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Columnistas | PUBLICADO EL 18 junio 2020

Bibliomancia

Por Diego Aristizábaldesdeelcuarto@gmail.com

Ya lo he contado, cada que inicia el año, barajo los libros de mi biblioteca y hago bibliomancia. Casi siempre pienso en dos o tres cosas y les dejo mi destino a las páginas de los libros, que en su silenciosa sabiduría me ayudan a comprender el año. Una amiga, que sabe de este ritual, me pidió que ante los tiempos raros que vivimos, abriéramos los libros.

Así que ante sus inquietudes, ante la incógnita encantadora del destino, encendí una velita, cerré mis ojos y delimité mi búsqueda en los libros que cubren mi espalda mientras escribo esta columna. Lo primero que ella quiso saber era qué pasaría con esta pandemia, ¿se extendería?, ¿tendríamos más? Dejé que mis dedos siguieran mis corazonadas y recorrí lentamente los desiguales lomos. Así fue como me topé con uno que estaba más salido de lo normal. Lo abrí deseando leer la última parte y me dejó sin palabras: “Los hombres van y vienen, pero la Tierra permanece”, dice George R. Stewart en uno de los libros de ciencia ficción que más he mirado en estos días.

Luego indagamos por la codicia, la política y el narcotráfico, tres de los males que corroen nuestra sociedad. Confieso que me decepcioné ante el libro blanco que encontraron mis dedos, “Auto de fe”, de Elías Canetti, uno de mis preferidos pero que no sabía muy bien cómo respondería a lo indicado. Sin embargo, cuando lo abrí entendí todo: “La idea de dormirse asustaba realmente a Fischerle. Era un hombre de costumbres. Dormido, era capaz de robarle a Kien todo el dinero. Cuando sueña, no tiene idea de lo que hace. Un hombre sueña con las cosas que le importan. Fischerle gozaba revolviendo cerros de billetes”. A veces las palabras de los libros, aquellas que pertenecen a cierta historia, también son el indicio de la comprensión de otros universos.

Dejamos para el final lo que más le importaba a mi amiga, el feminicidio y el racismo. Cerré los ojos pensando en los asesinatos recientes y un libro rojo salió con esto: “En el caso de las niñas negras, esperar que sonrían también está impregnado de racismo y de la exigencia histórica de que los negros tranquilicen a los blancos al demostrarles que en el fondo no están descontentos con las circunstancias de desigualdad. A pocas personas les preocupa pensar que, en realidad, educar a las niñas para que ‘sean lindas’ e incluso reprenderlas so pretexto de que ‘se ven más bonitas cuando sonríen’ es una forma de perpetuar el estatus”, dice Soraya Chemaly en un libro potente que se llama “Rabia somos todas”. Una vez más los libros daban indicios para comprender, no para consolar.

Diego Aristizábal

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