Dicen mis amigos que yo me creo accionista del metro, porque lo quiero, lo cuido, hablo de él como si fuera mío y no entiendo por qué hay personas que no han podido adoptar las normas de comportamiento sugeridas por la cultura metro.
Seguro son los mismos que opinan que no cumple con las expectativas de mejoramiento de la calidad de vida que nos vendió desde antes de entrar en funcionamiento.
Los criticones, desmemoriados y muy malagradecidos, olvidaron la eternidad del bus, en condiciones de hacinamiento, con esculcada de bolsillo, robo garantizado y lo peor, al menos para las damas: la estregada de aquello por parte de los acosadores sexuales contra los hombros de las que íbamos sentadas.
Ahora nos desplazamos sin depravados haciendo de las suyas contra nuestra humanidad, en mucho menos tiempo, sin la música estridente del chofer, sin tacos, sin los remezones de los pares ni de los arranques, sin la gente colgada de los espejos con toda su integridad física expuesta y en alto riesgo de atropellar un poste.
El metro es el medio de transporte más económico, rápido, seguro y menos contaminante que tenemos. Puede que no sea el más cómodo en las horas pico, cuando no le cabe ni la menor duda, pero todos los metros del mundo están diseñados para trasladar multitudes, por algo son sistemas de transporte masivo.
La rapidez y la economía son valores agregados permanentes, mientras que la comodidad tiene ratos... Unas por otras. ¿Y de las filas qué? Fácil: se evitan con la Cívica, que funciona hace más de un año, pero la terquedad y la resistencia al cambio no permiten que todos los usuarios pasen los torniquetes como Pedro por su casa.
Nuestro metro logró permearnos el sentir extraordinario de que es posible tener una empresa rentable sin detrimento de sus clientes; se ha convertido en un referente de la ciudad y, además, se interesa por el arte y el conocimiento desde diversas actividades como exposiciones, proyección de películas y hasta bibliometros, con más de cinco mil títulos al alcance de igual número de usuarios registrados.
También lleva la cultura por toda la ciudad y a veces la deja en algunas estaciones. La de El Poblado está estrenando un bellísimo mural del artista Daniel Gómez, como homenaje al escritor Manuel Mejía Vallejo al conmemorarse diez años de su fallecimiento, mientras en los vagones podemos leer párrafos de su obra. Antes hemos leído de Barba Jacob, Fernando González, Tomás Carrasquilla, León de Greiff y Marco Fidel Suárez, entre otros.
Eso también es calidad de vida y marca la diferencia. Por eso el metro es mucho más que un ascensor acostado. Y por eso lo quiero como si fuera mío.
Pico y Placa Medellín
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