Millones lo vieron. El hombre estaba con una túnica naranjada, arrodillado mirando el infinito y con el desierto de telón. Cuando terminó de dar su mensaje, un hombre del grupo islámico Isis le cortó la cabeza con un cuchillo y la descargó como si nada sobre el cuerpo de espaldas. Estas imágenes del periodista James Foley le dieron la vuelta al mundo gracias a videos reproducidos en redes sociales como Facebook, Twitter o You Tube. Solo horas después de que los encargados de estos medios se percataron de la crudeza de las imágenes, decidieron bloquearlas o suspender las cuentas que las difundían.
Ver cómo se transmitía la muerte de una persona sin filtros y sin la preocupación por la dignidad del muerto o los sentimientos de su familia, me hizo recordar el periódico El Espacio. Este diario que existió durante 48 años en Colombia y desapareció en el 2013, se convirtió en pesadilla de muchos niños que por accidente veíamos su portada cuando el automóvil familiar paraba en uno de los semáforos del centro de Medellín o alguien cercano lo cargaba con disimulo para no quedar en evidencia. En su portada apareció gente masacrada, deforme o con las enfermedades más extrañas.
El afán de sus fotógrafos por conseguir una imagen impactante a veces los hacía olvidar las víctimas o el lugar. En la Facultad de Comunicación de la UPB se habló una vez de un reportero de esa publicación que se detuvo cerca de un carro en llamas con pasajeros adentro en pleno accidente. Al hombre lo insultaron porque en su afán de tener la imagen de portada, no auxilió la gente que fotografiaba.
Hasta qué punto es necesario difundir imágenes escabrosas de la gente y hasta dónde se respeta la dignidad humana, es una pregunta que se hace por estos días Jay Caspian Kang, editor de Ciencia y Tecnología de la revista semanal New Yorker, y quien opina que la política de estas redes es ambigua. Si las imágenes de cuerpos o accidentes son consideradas de interés público por los administradores de estas redes, no son removidas de Internet aunque haya una petición de familias o involucrados.
Tampoco bloquean ciertas cuentas donde toman fotografías a mujeres sin su consentimiento en lugares públicos y en posiciones poco favorecedoras. Según él, si estas redes sociales que impulsaron movimientos como la Primavera Árabe quieren inspirar y contribuir a revoluciones que buscan el bien social, deben tener una política más razonada y diáfana en este momento donde el ánimo de vender cualquier historia o ser popular es el deseo predominante. El poder de las redes sociales se ha vuelto inmenso. Lo ocurrido con el violinista en El Metro de Medellín es un ejemplo de ganas de protagonismo mediático.
¿Por qué algunos no hablaron antes de la Cultura Metro y el arte público en la ciudad? Es solo cuestión de montarse en un bus del centro o en un vagón congestionado del Metro a hora pico para ver qué pasa. No hay mucha novedad. La cabeza de Foley generó otro debate sobre medios que en lugar de construir, a veces destruyen.
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