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Los refugiados venezolanos que Colombia protege en sus fronteras

La mayoría de los ciudadanos con esa condición son del vecino país. Proceso para conseguir ese estatus.

  • Alejandro Zerpa es un refugiado venezolano que vive en Medellín. FOTO Carlos Velásquez
    Alejandro Zerpa es un refugiado venezolano que vive en Medellín. FOTO Carlos Velásquez
16 de julio de 2020
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A Alejandro Zerpa, un expreso político de Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro lo persiguió por años hasta que tuvo que huir a Colombia para refugiarse en nuestro país. Esa historia de hostigamientos comenzó en agosto de 2015 cuando fue privado de su libertad en El Helicoide, una cárcel de Caracas reconocida por ser un centro de tortura para los opositores.

Su único delito es el mismo de otros 420 reos que siguen allí en su país: ser opositor al gobierno. Entre malos tratos, una huelga de hambre por la que se cosió la boca y vivir en un calabozo de dos metros por tres que compartía con otras personas, volvió a la libertad el 23 de diciembre de 2017, gracias a las liberaciones que hizo el Ejecutivo tras la mesa de contacto de República Dominicana.

Quedó libre, pero no en paz. Jamás lo borraron de la lista de objetivos del régimen y cuando pasaba por cualquier retén policial regresaba a prisión, por unas horas, una noche y a veces dos. Así pasó 2018, y las primeras semanas de 2019. Llegó el 11 de marzo de ese año y recibió, otra vez, un ultimátum a su libertad.

Cuando su esposa Esdanyelis Noriega se acercaba a su casa, ubicada a 30 metros del Palacio de Miraflores, desde la cuadra vecina vio que encapuchados del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) golpeaban la puerta, armados, en bloque, y repitiendo el nombre de su marido. No se acercó más y se ocultó en la casa de una vecina.

Todo era cuestión de segundos para poner a Alejandro sobreaviso de que en esa ocasión y por una cantidad de veces que ya se le hacía difícil contar, las fuerzas policiales del régimen lo buscaban. Ese día Alejandro no ingresó a su hogar, su esposa tampoco, pero adentro estaba la suegra con su hijo de seis meses.

A ella y al bebé el tiempo les dio un chance de huir. De tanto insistir, tocando una puerta que nadie abría, los encapuchados del Sebin hicieron una guardia por la zona y ahí, en esos escasos minutos en los que la entrada estuvo descuidada, la mujer salió con el pequeño en brazos.

Después de ese día la familia estuvo un mes en la clandestinidad, sin comunicarse entre sí o salir a la calle porque dejarse ver por el centro de Caracas era un boleto de regreso a la cárcel. A Alejandro un conocido le ayudó a enviarle un mensaje a su esposa y con un par de recados a través de ese intermediario acordaron huir.

El 11 de abril, exactamente un mes después de que el Sebin se llevó todo lo que tenían, llegaron a la frontera con Colombia, en el paso de Paraguachón, para presentarse ante Acnur para pedir refugio.

Alejandro es uno de los 473 ciudadanos extranjeros que han sido reconocidos como refugiados en Colombia, desde 2015, cuando comenzó el fenómeno migratorio proveniente de Venezuela y hasta abril de 2020, según cifras de la Cancillería. La mayoría de esas solicitudes que llegan al Gobierno son hechas por venezolanos.

Pero esos 473 con estatus de refugio aprobados son poco si se comparan con las 17.669 solicitudes que recibió el gobierno en estos cinco años por parte de venezolanos que huyeron de la emergencia humanitaria compleja que vive su país. Este requerimiento ha aumentado progresivamente y a la fecha aún hay 14.535 solicitudes en trámite en la Coordinación de Refugio de la Cancillería.

Huir para salvar la vida

La de Alejandro y su familia es una situación particular porque cuando estuvo preso en El Helicoide fue torturado por el régimen. En esa cárcel, un viejo edificio pensado para un centro comercial que jamás operó, fue ultrajado con choques eléctricos y golpes que le propinaron un daño severo en la columna.

Esa persecución y su pasado como preso político hacen que sea reconocido como refugiado. De acuerdo con la Convención de Ginebra de 1951 estas son las personas que debido a fundados temores de ser perseguidos por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentran fuera de su país y no pueden ser protegidos por este o no puede regresar a él (ver Glosario).

La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) estima que en el mundo hay 26 millones de personas en esa condición. Entre estos están los rohinyá, el grupo étnico perseguido en Birmania, los sirios que huyen de la guerra en su país, los palestinos que han perdido sus territorios por las ocupaciones ilegales de Israel y los venezolanos.

En su informe sobre desplazamiento publicado en junio de este año, Acnur acuñó el término de “desplazados venezolanos” para referirse a los 4,5 millones de ciudadanos de ese país que tuvieron que abandonarlo. De ellos, 93.300 son refugiados; 794.500, solicitantes de asilo, y 3,6 millones son catalogados como desplazados en el extranjero.

