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Zoológico Santa Fe liberó nueve monos aulladores

Nueve monos aulladores fueron rehabilitados por el zoológico Santa Fe. Ya están de nuevo en el bosque.

  • Ana es una de las más pequeñas. Sombra (abajo) no estuvo tranquila hasta que todos no estuvieron arriba. FOTOs donaldo zuluaga
    Ana es una de las más pequeñas. Sombra (abajo) no estuvo tranquila hasta que todos no estuvieron arriba. FOTOs donaldo zuluaga
  • Zoológico Santa Fe liberó nueve monos aulladores
16 de diciembre de 2015
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Los nueve monos aulladores no esperaron a que les abrieran la puerta para volver al bosque. Hicieron un hueco en la malla y salieron corriendo a lo más alto del árbol, aunque Ana y Natasha, las más pequeñas del grupo, volvieron más tarde por las frutas.

Llevaban dos días en la jaula, esperando. Carlos Mario Vélez, el biólogo, dice que la tarde anterior los vio inquietos, en especial a Delio, el macho dominante. “Cuando ven el bosque, la naturaleza los empieza a halar. Imagínate ellos solos oyendo el ruido del bosque, que funciona de noche”. Entonces se liberaron de una vez, ellos mismos, y antes de la liberación oficial del Zoológico Santa Fe.

***

5:00 de la mañana. Amanece en Medellín y en el bosque seco tropical, el nuevo hogar de los nueve monos aulladores, cerca a Anzá y a Armenia Mantequilla. Desde Medellín hay que manejar dos horas, cruzar el río Cauca en ferry (incluyendo el carro), manejar otra hora, llegar a una finca y caminar una hora en un camino estrecho que tiene a un lado la montaña y al otro el vacío, mientras suena la quebrada que hay que pasar también.

2:00 de la tarde, y en la jaula solo están Ana y Natasha, que se quieren ir. Explica Carlos Mario que después de que se suben a lo más alto del árbol es muy difícil que vuelvan a bajar. Ya saben que en el suelo hay peligro, que arriba la vida es mejor. Eso aprendieron en el zoológico. Además que los humanos no son de confiar.

Sin embargo, Ana y Natasha volvieron a la jaula. Todavía conocen a Carlos y a Jonathan que las cuidaron tanto, pero eso solo porque son las más pequeñas. Sombra, que ya tiene el tamaño de una adulta, pero no es madura sexualmente y por eso es subadulta, se arrima, solo lo suficiente, a una rama muy cerca del suelo. Las espera. Vuelve a subir, vuelve a bajar. No se va a ir sin ellas. Está preocupada por sus hermanas.

***

El programa de rehabilitación del mono aullador rojo empezó en el Santa Fe en 2003. Desde entonces han liberado 142 individuos. Los últimos grupos los han dejado en ese bosque tropical, que es de un privado, lo que les garantiza alimento y que no los van a cazar de nuevo, que no hay grandes peligros, como águilas.

Los monos van al zoológico porque los lleva la autoridad ambiental, por decomisos o entregas voluntarias. Algunos son mascotas, otros llegan por tráfico, de diferentes lugares del país, y los hay de distintas edades. Sandra Milena Correa, directora del zoológico, recuerda a Mauricio, tenía 12 años y estaba tan acostumbrado a vestirse que cuando le quitaron la ropa se sintió vacío y se tapó con su manos.

Cuando llegan, comenta Jonathan Álvarez, el veterinario, están enfermos, algunos vienen con traumas y heridas en la piel, otros con desnutrición, deshidratación, con la barriga inflada por comer lo que no deben (incluso frijoles y leche). Lo primero, entonces, es que se alivien, luego pasan a la guardería, donde empiezan a desarrollar comportamientos sociales, a jugar, a reconocer su alimento, a no estar en el suelo, a desconfiar de los humanos, a encontrar a su nueva familia.

A los monos aulladores no los cazan con trampas, ellos no caen, señala el biólogo. Para cazarlos deben matar a su mamá, porque cuando están pequeños se la pasan los tres primeros meses pegados de su pecho, y los otros tres de su espalda. De ahí no se bajan.

Sombra esperaba a las dos chiquitas de la familia, porque sin ellas, no están completos.

***

Ana fue la última en volver. Antes fue una mascota que entregaron de manera voluntaria. Los dueños la habían comprado en la carretera, por pesar, y se la llevaron a casa. Ni por compasión, precisa Jonathan, un animal silvestre se debe volver mascota, incentiva el tráfico.

***

Tan pronto Ana tocó la rama del árbol salió corriendo. Unos segundos antes se había ido Natasha. Todas hacia arriba, a donde Sombra, a donde el resto del grupo que esperaba silencioso entre las ramas.

No hubo tiempo para despedidas. Allá van. “Es muy grato saber –cuenta Jonathan– que ha pasado tanto tiempo, que no debieron ser extraídos del bosque cuando eran bebés, y es muy gratificante trabajar en esto tanto tiempo y darles la oportunidad de que vuelvan a casa, con una familia nueva que los quiere. Lo más importante, que ellos puedan permanecer en el tiempo y reproducirse”.

Por estos días van a quedarse allí, examinando el terreno. Carlos Mario irá la primera semana a mirarlos con un binóculo. Les pondrá comida para ayudarlos los primeros días, si bien no cree que bajen ya, ni a eso, porque se adaptan fácil a las hojas, que es de lo que se alimentan. En su nuevo hogar hay árboles de guáimaro, yarumo y ciruela.

Después irán a explorar, a escuchar a otros monos, aunque por lo general se quedan en el lugar donde los liberan. Un día, por ahí en dos o tres meses, cuando estén seguros de su lugar, aullarán para decirles a los otros que eso es suyo, que lo van a defender.

Delio, el jefe, es agresivo, perfecto para defender su manada, con Tolima, la hembra dominante. Nadie más, tampoco, los llamará por su nombre humano, aunque ellos nunca hubieran respondido a él.

2:30 de la tarde. Los monos están en silencio. No se mueven, casi ni se ven, de lo quietos que están. Se han mimetizado. De vuelta, el camino es el mismo, pero la caminata tarda esta vez una hora y media.

Atrás quedó Ana con esa sonrisa de tantos dientes.

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