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volcanes registran algún grado de actividad en el mundo (Volcano Discovery).
Dos semanas después de la erupción, y sin que todavía se disipen los gases en la atmósfera, los efectos del volcán Nyiragongo siguen aterrando a los habitantes de la ciudad congolesa de Goma. Según Médicos Sin Fronteras y Acnur, 32 personas murieron, 18 barrios fueron evacuados, 450.000 pobladores salieron de la urbe, 350.000 requieren ayuda humanitaria y 500.000 quedaron sin el servicio de agua potable.
Tras la explosión magmática del 22 de mayo, más de 1.000 temblores han sacudido la tierra, derrumbando casas y edificaciones. Pero África no es el único lugar que ha padecido este fenómeno recientemente.
El volcán La Soufriere está expulsando nubes de cenizas desde el pasado 9 de abril, cubriendo al archipiélago de San Vicente y las Granadinas, en las Antillas. De momento no hay muertos, aunque 20.000 isleños fueron evacuados, los sismos afectaron 5.000 edificaciones y las pérdidas materiales equivalen al 50% del PIB (US 1.300 millones), según el Ministerio de Finanzas.
No hay un cálculo exacto de cuánto del ganado y los animales de granja se perdieron, solo que, en la zona más cercana al volcán, se dañó el 100% de los cultivos. “Tenemos más cenizas que agua”, le dijo a la BBC el primer ministro Ralph Gonsalves.
Y en Ecuador, el volcán Sangay emitió cenizas sobre dos cantones de la provincia de Chimborazo, el 30 de mayo, disparando las alertas del Servicio Nacional de Gestión de Riesgo y Emergencias (Sngre).
Aunque estos fenómenos no son inusuales, el hecho de que sucedan tan seguido supone un riesgo extra en este momento. Los volcanes son contaminantes naturales y, dependiendo del tipo de químicos que expulsen, su grado de concentración en la atmósfera y tiempo de exposición, podrían generar delicados problemas de salud.
En un mundo con el sistema sanitario saturado por los efectos de la pandemia de covid-19, y con las reservas de oxígeno medicinal escaseando en algunos países, tener más pacientes con enfermedades respiratorias implica un gran desafío.
De acuerdo con la última medición de The Global Volcanism Program, del Instituto Smithsoniano de EE.UU. (con corte a mayo 6), actualmente hay 47 volcanes con procesos eruptivos en el mundo.
Y sumando los casos de menor actividad y movimientos menores, la cifras ascienden a 82, según el portal especializado Volcano Discovery, distribuidos de la siguiente manera: Anillo de Fuego (Islas Kuriles a Filipinas), 17 volcanes activos; Suramérica (14); Indonesia (13); México, América Central y Caribe (12); Océano Pacífico (9); África y Océano Índico (7); Europa y Océano Atlántico (3); Islas Aleutianas, Alaska y América del Norte (3); Islandia (2); Antártica (1); Reino Unido (1).
Para el caso local, el Servicio Geológico Colombiano reportó que hay siete volcanes con “cambios en el comportamiento de la actividad volcánica”, es decir, variaciones en sus parámetros que podrían evolucionar a mayores efectos: el Galeras, los nevados del Huila y del Ruiz, Cerro Machín, Cerro Negro, Chiles y Cumbal.
El Smithsoniano asegura que a diario, en promedio, hay 20 erupciones de toda clase, en un planeta con 1.400 volcanes documentados como “históricamente activos”. ¿Esto cómo puede afectar la salud humana?
Químicos peligrosos
Jhon Jairo Sánchez, profesor del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Universidad Nacional, relató que, independiente de las erupciones, los volcanes expulsan gases a la atmósfera de forma permanente.
Los compuestos más comunes son el vapor de agua, dióxido de carbono y de azufre, sulfuro de hidrógeno, monóxido de carbono, fluoruro y cloruro de hidrógeno, entre otros. “Cada volcán tiene una composición diferente, así que estos elementos se presenten en mayor o menor proporción en cada uno. El nevado del Ruiz, por ejemplo, es muy prolífico con el vapor de agua; en cambio, el Kilauea (Hawai) emite más dióxido de azufre”, afirmó.
Debido a esto, en los alrededores del volcán colombiano no se registran enfermedades endémicas, mientras que en aquella isla del Pacífico son comunes las afectaciones en los humanos (respiratorias, irritación ocular y de piel), animales y plantas.
Los perjuicios para la salud dependen de muchos aspectos, consideró el experto, como el tiempo de exposición de las personas, la concentración de los gases en la atmósfera y el tipo de químicos expelidos.
El profesor Sánchez advirtió que, de todos los compuestos, hay tres que revisten mayor peligro en altas concentraciones. El primero es el dióxido de carbono (CO2), que en un porcentaje de concentración del 3% puede provocar dolor de cabeza, mareo, taquicardia y dificultad para respirar; en porcentajes superiores al 15%, ya peligra la vida por asfixia e intoxicación por inhalación.
“El CO2 es más denso que el oxígeno, por lo que si no hay fuertes vientos que lo dispersen, y las poblaciones están en valles o a nivel del mar, su efecto nocivo aumenta”, aclaró.
El segundo es el ácido sulfídrico (H2S), inflamable e incoloro, que en una concentración de 0,01 partículas por millón (ppm) produce un olor fétido, “a huevo podrido, por lo que le llaman también gas de alcantarilla”. Irrita las vías respiratorias, genera edema pulmonar y, si la concentración es superior a 500 ppm, resulta mortal en menos de una hora.
El tercero es el dióxido de azufre (SO2), que además del escozor en las mucosas, se disuelve en aerosoles en la atmósfera, al contacto con el agua, y puede producir lluvia ácida. Esto es nocivo para las plantas y los cultivos.
Otro de los factores que deben tenerse en cuenta es la velocidad de los vientos y su efecto dispersor de estas sustancias.
Jaime Enrique Gómez, director del Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Antioquia (Dagrán), recordó que “hay algunos casos en los que los piroclastos (materiales sólidos expulsados en la erupción) pueden generar cambios en el clima, al tapar parcialmente los rayos del sol, lo que reduce la temperatura en el territorio”.
Esto se relaciona con la altura de la columna de gases del volcán y con la fuerza de los vientos, que pueden arrastrar estos componentes a cientos de kilómetros de distancia.
“En el Oriente antioqueño tenemos campos con capas subterráneas de ceniza volcánica, proveniente de una erupción del nevado del Ruiz hace muchos años”, aseveró Gómez.
En el caso del Sangay, el volcán ecuatoriano, el Sngre informó que los cantones Alausí y Guamote recibieron la primera lluvia de ceniza; y que el polvo volcánico también podría viajar a las provincias de Bolívar, Los Ríos y Guayas, debido a que esta nube oscura “continúa transportándose a través de la atmósfera por efecto de los vientos hacia el suroccidente”.
Por estas razones es importante estar atento a los reportes especializados, y entender que los residuos volcánicos son otro factor de riesgo, y ahora más que antes, en la época de la covid-19.