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Las que brillan en la historia

En la historia de la humanidad, mujeres se han destacado por los hijos que han tenido —virtuosos o perversos— o por la excentricidad de ellas mismas.

  • Ilustraciones: Emers
    Ilustraciones: Emers
03 de mayo de 2014
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Hay mujeres que han pasado a la historia por haber sido madres, a pesar de que ese atributo no sea algo escaso sino común. Tener hijos es una acción natural, que en nada nos diferencia de los demás seres vivos. De modo que destacarse en un hecho que hacen tantos, es ya una proeza. Quienes se han destacado por ser madres, ha sido, a veces, por su excentricidad; en otras, por la singularidad de los hijos, calaveras unos, creativos otros, cuyo prestigio alcanza a cobijar a su progenitora.

Eva, mítica o real, tuvo su gracia ella misma. Primera mujer, su nombre, en hebreo, quiere decir “madre de los vivientes”. El célebre pintor Alberto Durero la representó como una adolescente muy blanca, con una cabellera larga y peinada, con la cabeza puesta de frente, pero con la mirada ida hacia un sitio cercano situado a su derecha y que no se sabe qué es, parada con sus pies pulidos cerca de una planta de la que pende un rótulo informativo, de la cual una de sus ramas queda justo a la altura del sexo para tapárselo. Con su mano izquierda toma la manzana que le indica una serpiente que parece mansa en un árbol contiguo.

Fue protagonista de su propia vida, a pesar de que su destino era el de ser personaje secundario, sumiso, inadvertido. Su surgimiento -salió de una costilla de su compañero, Adán- ya hablaba de su insignificancia. No pasó a la historia por haber parido a Caín, Abel y Set, ni por las andanzas de estos o por las de Adán, su compañero. Cobró renombre por su propia acción: haber comido el fruto de un árbol, en contra de la prohibición divina en tal sentido. A partir de esa desobediencia, cuenta la historia sagrada, fue expulsada del Paraíso junto a su familia. Con este desplazamiento llegaron dificultades para ella y la humanidad: hubo muerte, dolores de parto, necesidad de trabajar... El impacto fue grande.

Otra madre notable es María. La Virgen. Se destacó por dos asuntos trascendentales: haber sido madre de Jesucristo, el hijo de Dios, y por haber quedado virgen después de parir.

Cuentan los Evangelios Apócrifos, que su bondad era inmensa desde niña. Acudía al templo de Zacarías y se conservaba pura y llena de virtudes, de gracia, y hasta la cuidaban los ángeles. Sufrió, claro que sufrió con él. Con las persecuciones y tormentos de que fue objeto. Y, cómo no, con su muerte en cruz. Fue premiada por tantos sacrificios: fue elevada en cuerpo y alma al cielo, lo cual no le sucedido a ningún otro ser humano, salvo a algunos de ficción.

Agripina fue una mujer contemporánea de María. Su nombre era Julia Vipsania Agripina y vivió del 14 antes de nuestra era al 33 de nuestra era. Era una noble romana a quien se tiene por virtuosa. Se casó con el general Germánico. Ambos fueron padres de nueve hijos, entre ellos unos tristemente célebres. César, Nerón, Agripina la menor (madre estas de Nerón), Drusilla, Julia Livia y Calígula son algunos de ellos. Esos hijos dueños de crueldad, la hicieron inolvidable, sí, pero también su amor por Germánico. Tras la muerte de este, al parecer víctima de un asesinato, se dedicó a tratar de esclarecerlo, aunque sin éxito. Se dejó morir de hambre en la isla Pandataria.

Reconocida fue también María Letizia Remolino. Grande y odiada suegra. María Letizia fue la mamá de la joyita de Napoleón Bonaparte. Nació en Córcega, en 1750, y hacía parte de la nobleza corsa. Bella e inteligente, se casó con Carlos Bonaparte, un abogado de la isla, cuando tenía 14 años. Enviudó a los 35 años. En la Revolución Francesa, viajó a Francia con sus hijos y se radicó en Marsella. Nunca apoyó las guerras expansionistas de su hijo y jamás aceptó a Josefina, la mujer de él. No asistió a la boda ni los felicitó. El día de la coronación de Napoleón, no se hizo presente por no saludar a Josefina como emperatriz. Sin embargo, Napoleón la quería y admiraba. Hizo pintar su imagen en un cuadro de Jacques-Louis David, al lado suyo y de Josefina, como si hubiera estado en la corte. El famoso hijo le dio el título de Su Alteza Imperial, Madre del Emperador. Invitada por Napoleón a la reunión en la que anunciaría su divorcio, motivado por la infertilidad de Josefina, asistió. Y a partir de allí volvió a acercarse al hijo. Murió en Roma, quince años después de él, ciega y sin capacidad de mayores movimientos, el 2 de febrero de 1836.

Pocos recuerdan que la célebre física Marie Curie, polaca de nacimiento, ha sido uno de los pocos casos en que un mismo ser humano ha recibido dos veces el Premio Nobel, en campos y años diferentes. También fue la primera mujer en ser profesora en la Universidad de París, cuando esta ya tenía 650 años de fundada.

Dirán algunos que, hasta aquí, esta científica nacida en 1867, nada se dice de ella como madre. Sin embargo, además de sus estudios sobre la radioactividad debió ser también una mamá notable porque su hija, la brillante Irene Joliot Curie, recibió una formación formidable en física y química, y aprendió de su progenitora el espíritu investigativo. Al extremo que recibió el Premio Nobel en Química.

Eva Curie, otra hija, escribió la biografía de Marie Curie, la cual fue publicada en 1937. Seis años después salió una película basada en el libro, dirigida por Mervyn LeRoy, titulada Madame Curie. En 1997 aparece otro largometraje, este del director francés Claude Pinoteau, titulada en español Los méritos de Madame Curie.

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