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Columnistas | PUBLICADO EL 20 agosto 2021

Ardila Lülle: una vida esforzada y exitosa

Por Eduardo Durán Gómezredaccion@elcolombiano.com.co

La historia de un hombre de clase media que salió de Bucaramanga para irse a estudiar en la Universidad Nacional en Medellín, y después iniciar allí su vida laboral en una pequeña fábrica de gaseosas, que entonces se llamaba Lux, adonde llega a inventar nuevos productos y explorar nuevos mercados —luego da el salto y se atreve a comprar la mayoría accionaria de su principal competidor, Postobón—; es, sin duda, una de las grandes historias de liderazgo de este país el periplo vital de quien fuera consagrado como el “Empresario del siglo XX” en Colombia.

Al ocurrir la muerte de Carlos Ardila Lülle, el país entero ha destacado la vida de este santandereano, hijo de don Carlos Julio Ardila Durán y doña Emma Isabel Lülle Llach, que se convirtió en el ejemplo de talento y de emprendimiento más importante del país, a través de una carrera llena de esfuerzo, y sin pausa, que lo llevó también a emprender desarrollos en otros campos industriales y comerciales, de los cuales todos los colombianos tenemos conocimiento.

Junto a esa capacidad de trabajo, sobresalía su temperamento, pausado, sonriente siempre, y acompañado de una bondad que se reflejaba en su sentido social, que lo motivaba para emprender campañas en sectores como la salud, el deporte y la educación.

Tuve la oportunidad de observarlo en una junta directiva de la clínica Ardila Lülle, de Bucaramanga, donde al final de la agenda dijo que quería hablar con las enfermeras, que fueron llegando hasta la sala de reuniones. Allí les preguntó cuál era su principal preocupación, y ellas contestaron que soñaban con construir una guardería para sus pequeños hijos en la enorme terraza de la edificación, pues sería la forma de tenerlos cerca y bien atendidos, mientras ellas podían dedicarse con tranquilidad a la atención de los enfermos. Ardila, después de oír con atención la súplica, preguntó por el estimativo de los costos para ese montaje, y de inmediato aprobó su contribución. Las enfermeras lloraban de la emoción. La que estaba más al fondo le pidió permiso para darle un beso, que resumió la emoción del momento, pero también el significado de lo que representaba la condición humana de ese industrial superpoderoso, que también supo llorar y hacer suyo el sentimiento ajeno.

Se ha ido definitivamente, pero queda toda la huella de lo que significó su trabajo, y también de lo que representó su sentido social y su amor por Santander y por Colombia. Aspiró a pasar sus últimos días en Bucaramanga; no fue posible, pero esa ciudad fue la que siempre conmovió su sentimiento

(Colprensa)

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