La complejidad que enfrentan geólogos, equipos técnicos, operarios y cuadrillas forestales y de limpieza resultó mucho mayor a las proyecciones que tenía la Alcaldía de Medellín para reabrir la loma Los Balsos tras la emergencia del pasado 6 de mayo.
Aunque luego del deslizamiento el alcalde Federico Gutiérrez proyectó al inicio la rehabilitación para el pasado viernes 9 de mayo, la realidad es que tras evidenciar que el agua sigue infiltrando, que la tierra continúa moviéndose y que del talud está desprendiendo rocas gigantes, no hay una fecha estimada para dar por superada la emergencia. Según el Distrito, han tenido que hacer perforaciones para drenar agua subterránea y evitar que nuevos movimientos.
Pero el problema entre manos es mucho más enrevesado que simplemente remover miles de metros cúbicos y agilizar la reapertura de la vía.
El profesor Edier Aristizábal, ingeniero geólogo de la Universidad Nacional, señala que es importante partir de una claridad para entender la emergencia del 6 de mayo no como una contingencia sino como síntoma de algo mucho más grande.
El factor detonante fue la intensidad de las lluvias de las últimas semanas. El Valle de Aburrá atravesó en abril el mes más lluvioso de los últimos 14 años, según el Siata.
Pero no es ahí donde hay que buscar causas, sino en los factores condicionantes inherentes al terreno. En este caso, explica el líder del grupo de investigación Geohazards, el gran factor condicionante es que la zona suroriental de la ciudad, así como otras zonas de laderas en Medellín, están cubiertas de depósitos de vertientes, una combinación de sedimentos, materiales finos y bloques de rocas de diferentes tamaños. Toda esta mezcla es a su vez producto de movimientos de masa continuos a lo largo de miles de años.
La dunita, parte de ese material que conforma estas laderas, es propenso al colapso, explica el investigador, por su tendencia a la meteorización, es decir, la facilidad para alterarse, erosionarse, desintegrarse ante otros factores como la infiltración del agua.
Aunque la urbanización en la comuna 14 ha tenido un soporte geotécnico mucho más confiable que el crecimiento informal en otras zonas como la nororiental, la inevitable transformación de la geometría de la ladera y el extraño comportamiento hidrogeológico juegan siempre en contra de garantizar condiciones plenamente estables.
Pero hay un elemento todavía más fascinante. En la ladera suroriental de Medellín existe una condición hidrogeológica, una anomalía con pocas similitudes en todo el mundo, según explica el ingeniero geólogo de la Universidad Nacional, Diego Armando Rendón. Es un sistema de rocas que se conectan internamente desde la parte alta de la montaña, en Santa Elena, creando enormes cavernas. Las quebradas que nacen en la vereda El Plan se pierden entre esas cuevas y túneles y aparecen nuevamente en la parte alta de Las Palmas para caer de manera caótica y extraña creando flujos imprevisibles montaña abajo.
Ese sistema kárstico de Santa Elena, todavía ampliamente desconocido para el ciudadano de a pie (el sistema kárstico más conocido es el de Río Claro), es un factor fundamental para intentar entender esta y cualquier otra emergencia en toda esa amplia franja del Valle, y además para planificarla a mediano y largo plazo si se quiere que siga siendo un área confiable con condiciones de habitabilidad.
El desconocimiento que se tiene sobre el comportamiento de esas aguas subterráneas quedó evidenciado el 4 de noviembre de 2010, cuando un extraño fenómeno causó una avenida torrencial de La Presidenta que arrastró material vegetal, piedras y escombros contra varias unidades en la Cola del Zorro y en parte de Las Palmas. Posterior a la emergencia, uno de los informes más completos realizados hasta ahora en materia hidrogeológica en Antioquia arrojó que previo al desbordamiento se formaron gigantescas bolsas de agua en la montaña.
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El gran interrogante, entonces –expone el profesor Rendón– es qué tanta influencia en la emergencia tuvieron estas aguas subterráneas, y en ese caso es prioritario hacer estudios sin dilación para saber cómo se está comportando esa agua seudo-kárstica de la Dunita Medellín.
Pero también lo que debe arrojar la investigación de la contingencia es si un posible mal manejo de aguas superficiales tuvo alta incidencia en lo ocurrido el 6 de mayo.
Entre los elementos disponibles que hay para el análisis, que se han podido visualizar con los registros aéreos, apunta el investigador, se puede presumir que no hubo un deslizamiento como tal porque el desgarramiento del terreno ocurrió solo en la parte alta y lo que se observa es que la tierra se comportó como un elemento líquido que se chorreó abriendo dos flancos, uno de ellos fue el que llegó hasta la vía y en su camino aplastó y derribó árboles y material vegetal a su paso.
Eso plantea la posibilidad de que los llenos, esos depósitos superficiales incluyendo aguas residuales de edificaciones en la zona, hayan llegado al punto de saturación por mala disposición.
José Fernando Álvarez, integrante de la Mesa Ambiental de El Poblado, indica que el punto de la emergencia de la semana pasada está entre un polígono sobre el cuál se lanzaron alertas hace 15 años por posibles riesgos debido a la combinación entre la acelerada urbanización, las aguas residuales y el desconocimiento sobre las subterráneas.
Ya en ese entonces, aseveró Álvarez, indicaron a constructoras, habitantes de la zona y autoridades la necesidad de obras de mitigación realmente eficaces, y también de adaptación, así como nuevos estudios de suelos y georeferenciación de la red hidrográfica.
En ese momento Álvarez advirtió que en Los Balsos, por ejemplo, donde se estaban acumulando las edificaciones de lujo, intentaban contener taludes con gaviones endebles y terraplenes de llantas usadas a los cuales les hicieron registro visual y demostraron que ya en ese entonces cedían peligrosamente.
También cuenta que desde ese tiempo surgieron denuncias de talas ilegales, pero nunca pudieron corroborarlas ni determinar su impacto porque, dice, Corantioquia no fue diligente para adelantar las investigaciones y entregar información a la comunidad. Hoy, avisa Álvarez, sigue existiendo el mismo desconocimiento hidrogeológico y también el desconocimiento por parte de la comunidad de cómo están manejando las urbanizadoras, restaurantes y demás establecimientos asentados en la zona las aguas residuales. Todo esto plantea, a su juicio, un debate urgente que debe responder el Distrito y sus entidades sobre el acceso a la información por parte de la ciudadanía respecto a asuntos ambientales que son de vital importancia.
Entre las medidas a mediano plazo, el integrante de la Mesa apunta que la actualización del POT debería incluir categoría de riesgo en esta zona, así como lo hizo en la Cola del Zorro tras la avenida torrencial de 2010.
Desde el Dagrd indicaron que por ahora los monitoreos que adelantan han sido visuales y que para determinar implicaciones hidrogeológicas es necesario adelantar estudios a profundidad, que esperarían hacer a través de la declaratoria de calamidad pública decretada por el alcalde el 30 de abril pasado.
Por ahora, el hecho de que hayan tenido que drenar agua subterránea podría sugerir que las operaciones en la zona tardarían más tiempo del estimado, si llega a tratarse efectivamente de agua pseudo karst de la Dunita Medellín. A modo de antecedente, después de la emergencia de 2010, cuando estaban en labores de remoción y rehabilitación de la zona afectada, los geólogos encontraron sumideros gigantescos de agua en una caverna que venía conectada desde el altiplano del Oriente antioqueño. Así de complejo es el mundo bajo los pies del Valle de Aburrá que aflora, casi siempre, en medio de emergencias.