Frente a la ceiba centenaria, todos se detienen. No es una pausa obligada, es una especie de respeto silencioso. Sus ramas se abren como brazos que han sostenido demasiado, como testigos de un siglo de ciudad. La llaman el “árbol abuelo”, y no es solo un referente vegetal: es el umbral simbólico de Los bosques. Tejiendo lo invisible, la nueva exposición del Jardín Botánico de Medellín, pues a partir de ahí, el recorrido atraviesa senderos naturales y preguntas esenciales sobre aquello que nos sostiene sin que lo miremos.
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Y es que en el corazón de una ciudad que creció sobre lo que antes fue selva, esta exposición propone una narrativa donde arte y ciencia se entrelazan y convierten el paisaje en lenguaje. Aquí no hay vitrinas: el bosque mismo es la obra.
La urgencia detrás de este proyecto, posible gracias a alianzas con Comfama, Fundación MUV y Choucair Testing, es concreta. “Hablar de los bosques surge en un contexto en el que nosotros estamos en constante amenaza”, explica Claudia García, directora del Jardín Botánico de Medellín. Solo en Antioquia, se pierden cada año unas 18.000 hectáreas de bosque. Pero más que cifras, la exposición busca otra vía: conmover para entender. “Esta exposición surge con la idea de hacer que crees un poquito más de conciencia sobre el cuidado de los bosques”, añade.
Esa conciencia se construye paso a paso, en un recorrido diseñado para revelar lo que suele permanecer oculto. En la rotonda de ingreso, por ejemplo, ilustraciones naturalistas del colectivo BioGrafos representan los estratos del bosque —sotobosque, intermedio, docel— como si se tratara de una arquitectura viva. Más adelante, hilos suspendidos evocan las conexiones entre raíces y hongos. Espejos dispuestos en el suelo reflejan las copas de los árboles sin necesidad de mirar hacia arriba. Todo en esta museografía invita a ver lo que normalmente no vemos.
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En ese sentido, cada estación tiene su propia voz, pero todas responden a un guion curatorial que cruza disciplinas sin simplificarlas. El equipo detrás de la exposición reúne museógrafos, científicos y educadores. “Incluso los mismos jardineros daban ideas: hagamos esto mejor así, esto es más fácil si lo ponemos acá”, recuerda Claudia. Así que fue esa mezcla de saberes la que permitió traducir conceptos complejos —como la simbiosis micorrízica o la sucesión ecológica— en experiencias sensoriales comprensibles para cualquier visitante.
Una de las estaciones más íntimas es la dedicada a las fotografías del ingeniero forestal Sebastián Ramírez. Son 106 en total, tomadas en bosques del Chocó, Guainía, Nariño, Huila y La Guajira. Sin embargo, en ellas hay una ausencia que pesa: lo que no pudo registrarse. “Se estima más o menos que el 20% de la diversidad de Colombia está aún por descubrir”, señala Claudia. Así, la muestra no solo exhibe lo visible: nos confronta con la ignorancia y con la responsabilidad que esta implica.
Esa misma invitación —a ver lo que suele permanecer oculto— toma una forma viva en el bosque andino, núcleo estructural de la exposición. Esta colección, que replica las condiciones ecológicas de la cordillera Central, permite explorar fenómenos como la “timidez de las copas”, las adaptaciones morfológicas de las hojas o la comunicación química entre raíces, y más que entregar información, busca activar una experiencia: la posibilidad de caminar dentro de un sistema interdependiente.
Desde ahí, todo en la exposición parece recordarnos que lo esencial es lo que no se ve, y que conservar no es solo proteger lo bello, sino también lo desconocido. “¿Cómo vamos a conservar lo que no vemos?”, se pregunta Claudia. No como una imposición, como una semilla que, bien sabe, cada quien decide si cuidar o no.
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La exposición estará abierta durante tres meses, con entrada libre. Quienes entren no encontrarán respuestas, pero sí preguntas que crecen lentamente, como raíces que se abren paso bajo tierra.