Después de 12 años en el Centro de Estudios Urbanos de Eafit, el arquitecto Alejandro Echeverri deja la dirección del laboratorio que cofundó en 2010, cargo que asumirá la arquitecta Natalia Castaño Cárdenas. Echeverri, especialista en planeación territorial, fue director de la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín entre 2004 y 2008, y desde allí lideró la estrategia de urbanismo social que transformó y mejoró los barrios vulnerables, política pública que convirtió a la ciudad en referencia de futuro para otras urbes del mundo, un caso que en el exterior se empezó a llamar el ‘Milagro Medellín’.
Echeverri cree que después de una década de desarrollo, la ciudad perdió el camino que la sacó de su peor crisis histórica. “Nos olvidamos de seguir haciendo las preguntas estructurales”, cuestionó. Conversamos de lo que pasó en la ciudad en los últimos 30 años.
¿Qué logros alcanzó Urbam en estos 12 años bajo su dirección?
“La pregunta que nos planteábamos es que debería existir un espacio como Urbam, un laboratorio que estuviera muy conectado con la historia de las personas, de los territorios, poniendo preguntas y visiones de vanguardia. Nacimos con el Plan Bio 2030, que fue la primera vez que se construyó una visión conjunta del área metropolitana en lo ambiental, el espacio público, vivienda y movilidad. Desarrollamos la visión estratégica para Urabá; y construimos las cartografías socio territoriales del Atrato medio. Llevamos seis años trabajando para el Banco Mundial y para el Gobierno de Panamá; estamos en La Paz, Bolivia, revisando el plan de mejoramiento de barrios. El trabajo más valioso que hemos hecho es la consolidación de la capacitación de líderes territoriales en Medellín, hemos logrado acercarlos y capacitarnos juntos”.
¿Cómo arrancó su carrera y cómo llegó a la EDU en 2004?
“Mi formación original es arquitecto. El Parque Explora o el edificio de Ruta N son algunos de los proyectos que he diseñado. A mí me tocó toda mi juventud en la universidad en los 80, cuando esa crisis, como ahora la del covid, terminó revelando la ciudad. Las preguntas que provocaban el cine de Víctor Gaviria, los libros de Alonso Salazar, y una serie de testimonios nos movió a un grupo amplio a tratar de conocer y de orientar nuestros trabajos. La realidad de Medellín nos cambió las prioridades. Empezamos a trabajar en el taller La otra ciudad para entender esos procesos. Decidí en 1997 irme para Barcelona a estudiar a Medellín porque el Centro de Estudios de allá no solo lideró la transformación en los Juegos Olímpicos, sino que transformaron los barrios informales. Estaban empezando los procesos de Antanas Mockus y el primer gobierno de Enrique Peñalosa, que cambiaron el relato y la historia de Bogotá. Los procesos previos de Bogotá fueron muy importantes para Medellín. Decidí regresar y montamos un taller en la UBP que se llamó Estudios del Norte, orientando procesos de investigación sobre esa zona. En ese proceso alguien le habló a Sergio Fajardo del trabajo que estábamos haciendo, nos encontramos y nos invitó a formular su plan de gobierno”.
¿Cómo fue que se gestó el plan del urbanismo social?
“Muchos de los procesos se iniciaron en la Consejería Presidencial en los 90, nadie puede decir que llegó e inventó la rueda, pero sí hay momentos de confluencia que juntan capacidades, oportunidades y liderazgos que permiten acelerar procesos. Sergio Fajardo no hubiera ganado las elecciones desde un movimiento cívico si no hubiera habido una crisis tan profunda. Ahí se abrió una ventana distinta, tuvo la capacidad de vincular muchas de esas voces que venían trabajando desde la Consejería y desde otras iniciativas, como la Corporación Región o Alonso Salazar que venía trabajando la realidad de los barrios. Nosotros veníamos trabajando sobre cómo podíamos mejorar y elevar las iniciativas que se habían desarrollado. En el taller de Estudios del Norte en la UPB invitamos a Carlos Montoya y otras personas que habían tenido esa experiencia previa. El grupo que llega a liderar estos procesos venía trabajando hace muchos años. El foco de mi investigación era la zona nororiental donde después se construyó el metrocable e hicimos los proyectos urbanos integrales. Sergio es una persona con formación científica, cree en el conocimiento y nos juntó. Aprendimos de esos procesos previos que elevaron la capacidad técnica del Estado y se identificaron zonas estratégicas. El urbanismo social tiene que estar orientado hacia la inclusión y el desarrollo de oportunidades, para combatir las zonas más críticas y violentas con una concepción integral física, de transporte, vivienda, espacio público, pero también integral, coordinando temas de educación, cultura, parques, iluminación y arborización”.
Medellín salió del fondo y llegó a la superficie, pero parece hoy que no sabe hacia dónde va. ¿Qué pasó en la última década?
