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Columnistas | PUBLICADO EL 22 agosto 2021

Bienvenidos al Emirato Islámico

Por Adrian Mac Liman

www.adrianmacliman.blogspot.com

Suiza, mayo de 1983. Los señores de la guerra afganos vinieron a Ginebra para negociar con los emisarios del Kremlin la retirada de las tropas rusas inmovilizadas en el avispero afgano.

Los rusos se irán muy pronto, vaticinaban los jefes de tribu pashtuns. “¿Qué pasará después?”, les preguntamos. “¿Después?”. Un extraño silencio se apoderó del grupo. La respuesta nos la dio un joven barbudo, que había pasado completamente inadvertido: “Será el reino del Islam, del Islam verdadero, del Islam puro...”.

El joven barbudo se llamaba Osama Bin Laden; acababa de cumplir 25 años. Unos años más tarde, en 1996, los talibanes —formados en los centros de adiestramiento y adoctrinamiento financiados por el emir Bin Laden— fundaron el Emirato Islámico de Afganistán.

A comienzos de 2002, el fugitivo Bin Laden, perseguido por las tropas estadounidenses que ocuparon Afganistán, advirtió a los occidentales: “Volveremos dentro de 10 o 15 años”. Pero hubo que esperar hasta el 15 de agosto de 2021 para que su promesa se materializara.

Durante años, los talibanes y las fuerzas de ocupación occidentales jugaron al escondite. Los servicios de inteligencia militar de Washington y de la Otan seguían muy de cerca los desplazamientos de los grupúsculos talibanes, y estaban al tanto de sus contactos con los jefes de tribu afganos y los responsables de la seguridad de Kabul. La pantomima duró hasta la firma del acuerdo de Doha, que contemplaba la retirada de las tropas estadounidenses del país asiático. Joe Biden fue el mero ejecutor de la rendición del Imperio.

El 15 de agosto, los talibanes volvieron a adueñarse de Kabul, proclamando el Emirato Islámico de Afganistán. La suerte está echada.

¿Y ahora qué? Después del sonado fiasco diplomático y verbal del inquilino de la Casa Blanca, incapaz de justificar la entrega exprés de Afganistán, a Biden le incumbe recuperar la confianza de sus aliados y restablecer el desvanecido prestigio internacional de los Estados Unidos. ¿Misión imposible?

Hay que hablar con los talibanes; han ganado la guerra, afirma por su parte el socialista catalán Josep Borrell, que ostenta el cargo de jefe de la diplomacia europea. Olvida que una de las reglas de oro de la Unión Europea es no tratar con terroristas y con regímenes totalitarios. Pero Borrell es, qué duda cabe, el triste reflejo de un continente a la deriva.

China tratará de reforzar su cooperación con Kabul y abrir una vía terrestre hacia el Golfo Pérsico. A la ruta de la seda podría sumarse una ruta del petróleo. Todo es cuestión de tiempo. Y, para los chinos, el tiempo no constituye un obstáculo.

Turquía procurará afianzar su presencia en los países musulmanes de Asia, tratando de servir de puente entre estos y la Europa comunitaria. Además, el régimen de Erdogan podría filtrar a los refugiados afganos, al igual que hizo con los sirios desplazados durante la guerra civil.

Por su parte, los medios de comunicación oficiales de Teherán hacen hincapié en la diversidad étnico-religiosa de Afganistán y sugieren a los talibanes implementar su forma de gobierno de conformidad con la voluntad del pueblo. Al régimen de los ayatolas le gustaría convertirse en un ejemplo de convivencia para los afganos. Su tibieza en materia de aplicación de la ley islámica a las minorías étnicas podría servir de ejemplo. Pero hay que darle tiempo al tiempo...

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