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Ataques con ácido: epidemia en R. Unido e Italia

Estas naciones, donde los derechos se defienden a ultranza, doblaron los casos de agresiones con sustancias corrosivas sin que haya leyes para condenarlos.

  • INFOGRAFÍA EL COLOMBIANO
    INFOGRAFÍA EL COLOMBIANO
26 de julio de 2017
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El 21 de junio pasado, el día de su cumpleaños número 21, Resham Khan y su primo Jameel Muhktar esperaban a que cambiara un semáforo en el este de Londres, cuando un hombre blanco con tatuajes en el rostro se les acercó y roció sobre ellos ácido sulfúrico, suficiente para que se deshiciera parte de su ropa y tuvieran que salir corriendo semidesnudos por plena autopista.

Las quemaduras de primer grado en brazos, piernas, espalda y cuello, y los daños en los oídos y la vista son irreversibles. Sin embargo, Resham, una estudiante de administración de empresas, espera que su pesadilla jamás se repita y escribió una carta al Parlamento británico que cuestionó a ciudadanos y políticos del Reino Unido sobre el fácil acceso a sustancias corrosivas en ese país y la forma en que se convierten en armas, sin ninguna regulación aún.

“Mis planes están en pedazos, mi dolor es insoportable y escribo esta carta en el hospital mientras espero pacientemente por el regreso de mi rostro. Necesitaba una manera de llegar a un acuerdo con el ataque, una manera de decirle al mundo lo que me había ocurrido para evitar las miradas de sorpresa y piedad”, comienza la misiva.

“No puedo sentarme mientras otros permanecen encerrados, temiendo que esto les suceda. Este problema debe ser eliminado. Me niego a permitir que el país en el que crecí se acostumbre a los ataques de sustancias corrosivas. El miedo es real. El crimen es real. Y propongo que se tomen medidas ahora”, continúa Resham, y pide a las autoridades cuatro medidas:

Que la Policía Metropolitana de Londres adquiera una postura de tolerancia cero y haga una declaración condenando los ataques con sustancias corrosivas, porque así disuadirán a los criminales; que la posesión de estos productos se convierta en un delito punible y que la legislación sobre la posesión de un arma ofensiva sea actualizada para incluir determinadas concentraciones de sustancias; que se oriente a los fiscales para que se reconozcan estos ataques como delitos graves, y que el Gobierno exija licencias para la compra de dichas sustancias.

Un reino en retroceso

En esas peticiones está de acuerdo Jaf Shah, director de Asti (Acid Survivors Trust International), una organización inglesa que lucha contra este flagelo, y añade que su país es el que mayor número de víctimas por ácido per cápita tiene en el mundo: más de 700 en 2016 (ver infografía).

De acuerdo con Shah, es claro que a corto plazo el gobierno del Reino Unido debe limitar la venta de sustancias peligrosas a través de la introducción de un sistema de licencias y de una restricción de edad para el comercio de esos productos. De esa forma, es posible que se disuada a los autores. No obstante, advierte, el problema no está plenamente entendido en Reino Unido y las soluciones no serán fáciles sin esa claridad.

“El Gobierno necesita llevar a cabo investigaciones detalladas para comprender mejor, examinando la demografía de los perpetradores y las víctimas, las motivaciones detrás de los ataques, los tipos de sustancias que se utilizan con mayor frecuencia”, sostiene el experto.

Por lo pronto, entre lo que ha podido indagar Shah, está que en el Reino Unido la mayoría de los ataques ocurren con ácido sulfúrico concentrado o con productos de limpieza domésticos que contienen ácido o amoníaco y que, contrario a la tendencia mundial en la que las mujeres constituyen la mayoría de víctimas, allá dos tercios de los atacados son hombres, mientras la mayoría de los perpetradores son jóvenes del género masculino.

“Los ataques pueden estar relacionados con el robo o con pandillas callejeras, y en este caso esto podría explicar por qué tan pocos casos llegan a los tribunales o a la fiscalía: las víctimas no quieren verse débiles al ir a la autoridad o temen un ataque de represalia”, afirma el director de Asti, para quien también es claro que los agresores encontraron en el ácido un arma de elección debido a las lagunas en el sistema y la legislación.

No solo las sustancias corrosivas están disponibles en las tiendas inglesas y con precios inferiores a las 6,50 libras esterlinas (alrededor de 25.000 pesos), sino que, a diferencia de los cuchillos o las armas de fuego, no requieren una licencia y su porte solo es castigado por la policía si se prueba la intención. Su uso, además, cala en una sociedad inglesa dividida como nunca entre nacionalistas y defensores de la migración.

