Al estilo de los deportistas campeones, Leonila Ríos tiene una vanidoteca, regada por su casa en la parte baja del barrio Castilla. En su cuarto que permanece más impecable que la celda de una monja hay un rosario de tamaño familiar colgado en la pared frontal y al lado penden un montón de medallas de distintos tamaños, que le han dado en reconocimiento por el servicio prestado a la comunidad durante 37 años.
Sobre un escaparate reposan placas y trofeos, y en otro sitio, guardados con delicadeza, están los incontables diplomas, algunos en honor a obras que llevan su sello o de cualquier entidad cumpleañera en la que ella haya tenido incidencia; otros son de los incontables cursos y diplomados.
Son 26 las condecoraciones que ha recibido en total según cuenta con orgullo, y para constatarlo, en otro lugar hay además un montón de fotos. En algunas aparece ella recibiendo condecoraciones prácticamente de todos los alcaldes de Medellín en este siglo; en otras está disfrazada o participando en desfiles y actividades sociales.
Por lo menos en la comuna 5, con seguridad, no hay nadie con más reconocimientos y es posible que lleve el récord de ciudad, a pesar de que empezó su liderazgo comunitario apenas cuando se jubiló, pero ha sido con una intensidad y dedicación denodada.
En abril Leonila cumplirá 84 años. Ella nació en Salgar aunque se considera más de Jericó, el pueblo a donde su madre y su padre nómadas –él era aserrador– la llevaron de pequeña, permaneciendo hasta los 15 años; fue a esa edad que se trasladó a Segovia (Nordeste antioqueño) y se empleó en el hospital local por tres años como auxiliar de enfermería.
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Cuando sacó la cédula se vino a Medellín y casi de inmediato recibió la propuesta de una monja, de laborar en el Hospital La María, también como auxiliar. “Uno aprendía sin teoría”, dice, recordando las largas jornadas que comenzaban a las cinco de la mañana e iban hasta muy tarde, y también que validó su experiencia luego con un estudio en el Sena.
En La María le tocó la época de la lucha más feroz contra la tuberculosis; eran solo tres personas para 60 pacientes, pero la ventaja era que por las condiciones de trabajo arduo tenían un régimen especial en el que se podían jubilar con 20 años de servicio. Así fue como su pensión la cogió a los 47 años de edad, soltera y sin hijos, si bien había tenido “muy buenos partidos” porque dedicó sus años a cuidar a los padres y hermanos menores. Le bastaron tres meses de vacancia para darse cuenta de que estar sentada no era lo suyo e inició un trajín que todavía no termina, como líder comunitaria.
La puerta de entrada, en 1989, fue la asociación de padres de familia de la Institución Educativa Alfredo Cock Arango, donde era acudiente de siete sobrinos. Allá se metió de sol a sol durante ocho años –y eso que cargo era voluntario–; revoloteaba por la tienda y le ayudaba a la secretaria o a quien necesitara. Además, resultó también en la asociación de padres del CEFA, donde le consiguió cupo a una sobrina.
El salto a lo comunitario propiamente dicho fue hace 35 años, cuando ingresó a la acción comunal de Castilla y Leonila desató todo un caudal de energía que todavía no para.
“Una monja me dijo que yo era de buen corazón, que empezara a trabajar con las comunidades, que no iba a conseguir plata pero sí aprendería mucho, y así ha sido”, apunta.
Leonila es cofundadora del Desfile de Silleteritos de Castilla, que lleva 25 años, y del Festival de Colonias; ha sido alma y nervio del multitudinario Desfile de Mitos y Leyendas de ese mismo sector por un periodo similar; forma parte de la Mesa de Cultura y del club de la tercera edad, de la Mesa de Derechos Humanos y enlace territorial del Instituto de Recreación y Deporte (Inder).
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¿De qué se siente más orgullosa?, le pregunto a Leonila y ella asegura que cuando ve a tanto joven estudiando en el ITM y cuando pasa por la UVA (Unidad de Vida Articulada). La idea de la primera de estas infraestructuras se originó, dice, porque en la acción comunal vieron que los muchachos de la comuna necesitaban capacitarse sin tener que ir al Centro y le vendieron la idea al Municipio. Y la segunda, porque en la Mesa de Cultura analizaron que a la comuna le faltaba un espacio tipo casa de la cultura. También estuvo en la fundación del colegio Alfredo Cock, que fue su primera escuela de liderazgo y su impronta se siente igualmente en la gestión para que pusieran un Cerca y para que de un centro de salud pequeño se pasara a una Unidad de Salud acorde con el crecimiento de esta parte de la ciudad.
Johan Marcelo Rendón, el presidente de la acción comunal de Castilla, dice que Leonila es “la mamá de los pollitos”, o sea la matrona entre los líderes y lideresas. Resalta esa gran entrega y el carisma para el trabajo con los niños, pero sobre todo su gran poder de convocatoria y capacidad de gestión, aún con la edad que tiene, o tal vez por esa misma razón, porque ha acumulado buenas relaciones que le abren puertas. Agrega que “es la única líder en Castilla que en las novenas de diciembre hace fiesta todos los días o tiene una actividad diferente”. Si le surge una idea se obstina en sacarla adelante y si acaso la acción comunal no le “copia” busca con quién por otro lado.
Ella pasa sus días de reunión en reunión, en eventos –ya no tanto en cursos– o simplemente andando la calle para conversar con la gente. De esa agenda copada hace algo de alarde para que el interlocutor saque conclusiones sobre su hazaña, considerando lo entrada en años que está.
Uno de sus imperdibles es asistir a la fiesta de Mitos y Leyendas cada 31 de octubre disfrazada de Hojarasquín, de Madremonte o de cualquier otro personaje mítico o legendario y con una comparsa de cómplices que le acolitan sus locuras.
La edad, unida a una artrosis de rodillas agravada con tanto subir y bajar por estas lomas castellanas, hace que sus pasos no sean ya tan firmes, pero ella asegura que seguirá siendo líder hasta que pueda dar paso.