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Otra vez este dilema: llover sobre alguno de los tantos problemas de nuestro país, que a veces parece ir de nalgas, o dejar que las letras me las dicte el corazón. Y “tres doritos después”, decisión tomada: ¡Que hable el corazón!
Hace mucho rato publiqué una historia de violencia intrafamiliar que, por estos días de cuarentena, lamentablemente, se ha incrementado en un 200 %.
El protagonista decía, hablando de su padre: “Lo veía partir todos los días hacia la fábrica que nos proporcionaba el sustento. Los miedos llegaban los días de pago, y más si era viernes. Después de jugar el último partido de la tarde, mis piernas empezaban a temblar al ritmo de un corazón infantil, temeroso e incapaz, no sólo por mi estatura y mi delgadez, sino por el terror que producían en mí sus tragos de más, su desencanto de llegar a la casa después de la juerga y, al menor asomo de reclamo de mamá, ¡crear el caos! Esa locura temporal con piernas que iba por la casa como un ciclón, derramando la sangre de un trío de inocentes, se llevaba mi aliento y jamás me permitió reaccionar para salvar a alguien de un golpe, porque podría morir en el intento. Mi padre fue una pesadilla que se repitió a lo largo de nuestra infancia injustamente, tristemente. Un día ya no hubo más hogar, ni casa para destruir, ni gente para herir, porque al fin mamá decidió huir. Se sacrificó una familia, pero la tranquilidad lo valía y la dignidad lo exigía”.
Hoy, ocho años después, este mismo hombre le escribe a su papá:
“Padre: en este tiempo de resguardo y de tanta incertidumbre he podido reflexionar sobre los asuntos cotidianos que, en tiempos normales, a veces por el rigor del consumo y el afán de la rumba, no he hecho. Hoy, que solo te puedo ver en videos, quisiera tenerte cerca para decirte muchas cosas, entre otras que doy gracias por tenerte, por haber podido al fin ser amigos, reírnos y celebrar juntos momentos importantes. Que he borrado de tajo un pasado donde tal vez te sufrí más de lo que debía y que el poder del amor me dio valor y humildad para el perdón y la reconciliación. Quiero que sepas que he dejado atrás cualquier resentimiento y que, desde hace rato, seguro lo sientes, he decidido estar cerca de ti y permitir que estés cerca de mí. Lo que más me gusta es saber que te sientes orgulloso, que sabes que cuentas conmigo y que te sientes feliz cada que nos encontramos. Sé que ambos estamos aguardando el momento de volver a vernos, de abrazarnos y de celebrar que somos padre e hijo, viviendo el presente y añorando el futuro para recuperar un poco de lo que se nos había extraviado en el camino. Te quiero, padre, con tus errores y también con tus enmiendas. Feliz día”.
Romper cadenas y paradigmas, con el amor como recurso natural inagotable y el deseo de hacer más amables los íntimos universos que habitamos. De eso se trata.
¡Feliz día, papás!.