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Columnistas | PUBLICADO EL 15 abril 2020

Abundancia de Pontífices

Por alberto velásquez martínezredaccion@elcolombiano.com.co

Tenía razón quien expresó que “la historia es una crónica de la guerra”. Y más aun quien agregó que “la guerra es una crónica del dolor”. Muerte, dolor, que se reciclan. Confrontación que se renueva y mimetiza. Dentro de este círculo vicioso se ha movido buena parte de la historia nacional.

El país –sin renunciar a la violencia con asesinatos que no dan tregua– pasa por difíciles momentos. Mortales virus lo atacan. No solo el coronavirus golpea la vida humana, sino el contagio de derrumbamientos económicos, fiscales, sociales, bursátiles. La violencia engendrada en la mano del hombre para acabar vidas y maltratar la naturaleza, combinan todas las modalidades de destrucción para hacer más confusas las soluciones. Sigue, con la plaga del virus, matando colombianos y quemando ecología. No hay pausa en los golpes a la conservación de la vida.

En esta crisis de salud, han abundado toda clase de profetas y profecías. Algunos anuncian que lo peor de la contaminación del virus está por llegar en dos semanas. Un virólogo norteamericano vaticina como inminente una segunda ola, cuyo rebrote podía dejar al mundo en ruinas. Otro Apocalipsis como el de San Juan. Hay quienes sostienen que ese virus ha sido creado por la maldad humana. Que es parte de la guerra biológica, bacteriológica, que se inicia entre las dos grandes potencias económicas para regir en monopolio y a su capricho los destinos de la humanidad. Se especula con conocimientos científicos, con intuición o con ligereza. Resultó un número más elevado de pseudo expertos en epidemiología que los que son realmente profesionales calificados y reconocidos en el país para diagnosticar, prevenir y tratar los efectos reales de la pandemia.

Hay verborrea de ignorantes para aspirar a sustituir los conceptos de médicos, investigadores, especialistas de comprobada idoneidad y probidad. Charlatanes de cafetín pontifican con una ligereza pasmosa. Y lo peor, hay quienes les creen, para congestionar las redes sociales con sus presagios apocalípticos que solo producen pánico, angustias y ruinas económicas que llevan a enfermedades síquicas, tan nocivas como la misma pandemia.

Los efectos de este virus no se pueden tomar ni con ligereza ni con escándalos. Menos subestimándolos o sobreestimándolos. Hay que valorar las procedencias y seriedad de las advertencias y los consejos. Oír a quienes sí saben de procedimientos científicos para enfrentar el reto.

El presidente Duque, contra los pronósticos de los politiqueros de profesión, del sindicato de hombres-estorbos que mantienen dos problemas para cada solución, ha ejercido indiscutible liderazgo, con oportunas determinaciones que ha tomado con la asesoría de profesionales serios y ponderados.

En esta emergencia, que requiere de sensatez y solidaridad para superarla, la sociedad tendrá que demostrar su vocación de supervivencia, su capacidad de sobreponerse a las vicisitudes, su fortaleza de ánimo para no sucumbir. La tragedia viral tomó de sorpresa al mundo. Y Colombia debe comprender que esas responsabilidades hay que asumirlas, así sea con dolor y estoicismo pero con la esperanza de superarla, recordando aquello de que “en peores o iguales cañadas nos ha cogido la noche”.

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