La radiografía del crédito empresarial en Medellín no da margen para el optimismo: el 50% de las pequeñas y medianas empresas (Pymes) están recurriendo al endeudamiento, no como palanca de crecimiento, sino como flotador de supervivencia.
Así lo advierte un estudio de Crowe Co, con base en datos de la Gran Encuesta a las Microempresas (GEM) de ANIF, que alerta sobre una tendencia creciente de crédito defensivo —aquel que se usa para apagar incendios y no para invertir.
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Aunque en teoría las tasas han bajado, en la práctica los créditos siguen costosos y las condiciones, complejas. Y lo más preocupante: el endeudamiento operativo ha sustituido al estratégico, lo que amenaza la sostenibilidad del tejido empresarial de Medellín, relata Crowe Co.
Solo 4 de cada 10 Pymes acceden a crédito formal
El estudio muestra que apenas el 40% de las pymes en Medellín han accedido a crédito formal. Y de ese grupo, una porción significativa está usando el dinero para pagar nómina, arriendo o servicios, en lugar de destinarlo a expansión, modernización o digitalización.
Este patrón, conocido como endeudamiento defensivo, crece a pesar de que el Banco de la República ha recortado 400 puntos básicos en su tasa de intervención desde diciembre de 2023.
En otras palabras, aunque la tasa ha bajado de 13,25 % a 9,25 % (julio de 2025), el impacto en los costos reales de financiamiento sigue siendo limitado, especialmente para empresas sin garantías sólidas o historial financiero robusto.
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“Hoy más que nunca las compañías deben anticipar, diversificar y protegerse para convertir la deuda en motor de crecimiento, no en riesgo financiero”, explica Lia Heenan, socia directora de Global Corporate Advisory en Crowe Co.
Deuda de corto plazo: un peligro que crece sin impulsar inversión
Según el informe del Pacto por el Crédito, entre enero y mayo de 2025, el 58,1 % del crédito empresarial se destinó a deuda de corto plazo, una estrategia que prioriza liquidez inmediata, pero que retrasa decisiones estructurales.
Ese comportamiento ha frenado planes de inversión clave, como renovación de maquinaria, apertura de nuevos mercados o fortalecimiento digital.
En paralelo, el saldo total en créditos de corto plazo pasó de $71,8 billones en 2020 a $134,2 billones en 2024 —un salto del 87 %— sin una mejora equivalente en productividad empresarial.
Además, la cartera vencida (ICV) subió de 3,7% a 3,9% entre octubre de 2023 y octubre de 2024, y la tasa de crecimiento del crédito comercial cayó del 5,6% al 3,3%. Todo esto evidencia un escenario de presión financiera creciente.
El impacto ya es visible. Crowe Co menciona a una empresa textil en Medellín duplicó su carga financiera: pasó de destinar el 11 % al 19 % de sus ingresos al pago de deuda entre 2022 y 2025. Como consecuencia, tuvo que congelar contrataciones y aplazar inversiones en automatización.
En la Costa Caribe, una startup de tecnología en Barranquilla suspendió su expansión hacia Ecuador, luego de que su tasa de interés subiera del 16% al 23% en menos de un año. Dos ejemplos concretos de cómo el entorno crediticio puede frenar, no acelerar, el crecimiento.
“Endeudarse no es el problema. El riesgo aparece cuando el crédito solo cubre huecos y no se vincula a proyectos con retorno claro”, reitera Heenan.
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Seis claves para que la deuda sea una herramienta, no un lastre
Ante este panorama, los expertos sugieren seis acciones estratégicas para que el crédito recupere su rol productivo:
1. Renegociar condiciones a tiempo: anticiparse permite acceder a mejores tasas y plazos.
2. Diversificar fuentes de financiamiento: usar alternativas como factoring, confirming, crowdfunding o fondos privados.
3. Usar coberturas financieras: swaps y forwards pueden reducir la exposición a tasas o devaluaciones.
4. Monitorear indicadores clave: ratios de deuda, liquidez, EBITDA y cobertura de intereses deben guiar toda decisión.
5. Asegurar retorno medible por cada peso prestado: si la deuda no mejora ingresos o eficiencia, es un riesgo.
6. Buscar inversionistas estratégicos: pueden aportar capital, estrategia y acceso a crédito estructurado.
“Un pasivo mal estructurado es como un impuesto oculto: reduce margen, limita decisiones y presiona la liquidez”, advierte Heenan.
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