Lo que cuesta cicatrizar

Los ataques con ácido se reproducen en Europa como epidemia. Según reporta la Deutsche Welle, desde diciembre pasado, un hombre ha agredido con sustancias corrosivas a cinco mujeres en Berlín, Alemania. Aunque las autoridades no han podido dar con él, su estrategia se mantiene: usa ropa oscura y lanza el ácido desde su bicicleta.

El diario ABC de España relata la historia de Juan Pablo, un doctor en Física de 32 años que fue confundido con otro hombre a quien su exnovia envió a atacar. Por error, tres sicarios le propinaron quemaduras en el rostro, el cuello y el torso con ácido sulfúrico.

En Italia, el segundo país europeo donde la situación se está saliendo de las manos (después de Reino Unido), la sustancia más utilizada para estos crímenes es el ácido muriático, que se puede encontrar fácilmente en los supermercados de ese país, según información de la policía italiana.

Con esa arma de fácil acceso y letal efecto destruyeron el rostro y parte de la vista de Gessica Notaro, una mujer de 28 años y origen argentino que en 2007 había participado en el concurso Miss Italia y hasta comienzos de este año adiestraba delfines y leones marinos en el Acuario de Rimini, una ciudad turística y costera del norte de Italia.

El agresor fue su exnovio Edson Tavares, originario de Cabo Verde y quien ya había mostrado señas de acoso: mensajes y llamadas amenazantes, persecuciones, visitas inoportunas, publicación de fotografías íntimas y de conversaciones en las que ella se lamentaba de su trabajo (para desacreditarla con sus jefes).

El 10 de enero pasado, el hombre la sorprendió entrando en su casa y roció ácido sobre ella. Mientras la auxiliaban, Gessica, que quedó con graves lesiones en el ojo izquierdo, la cara, el busto y las piernas, pedía: “que se perdiera mi belleza, pero que por favor yo pudiera seguir viendo”.

Seis meses después, se siente feliz de poder ver con su ojo derecho mientras se recupera con tratamientos médicos del otro, pero lamenta que durante algunos años no podrá volver a bañarse con sus animales del acuario, porque el cloro de las piscinas sería devastador.

Aunque el hecho le cambió sus planes, su valentía salió a flote como nunca: “Me di cuenta de que la rabia estaba afectando mi proceso de curación, me estaba haciendo daño. Ahora pienso, de forma egoísta, solo en mi misma y que Dios se encargue de decidir si lo perdona a él”, la expresó a EL COLOMBIANO, y agregó que para ahuyentar el odio optó por implantar una idea en su cabeza: “que en la vida nos encontramos con personas para intercambiar nuestros dones y, por eso, no me queda más que aprender de esta experiencia y darla como una enseñanza a los otros de alguna forma”.

¿Por qué los ataques?

Según detalla Lorenzo Puglisi, fundador de SOS Stalking, organización italiana que busca prevenir los ataques, en su país el 90% de los casos ocurren contra contra mujeres y los autores son sus exnovios o esposos que no pueden aceptar que la relación haya terminado.

El ácido es su herramienta más destructiva, una manera de decir: “si no puedo tenerte, entonces nadie más lo hará”, revela Puglisi, y añade que se trata también de un problema con fondo cultural, porque muchas personas siguen viendo a las mujeres como objetos de propiedad de los hombres.

El abogado explica además que en Italia la tendencia está creciendo, sobre todo, por la emulación: cuando los victimarios imitan una conducta delictiva que se está volviendo popular.

Para Notaro es claro que los ataques con ácido parten de la voluntad de alguien de marcar territorio y quitar la identidad al otro. A su vez, la conmoción que despierta un caso en medios de comunicación, sumado a una justicia blanda, hace que se repliquen las agresiones, “sin una pena justa para un acto de esta magnitud”.

Por ejemplo, Tavares fue a la cárcel y le fue retirado su permiso de residencia en Italia, pero las autoridades decidieron deportarlo a Cabo Verde, donde la ley es todavía más blanda con el delito que cometió.

“Se necesita que en los lugares donde se venda esta sustancia se obtengan los datos de quien la compra, porque en Italia hasta los niños la pueden adquirir”, advierte, aunque reconoce que por más que se restrinja el comercio de ácido, las agresiones persistirán si no hay atención de las autoridades a señales de alerta como las de persecución que ella sufrió.

De otro lado, denuncia, el sistema de salud italiano tampoco está preparado para esta seguidilla de ataques con ácido: “Si yo no hubiera tenido la ayuda de mi madre, no hubiera tenido el dinero para curarme, porque con mi rostro perdí también mi trabajo, y se necesitan recursos enormes para las curaciones, las terapias, los tratamientos psicológicos y la recuperación de una vida entera”, porque, dice, la cicatrización mental tardará aún más que la física.

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