“Los retos de una ciudad como Medellín requieren liderazgo y continuidad en los procesos, porque tampoco podríamos decir que en cuatro u ocho años se pueden transformar y mejorar todos los problemas críticos. Cuando una ciudad pasa de tener 300.000 habitantes en 1950, a llegar en el año 2000 a más de 3.500.000 en el área metropolitana, se genera un proceso explosivo de crecimiento que provoca problemas estructurales, de inequidad, de exclusión, de informalidad, de escalas muy grandes. Sí se pueden cambiar las dinámicas y la psicología de la ciudad, pero para poder transformarla se requiere continuidad y eso es lo que en los últimos gobiernos, sobre todo en este último, no solo no se ha tenido, sino que se desconoce. Barcelona empezó un cambio muy importante capacitando y formando una concepción técnica muy seria del gobierno. Peñalosa y sobre todo Mockus elevaron esos niveles de gestión en Bogotá. Y lo que hizo Medellín en los últimos gobiernos fue generar un espacio de confianza y de transformación potente. Pero el éxito internacional de Medellín va debilitando eso y se van perdiendo las preguntas fundamentales. Lo que sí ha sucedido es que desde este gobierno y un poco desde el gobierno anterior se ha debilitado mucho la capacidad técnica y de articulación de los procesos de la ciudad. Dependerá de los próximos gobiernos y de que todos nosotros nos vinculemos otra vez, no para repetir lo que se hizo, pero sí para poner el foco en los temas fundamentales”.
¿Cuáles son los retos urgentes?
“Uno no tiene sino preocupaciones en el buen sentido de la palabra. El primero, desafortunadamente, es volver sobre temas que pensamos que ya se habían superado. En los últimos 3 o 4 años no hay proyectos ni políticas nuevas. Hay muchas de las que existían, muy importantes, que se han debilitado. No es posible que estemos pensando que la solución de seguridad y de mejoramiento de sectores sea cerrarlos. Lo que hemos tratado de construir es que si se tiene una capacidad integral de gestión de gobierno, muchas de esas zonas críticas y violentas deben tener procesos con mayor ambición de mediano y largo plazo, para mejorar la condición social y lograr que la ciudad sea abierta. El reto de los 80 y 90 era cómo tumbamos los muros y hacemos esta ciudad más transparente. Nadie pensaba que pudiéramos hacer intervenciones urbanas de espacio público en muchas de las zonas más violentas porque nos decían que se las iban a robar. Los parques bibliotecas sin rejas y los colegios eran una utopía absoluta en los 90. Esa conquista fue de las más importantes. Y resulta que en este momento el relato que se está orientando desde el gobierno es volver a encerrarnos como forma inmediata de solucionar un problema que es de otra escala. La inundación que tuvimos hace meses es una fotografía de que se requiere una política integral de gestión de las cuencas de las quebradas. Las ciudades van a terminar moviéndose mucho más sostenible, cuánto nos demoremos para llegar allá dependerá de nuestras decisiones, nos podemos demorar 40 años o 10 para lograrlo. El tema de la vivienda en los bordes de la ciudad también es un problema absolutamente crítico. Yo hace uno, dos años estaba muy afectado psicológicamente, no es que tuviéramos una ciudad perfecta, es una ciudad con muchos retos estructurales, pero creo que Medellín iba por un camino. Pasé esa pena porque hay que darle para adelante. Medellín tiene una fortaleza muy grande en el sector cívico, en el liderazgo comunitario, en el sector privado, en la academia, es una ciudad viva, muy creativa, con fuerzas positivas. Eso tiene que llevar a permitir espacios de encuentro y de confianza para trabajar juntos”.
Medellín iba por un camino, ¿y qué pasó?
“Pensamos que algunos de los problemas estaban solucionados. El éxito internacional nos debilitó y le hizo perder el foco a los gobiernos. No solo cantamos victoria muy rápido, sino que empezamos a poner el ojo en proyectos que tuvieran resonancia internacional y no en la vida de las personas. Lo que sucedió también es que aquí llegó la polarización política a la discusión del gobierno y eso cambió las prioridades. Tal vez lo más crítico que ha sucedido es que la confianza que se había construido, que no es que fuera perfecta, de encontrar el sector privado, el sector cívico, las comunidades, la academia y el gobierno trabajando juntos, esa confianza con una agenda intencionada empezó a destruirse y a generar una erosión. Eso es muy profundo.
Lo principal es volver a poner en el centro a las personas. Podemos pensar en cambio climático, en ciudades inteligentes, pero desde nuestra perspectiva, desde la realidad de cómo vincular el mejoramiento de la vida de las personas. El foco tienen que ser los barrios populares. Esas preguntas que son relativamente obvias hay que volverlas a poner sobre la mesa, pero con las herramientas de las nuevas generaciones”.