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Esta columna merece un ejemplo explícito y simple para llegar a su conclusión.
Todos han sentido la dicha de montar en bicicleta. Esa experiencia casi mágica de mantener el equilibrio sin pensarlo. Un movimiento mecánico y natural en la postura adecuada.
Algunos han sentido la satisfacción de recorrer kilómetros. De usar la máquina no solo como instrumento recreativo o aparato deportivo. También como herramienta de trabajo. De disfrutarla como objeto que permite cerrar brechas de distancia, superar grandes obstáculos físicos (montañas), o económicos (que lo diga China).
Sin pensarlo, la bicicleta ha estado al alcance de todos, cuesta lo que representan algunas horas de trabajo individual. Y no se trata de vehículos en fibra de carbono y gran sofisticación de las que usan los campeones que Colombia generosamente produce. La bicicleta más simple de todas ha servido para construir mentalmente la convicción de muchas personas. De hacerlas primero creer, luego saber y finalmente entender que por cuenta propia y con el esfuerzo individual y la ayuda de herramientas adecuadas es posible lograr lo que antes parecía imposible.
Una bicicleta permite conseguir un trabajo a 60 km de distancia. Caminando sería una barrera difícil, o imposible. Y sí, un automóvil podrá resolver esa diferencia. Pero adquirir un automóvil representa para una persona con ingresos promedio algo cercano a los 10 años de trabajo productivo. La bicicleta por el contrario tomará algo cercano a un año (órdenes de magnitud aproximados).
En resumen, la bicicleta es lo que se conoce como una tecnología intermedia. Tiene un bajo costo de inversión que está al alcance de personas de bajos ingresos y sobresale por su eficiencia técnica que cumple un propósito similar (nunca igual) al de la tecnología avanzada comparable.
Con esto en mente, un cambio de ángulo.
Hoy varias discusiones ambientan la pertinencia de la minería en Colombia. Sin duda, una discusión difícil que no se puede abordar desde ninguna de las dos esquinas del cuadrilátero: a favor o en contra. Mejor que eso, bajarse de allí. Tenerla civilizadamente en un auditorio. Invitación de esta columna.
La minería ha impulsado economías globalmente; algunas asumiendo un costo ambiental, otros social. Todas, buscando priorizar el beneficio económico. Colombia no es la excepción. Y no se trata de vetar para siempre y en todo lugar la minería. Todas las actividades productivas involucran minerales. A ese hecho es imposible negarse.
Sin embargo, la minería como otras actividades productivas encuentra lugares que son más idóneos que otros para lograrse.
Permitir que algunos –que cuentan con los medios– apliquen tecnología avanzada con fines extractivos en cierta geografía debe ser contrastado con la expectativa de vida de varias personas. La de aquellos que podrían, no en el mismo tiempo y mucho menos con la misma celeridad, pero con toda certeza sí con mucha más sostenibilidad, alcanzar los niveles productivos que en términos económicos lograría una mina, a partir de otras alternativas productivas más atractivas y aquiescentes para los locales: la agricultura por ejemplo.
Es posible que favoreciendo la introducción tecnológica adecuada para los locales (y acá el ejemplo de la bicicleta cobra relevancia), sea posible ayudarles a dibujar un futuro productivo más adecuado e idóneo para ellos mismos. Uno que les permita, gracias a la potencia que ofrecen las tecnologías intermedias, y al ejercicio de sus capacidades físicas y mentales individuales, sin recurrir a importar tecnologías sofisticadas con altos costos de inversión, lograr su sustento y beneficio económico.
Estos pensamientos se desprenden de leer el libro Lo pequeño es hermoso, de E. F. Schumacher. Ideas que también se alinean con un futuro agrícola y productivo para las personas de la región del Suroeste antioqueño que ven amenazado el futuro de su capacidad productiva y el logro de sus metas individuales por propios medios por la intervención externa de quienes quieren introducir tecnología por fuera del alcance de los locales.