerrar el tema de la guerra política en Colombia?