Hablo como soy, soy como hablo. Mis palabras indican lo que soy para mí mismo y para los demás. Dime cómo hablas y te diré quién eres. Las palabras que empleo en mi vida cotidiana me dicen quién soy yo. Las palabras son el espejo del alma.
Jesús de Nazaret amaba las palabras. Fue un contador de parábolas, cuentos maravillosos en los que aprisionó la mirada, fotografías verbales de la vida real.
El lector se queda admirado del don de la palabra de Jesús. Sus parábolas son un mar embrujado de palabras para naufragar en él. Renan las meditaba absorto. “En las parábolas, como en las esculturas griegas, el ideal se deja tocar y amar”.
En la gramática, el adverbio es una parte invariable de la oración que acompaña al verbo, al adjetivo o a otro adverbio. No es raro que el adverbio sea superfluo, como decir: evidentemente el sol ilumina y calienta. Lo llamamos lenguaje desempoderado porque sobra, carece de poder.
El adverbio es majestuoso, tiene majestad, es decir, grandeza, superioridad y autoridad para modificar a gusto del que lo usa el verbo, el adjetivo y el adverbio. Modificar es poner un nuevo modo de existir, el modo que el escritor elige porque le gusta o le interesa.
S. Juan de la Cruz es maestro del adverbio. “Claro está que siempre es vano el conturbarse, pues nunca sirve para provecho alguno”. Quien toma esta frase como norma de vida, acentuando los dos adverbios de tiempo, ‘siempre’ y ‘nunca’, alcanza éxito asombroso en su comportamiento, como si hubiera visitado al mejor psicólogo del mundo, que es Dios.
En su poema ‘Llama de amor viva’ tiene tres adverbios de pasmosa habilidad lingüística y espiritual. “¡Oh llama de amor viva/ que tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!” Es del todo inaudito que una llama hiera tiernamente. Herida tierna es un oxímoron, dos palabras de significado opuesto que al juntarse dan un asombroso sentido nuevo.
“¡Cuán manso y amoroso/ recuerda en mi seno/ donde secretamente solo moras!”. Que alguien, que es manso y amoroso, more secretamente es algo inefable, sublime. “Y en tu aspirar sabroso,/ de bien y gloria lleno,/ ¡cuán delicadamente me enamoras!”. Desmesurado erotismo, de armonía sin par, el de enamorar delicadamente. El adverbio sanjuanista cumple un papel de armonía y plenitud extremas. Lo que tanto necesita el hombre del siglo XXI.
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