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Columnistas | PUBLICADO EL 16 febrero 2022

Adiós a un diario respetado

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  • Adiós a un diario respetado
Por María Clara Ospina Hernández - redaccion@elcolombiano.com.co

Se solía decir que en “Medellín no amanecía” hasta que llegaba EL COLOMBIANO a la casa, este era el acompañamiento del primer café del día, del chocolate con arepa y quesito, en los hogares de Antioquia. Había que estar bien informado antes de comenzar el trajín diario.

Igual era en Bogotá cuando yo era niña. En las mañanas llegaban a mi casa EL COLOMBIANO, La República, El Siglo, El Espectador y El Tiempo. Cada diario se leía íntegramente y se recortaban o subrayaban artículos y columnas importantes.

Naturalmente, los más analizados eran La República y EL COLOMBIANO, fundados mucho antes de que yo naciera: el primero, por mi padre Mariano Ospina Pérez, el segundo por mi tío Julio Hernández, hermano de mamá.

Además, doña Bertha, mi madre, publicó por casi treinta años su polémica columna, El Tábano, en La República y, luego, en El Espectador, cuando su director era don Guillermo Cano. Por eso es fácil entender por qué el periodismo lo llevo en la sangre.

Comencé a escribir en EL COLOMBIANO el 6 de enero del 2003, hace diecinueve años y un mes. Mi primera columna se tituló “Hombres legislando para hombres”. Fue muy emocionante escribir en un periódico donde me sentía como en familia. Además, Antioquia es mi patria chica, y Medellín, la ciudad de mis ancestros.

Fueron mil treinta columnas, compartiendo y analizando para mis lectores los eventos más relevantes de esos años. Hitos políticos que sacudieron al país, como fueron la elección y gobierno de Álvaro Uribe; el secuestro y asesinato de tantos colombianos, algunos muy ilustres; masacres, bombas criminales y tragedias de todo estilo; inclusive rescates de película, como el de Íngrid Betancourt, y el rotundo éxito de la política de seguridad ciudadana establecida por Uribe, la cual estuvo a punto de terminar con las Farc. Luego, la elección de Juan Manuel Santos, con los votos de Uribe, bajo su promesa de seguir con la política de seguridad, promesa que incumplió inmediatamente, al anunciar diálogos de “paz” con la guerrilla, dándoles un soplo de vida a las Farc, cuyos cabecillas terminaron como senadores, luego de la firma del Acuerdo de La Habana.

Viví y comenté los vaivenes de dichas negociación y, al final, el triunfo del No en un plebiscito (ignorado) que identificó el peligro de firmar un acuerdo de paz plagado de problemas.

También compartí con mis lectores viajes por decenas de países, momentos dramáticos e históricos del mundo: libros, poemas, música, arte y las dolorosas consecuencias de la pandemia que vivimos. Espero que mis columnas hayan enriquecido a los lectores de este diario amable.

Hoy, EL COLOMBIANO lucha por sobrevivir en un mundo donde la prensa ha perdido su razón de existir. Lo que se lee hoy ya se ha visto en la televisión la noche anterior y las redes sociales lo han mascado y regurgitado con poco entendimiento o análisis, de manera totalmente visceral, muchas veces mentirosa. Vivimos en la era de “la postverdad”, la mentira glorificada. Hoy, para gobernar, escribir o sobresalir, se requiere ser joven, con una alta dosis de vulgaridad y mucho descaro. El futuro es de los absurdos “influenciadores”. Así que es hora de partir. Amo a mi Antioquia. Me despido con tristeza de estas páginas. Abrazos y éxitos a todos 

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