Con bermudas y sandalias de turista el cantante y pianista francés Martin Le Ray se sienta frente al piano alemán del Club del Jazz —El Palo con Caracas— para cantar un fragmento de Je l’aime à mourir, una canción que llegó al público hispanoparlante con el título de La quiero a morir en versiones de salsa y balada.
Lo hace para ratificar la idea que hay un puente entre la canción francesa y la música de América Latina. Los préstamos no han sido en una sola vía: también los europeos han traducido a sus idiomas las canciones del acervo local. Uno de los mejores ejemplos de ello es el vals peruano Que nadie sepa mi sufrir, compuesto y escrito por los argentinos Ángel Cabral y Enrique Dizeo. La canción se convirtió en un verdadero éxito con la versión que hizo de ella la mítica Édith Piaf bajo el título de La foule. En el fondo, la música no tiene una nacionalidad definida y unívoca.
Medellín es la última parada de un viaje de dos meses de Le Ray que se convirtió en una gira. Su concierto en la capital de Antioquia es hoy a las siete de la noche en el Club del Jazz. El evento se programó con la ayuda de la Alianza Francesa de Medellín.
Una gira de dos meses
El tránsito de Le Ray comenzó en México, pasó por Centroamérica y llegó a Colombia. En el camino Le Ray ha hecho recitales en Puebla, San Cristóbal de la Casas —México—, San Salvador, Salvador, Bogotá. En estos sitios el repertorio hace las veces de puente del pasado con el presente.
Le Ray decidió hacer un show que mezcla las canciones de compositores actuales —Bernard Joyet, Pascal Mary, Julie Rousseau— con los temas que los calendarios han convertido en clásicos en las voces de Piaf, Charles Aznavour, entre otros. A veces el público es el que impone el repertorio: Le Ray recuerda la insistencia de una muchacha en Bogotá de escuchar al final del concierto Ne me quitte pas, el himno francés para los amores desbordados.
“En Francia esa canción es un poco una locura. No es solamente una historia de amor. Es más la historia de un loco que no sabe cómo expresar su amor y lo hace con imágenes muy fuertes, muy locas”. Y no le falta la razón a Le Ray: en un pasaje el yo lírico de la canción le ruega a la amada: “Déjame ser la sombra de tu sombra/la sombra de tu mano/la sombra de tu perro”.