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3 y 2
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Mi relación con el agua ha sido profunda y preciosa. Dentro de esa mitología familiar, que muchas veces engrandece, hay una que ni yo mismo me la creo, pero me gustaría que fuera cierta. Contaba mi padre, que una vez en un puerto de la costa Atlántica, mientras contemplábamos el atardecer, yo, con escasos cinco años, salté al mar.
Mi madre se asustó tanto que quiso ir por mí, pero mi padre la detuvo: “¡Déjalo!, solo quiere sentir el agua, encontrará el regreso. Si veo que se está ahogando voy por él”. Debo aclarar que en aquel momento yo no sabía nadar pero, cuenta la leyenda, después de sentir el agua y sentir qué es la felicidad, busqué la orilla tranquilo.
Digamos que desde ese momento mi memoria siempre ha estado ligada al agua. Aprendí a nadar en los ríos del oriente antioqueño y hasta que estuve en la universidad mi deporte fue la natación, competí por años y fui muy feliz. Todos los días sentía el llamado del agua, no importaba si llovía o si tenía muchas tareas, siempre el agua me quitaba el peso de la cotidianidad. Mis lloradas más sentidas, mis gritos de mayor angustia han quedado en el agua, y después de eso, todo ha sido leve.
Cada que abro el grifo de casa agradezco por el agua, me siento el ser más afortunado del mundo por poderla beber sin tener que recorrer kilómetros por una jarrita. Agradezco cada gota, evito desperdiciarla, me baño rápido, mi relación con ella es estrecha, la extraño aún teniéndola y sufro porque en algún momento se agote.
Según datos de la Cepal, a pesar de que el agua es un líquido esencial en las actividades sociales y económicas, aún existen alrededor de 2.200 millones de personas sin acceso al agua potable, es decir una de cada tres personas. La escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial y se prevé que este porcentaje aumente. Y así, muchos, botan el agua como si nada.
En la nueva novela de Sara Jaramillo Klinkert, Escrito en la piel del jaguar, Antigua es mi personaje. Para ella, el agua fue su única madre: “le calmó la sed, la arrulló, la refrescó, le otorgó un don, le enseñó a ganarse la vida. El agua le cantó canciones lejanas que saltaban de caudal en caudal antes de convertirse en nubes, antes de empozarse, antes de desbordarse, antes de llegar al mar. Quizá por eso la ausencia del agua le dolía tanto como la ausencia de una mamá y quizá por eso también habría de dedicar su vida a buscar fuentes subterráneas como quien busca a la madre, la raíz, el origen de su propia existencia”.
El 22 de marzo fue el Día Mundial del Agua, la verdad es que todos los días deberían serlo; por mí, que se acabe todo en este mundo, menos el agua, sin ella no tenemos ninguna posibilidad sobre la tierra.