Colombia es el segundo país del mundo, después de Turquía, que más desplazados internacionales ha recibido, y el puesto número diez lo ocupa Perú. Ambos entraron este año a esa lista de territorios con más ciudadanos extranjeros acogidos por un mismo suceso: la migración venezolana, que este 19 de agosto cumple cinco años de ser uno de los fenómenos de movilidad humana más críticos.

Como las cifras de la Cancillería lo indican (ver gráfico) pocos venezolanos han accedido al refugio en Colombia, si se comparan con los 1.788.380 ciudadanos de ese país que estaban en el territorio nacional para abril de este año, según Migración Colombia. Vale anotar que en febrero eran más (1.825.687 ), pero varios retornaron por la crisis que desencadenó la pandemia.

Alejandro Zerpa, a pesar de que no ha tenido un empleo formal desde que llegó a Colombia en abril de 2019, no puede volver porque su vida corre peligro. Y esa es, también, una de las condiciones que tiene su estatus: no se puede regresar al país de origen. Pero quedarse también tiene sus retos: “la vida de refugiado es muy difícil”, dice.

La lucha de ser un refugiado

Una migrante puede pedir el refugio al entrar al país o al llegar a la ciudad en la que planea instalarse. Si bien hay consultorios jurídicos que acompañan este proceso, como el de la Universidad de Antioquia o la misma Acnur, el formulario puede ser diligenciado por la persona que pide ser reconocida como tal.

“Para pedir el refugio se puede simplemente hacer una solicitud a la Cancillería en la que se exponen las razones por las que se solicita ese estatus. El problema es que en la ley no existe un término para ese proceso y puede tardar hasta dos o tres años”, afirma el abogado en derechos de infancia y adolescencia Alejandro Ruiz Caicedo.

A renglón seguido, el representante de Acnur en Colombia, Jozef Merkx, dice que la organización ha pedido al gobierno de Colombia que, mientras ese proceso avanza, los solicitantes de la condición de refugio puedan trabajar para que tengan de qué vivir.

Y la historia de Alejandro, quien lleva un semestre gozando de ese reconocimiento, da fe de esa espera indefinida que viven, porque no pueden trabajar hasta que se resuelva su situación migratoria. Así, desde abril del 2019 y hasta ese 23 de diciembre, cuando llegó la resolución que lo acreditó, él y su familia estuvieron impedidos para entrar al mercado laboral.

En ese tiempo vivió de la ayuda de amigos y los ahorros que pudo rescatar en Venezuela, mezclados con las ventas de empanadas, pan y un subsidio que consiguió en diciembre. Ese auxilio fue como un regalo de Navidad con el que pudo pagar los pasajes para ir hasta Bogotá a reclamar su cédula, uno de los beneficios que tiene cuando le reconocen como refugiado.

Hacer ese viaje es otro obstáculo. La solicitud puede hacerse desde cualquier parte del país, pero cuando el gobierno expide la resolución que aprueba ese estatus las diligencias solo pueden efectuarse personalmente, en Bogotá. Con un subsidio de 250 mil pesos su familia pagó los pasajes hasta la capital y con otro más, de un monto similar, pagaron la primera cédula.

Como refugiado pidió a su grupo familiar, sus dos hijos y su esposa, quienes son beneficiarios acreditados, y de a poco fue juntando el dinero para pagar la documentación de sus otros familiares porque la plata, cuando no se ha podido laboral por tanto tiempo, poco alcanza.

A su suegra no la aceptaron como beneficiaria, pero para esos casos el Decreto 1067 de 2015 contempla dar un salvoconducto de 30 días para que el extranjero haga las diligencias pertinentes para organizar su situación migratoria ante el gobierno. Sin embargo, aún con documentos al día la vida no es fácil.

Ya pasaron quince meses desde que llegó a Colombia y sigue sin trabajar porque en Venezuela el Sebin se quedó con su diploma de la universidad, por lo que no tiene cómo acreditar sus estudios. Estuvo a punto de comenzar a laborar en un call center, pero esa falta de documentos frenaron sus aspiraciones. Llegó la cuarentena por el coronavirus y todo empeoró.

“Ser refugiado no ha sido fácil. Queremos trabajar, construir sociedad y no que nos mantengan”, asegura Alejandro. Hoy vive en Medellín, en un barrio de la comuna 7, Robledo. Sigue buscando trabajo, explorando alguna forma de conseguir los documentos que le hacen falta para demostrar que fue al colegio y a la universidad, mientras explora oportunidades para su hijo beisbolista que dejó de jugar cuando migró.

Al final, los retos seguirán por su pasado político en Venezuela. “Acá todavía temo por mi vida porque alguna vez una persona por la calle empezó a tomarnos fotos. Hay infiltrados del gobierno de Maduro acá, un día me encontré hasta con un sargento de la Guardia Nacional”.

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