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Cada uno almacena en su cerebro la banda sonora de su vida. La música y las canciones describen el mundo, cuentan y cantan injusticias, enamoran, incitan o evocan; pero, más allá de la poesía, están el mercado y la industria, que rugen y a veces devoran. Si bien la música no cambia el mundo, sí hace de él un lugar más ameno.
Leía hace una semana que si una persona oye la misma canción en Spotify diariamente desde los quince hasta los noventa y seis años, el intérprete y los autores recibirán aproximadamente cien dólares; en cambio, la plataforma le cobrará a ese usuario unos once mil quinientos dólares. A pesar de esa disparidad, para su reconocimiento, existencia y promoción el artista debe ceder ante el dominio y las exigencias de ese canal.
Spotify se está transformando de solo música a contenidos hablados y para hacerlo en 2020 pagó unos cien millones de dólares por los derechos exclusivos del podcast de The Joe Rogan Experience, que tiene once millones de reproducciones por episodio y que, especialistas en salud consideran, ha ayudado a desinformar sobre la pandemia.
Ante la propagación de desinformación del podcast de Rogan, hace dos semanas el rockero y activista canadiense de setenta y seis años Neil Young le dijo a la marca: o las mentiras de Rogan o mi música, ¡elijan! Spotify no respondió y Young, junto a otros artistas fundamentales, como Joni Mitchel, abandonaron la plataforma. Cuestión de ética, no de estrategia. No solo los millenial le exigen responsabilidad a las marcas. Hace años Pete Townshend, del grupo de rock The Who, escribió: “Si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie para señalar algo que está mal, pero no pide sangre para redimirlo, entonces es rock and roll”.
Spotify recibió un duro golpe y alcanzó a perder unos dos mil millones de dólares en bolsa, entonces Rogan y la marca se disculparon y las acciones dejaron de caer. Se nos advirtió que las marcas y las corporaciones reemplazarían los gobiernos, quizás por eso hoy Young le reclama y exige coherencia a una de ellas. Aunque la plataforma ha eliminado más de cien episodios de Rogan, ninguno de ellos tiene que ver con el covid.
Frente a la controversia, Spotify no puede olvidar que cuando un canal sirve de altavoz y reproduce el mensaje de alguien, se convierte en cómplice y, aunque trate, no puede eludir su propia responsabilidad.
Soy de los que cree que es necesario priorizar la salud y la vida por encima de todo, aunque para hacerlo los artistas se inmolen. Por fortuna, las canciones de Young y los demás tienen vida propia más allá de la plataforma. Los artistas exigen a la marca convicción, coherencia, compromiso con la información, veracidad y no polarización.
Ya lo dijo Young en su canción “Rust Never Sleeps”: “es mejor arder que desvanecerse lentamente”