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Belisario Betancur

Amó su tierra y hacía constantes remembranzas de sus ancestros y de sus montañas. Su Declaración de amor del modo de ser antioqueño es una preciosa página de antología.

Este sábado se cumplen cien años del nacimiento de Belisario Betancur, el último intelectual y humanista que ha ocupado la Jefatura del Estado colombiano. Infatigable trabajador de la reconciliación nacional. Abogado, escritor, periodista, poeta. Estadista. Charlista que parecía sacado de alguna de las grandes tertulias madrileñas animadas por la enriquecedora conversación de los escritores españoles de la generación del 98 o del 27. Manejaba el idioma como los clásicos del Siglo de Oro cervantino. Mantenía a flor de labios la historia o la anécdota precisa para el momento adecuado de la conversación. La frase exacta para enriquecer el tema que se trataba.

En España, cuando le dieron el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia, en 1984, lo acompañamos a Oviedo al acto de recepción. Terminado su discurso el público asistente al teatro se puso de pie para ovacionarlo por el contenido de lo que, según él, debía ser una paz continental, la misma que impulsó desde el Grupo de Contadora.

En el año 2013 lo acompañamos a Santa Fe de Antioquia a abrir el prólogo de las celebraciones del segundo centenario de la independencia de la región paisa de España. Viajamos en helicóptero y antes de aterrizar en la Ciudad Madre, pidió sobrevolar lo que comenzaba a ser la represa de Hidroituango, obra de la que se sentía orgulloso como antioqueño. Tiempo después en una conversación telefónica para agradecernos el envío de nuestro libro sobre la influencia cervantina en América y Colombia, nos preguntaba si la construcción de la represa iría a llegar a su feliz término. No le tocó ver la burda interpretación del melodrama con tan deplorables actores.

Amó su tierra y hacía constantes remembranzas de sus ancestros y de sus montañas. Su Declaración de amor del modo de ser antioqueño es una preciosa página de antología. En una de sus venidas a la región paisa lo acompañamos de regreso al aeropuerto de Rionegro. Surcando la montaña evocaba pasajes y paisajes de juventud. Evocaba a Efe Gómez, Carrasquilla, De Greiff, Barba Jacob, Manuel Mejía. Recordaba trovas de Ñito Restrepo. Relataba anécdotas este paisa de hablar pausado, con acento arzobispal, el mismo que con guasa le hizo exclamar a García Márquez que de haber cristalizado su vocación sacerdotal, no había duda de que habríamos tenido en Betancur al primer Papa colombiano.

Belisario Betancur en su gobierno tuvo que soportar el fracaso de sus gestiones de paz con la guerrilla – por los enemigos internos empotrados en su gobierno que la sabotearon –, la toma cruel y cruenta del Palacio de Justicia por el M-19, el desastre natural que sepultó a Armero. Y antes, lamentar el asesinato de su ministro de Justicia por los carteles de la droga. Duras experiencias que son penitencias en el ejercicio del poder.

Honró la jefatura del Estado. Su amor por Colombia fue inmenso. Y como bien lo resumió el ministro Alejandro Gaviria cuando falleció el expresidente, “representó mejor que nadie la ética de la renuncia y la estética del silencio”. Además, gran mérito, supo eludir las vanidades que en Colombia han contaminado a no pocos expresidentes

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