Que una víctima se encuentre con su victimario no es cuestión recurrente en el sistema penal. Cuando esto ocurre, suelen estar en orillas distintas, quizá en un litigio en el que cada parte defiende su punto. Pero están los programas de justicia restaurativa y el sistema de responsabilidad penal adolescente. Y en este, a veces, las partes se sientan cara a cara para pedir perdón y concederlo. O para prepararse para cuando llegue ese momento.
Esto fue lo que pasó el pasado 7 de junio en Asperla, un centro que atiende los procesos de menores de edad señalados de delinquir en Medellín. Allí, bajó la operación de Confraternidad Carcelaria de Colombia, tuvo lugar el cierre de la primera etapa de un ejercicio de justicia restaurativa. Jóvenes y menores que están en investigación o pagan por delitos se reunieron con sus familias, víctimas indirectas de los procesos, para pedir perdón.
Fue el caso de Daniel y Gloria*, hijo y madre respectivamente, de 15 y 37 años. Llegaron pasadas las 9 de la mañana porque tenían una cita: conversar sobre el proceso por el que Daniel es hoy investigado. Según cuenta él, las autoridades lo señalan por ser cómplice de extorsión, pero aún no hay una sentencia en firme. La cosa es que en el sistema penal adolescente los menores deben recibir atención incluso previo a la condena. El mecanismo se llama “intervención de apoyo al restablecimiento en administración de justicia”.
Daniel y Gloria ajustan casi un año en este proceso. Sentados en una pequeña oficina, de la mano de dos facilitadores, hacen un examen sobre lo que ha ocurrido hasta el momento: Daniel, un día que estaba haciendo tareas, dejó su casa para acompañar a una vecina a hacer compras. La cuestión es que terminó convirtiéndose, sin tenerlo claro, en cómplice de una extorsión. Esa es la versión que el menor comparte y la que le ha confiado a su mamá.
“Yo estaba haciendo tareas, unos talleres, y la vecina fue a mi casa. Ella me dijo que la esperara, que iba a entregar un celular. La espere y a ella le entregaron un sobre, cuando recibió el sobre llegaron los policías y resulta que ella estaba extorsionando. Y a mí me cogieron como víctima, cómplice, no sé. Pero yo no cogí el celular ni la plata”, cuenta.
Todo ocurrió muy rápido. Ese día llamaron a la mamá que estaba trabajando y no pudo contestar. Luego se enteró el papá, le dijeron que Daniel estaba bajo custodia de Bienestar Familiar y que al día siguiente sería la audiencia. Ni siquiera lograban entender de qué se trataba todo esto.
A Daniel le leyeron los cargos, uno decía: “acompañamiento a cometer un delito” o algo así. De ese episodio recuerda las cosas borrosas. La muchacha con la que estaba cuando la Policía los detuvo asumió toda la responsabilidad, quedó en prisión domiciliaria. Pidió que soltaran a Daniel, pero arreglar las cosas no era tan fácil. Cuando pasó el suceso Daniel estaba en proceso de nivelación para ganar el año. Tenía una por día y ese día era la última. No la pudo hacer, lo cogieron y perdió octavo grado.
Daniel asegura que este es un proceso que lo ha ayudado a ser mejor persona, a formarse, a perdonar a quienes le han hecho daño. Pero todavía cree que está lejos el día en el que pueda perdonar a su vecina.
Dice Gloria que a pesar del duro golpe que ha significado esta situación, siente que los ha unido como familia. Sobre la vecina, piensa igual que su hijo. Todavía el tiempo los separa del perdón. La saluda con cordialidad cuando la ve, pero reconoce que todavía siente rabia. Daniel quiere ser futbolista, le va bien como delantero. Entrena boxeo en Asperla mientras el sistema define su situación, pero reitera que no le gustan las peleas. Solo quiere terminar sus estudios y estar bien con su familia allá en Manrique, donde vive.
Los ocho jóvenes esperan que al final de esta amarga experiencia -algunos están bajo libertad vigilada- encuentren herramientas para un mejor proyecto de vida al que tenían antes y garantizar con sus acciones que todos los involucrados obtendrán reparación. De eso se trata la justicia restaurativa.
*Identidades cambiadas.