¿Por qué una obra de arte es tan cara?
Las bellas artes ofrecen los productos más costosos del mundo. ¿Cómo son los mercados del arte para las pinturas y las esculturas según la clase económica?
Los precios de los objetos de las bellas artes son algo que desconcierta, por el monto supremo que pueden llegar a alcanzar. Pocos artefactos hay en el mundo que cuesten algo parecido. Definitivamente, estos precios responden a características muy interesantes de la psicología humana. El poeta y escritor de arte Michael Findlayi dice que la actividad humana y la intención colectiva le dan al arte un precio, no un valor intrínseco.
Muchas veces el que compra una obra no lo hace por la emoción que esta le despierta, sino por la inversión. Compra con la esperanza de lo que se va a ganar en el futuro, compra porque puede vender por un precio mayor, compra porque no pagará impuestos por tenerla, compra por el prestigio que da tenerla, compra para ostentar, para hacer alarde de riqueza y de buen gusto o por placer.
Las obras de arte son objetos que se prestan para la especulación, porque las variables que influyen en su precio así lo permiten. Cuestan mucho porque son objetos únicos, no hay otros idénticos. Cuando hay varias obras idénticas cuestan menos, como ocurre con los grabados, las esculturas que se hacen en molde, las fotografías y las serigrafías.
Nadie sabe cuántas cosas pueden darle fama a un artista. Para alcanzar la notoriedad, funciona desde hacer un escándalo personal, hasta el robo de una obra. Cuando un artista muere, el alza en el precio de sus obras es inmediato, ya que no podrá hacer nuevas. Lo más común es que las obras de un artista se vendan porque algún famoso compró una, y luego otros famosos quieren tener otra del mismo autor. El vallecaucano Óscar Murillo sedujo a Leonardo DiCaprio, la estrella de Hollywood, quien pagó 400.000 dólares por una obra suya en 2013.ii El actor le dio la fama al pintor.
Ponerse de moda aumenta la demanda, pero no la oferta, así que el precio sube. Como asegura Don Thomson,iii los curadores y los coleccionistas quieren subir de categoría a un artista si ellos invirtieron en alguno de sus trabajos. Por eso, el video del artista albanés Anri Sala fue nominado por el mismo coleccionista para el premio artista joven, en la Bienal de Venecia, y para los premios Hugo Boss, Marcel Duchamp, Beck’s Future y para el Premio National Gallery para un artista joven, en Alemania, y se ganó el premio de la Bienal de Venecia.
Hoy en día, para que un trabajo se convierta en “obra”, necesita el apoyo de curadores, comerciantes de arte, compradores y coleccionistas. Tener un comerciante de arte conocido, con buena reputación, es la primera condición para determinar su precio. Los conocedores saben que un negociante de arte superestrella multiplica por tres el valor de una obra. Exhibir las obras en una galería de vanguardia es otra circunstancia que ayuda. Si la galería es buena y la obra no tiene un historial en galerías famosas, su precio puede empezar alto, en unos 5000 dólares. Empezar con un precio alto muestra que lo que el artista vende es importante. No es la obra la que le da prestigio a la galería, es la galería la que da prestigio a la obra, y seguridad al comprador. Mientras más alto se percibe el precio, más valor adquiere el objeto y más gratificante es para el comprador.iv
Una regla general en este negocio es que el comerciante nunca debe bajar el precio de una obra, sea el artista joven o mayor. En cada exposición el precio de la obra debe subir respecto a la anterior. Por ejemplo, por el Warhol Burning Car I se pagaron 71,7 millones de dólares, cuatro veces más que lo último que se había pagado antes por un Warhol.v
Si el precio llega a bajar, la demanda desaparece. Pero si el artista está ensayando algo por completo nuevo, la obra puede tener un precio por debajo del último precio pagado por una de sus anteriores obras. Las galerías usan una estrategia conocida en otras plazas: sobre un producto al que se le ha subido el precio ofrecen descuento. Así, el precio sigue en alza. Por muchos motivos se mantiene en secreto sagrado lo que los compradores pagaron por las obras. Los lugares de élite no dejan ver el precio de sus productos, pues es una forma indirecta de decir: “Si usted es verdaderamente rico, el precio no lo va a disuadir de comprar, y comprará sólo comandado por el deseo o la confianza en la galería”. La galería Gagosian, muy famosa en Londres, pero con sedes en otras capitales, es un ejemplo de lo dicho. Para que una galería llegue a ser importante debe, entre otras cosas, haber sido invitada a ferias importantes, como la de Basilea.
Otra condición para vender bien las obras es haberse ganado un premio importante, como el Premio de Arte de la Fundación Guggenheim, el Premio Hugo Boss para el Arte Contemporáneo, el Premio Carnegie International o el Premio de la Fundación Joan Miró, o ser llamado a participar en una bienal como las de Venecia, Sídney, La Habana, Estambul, Berlín, Shanghái o Moscú, o en ferias de arte como la Maaestricht, la Kasel, la Art Basel, en Suiza; la Art Basel, en Miami Beach, o la London’s Frieze, en Londres.
Salir en las revistas, sin duda, ayuda a promover al artista y su obra. En Nueva York, hay más revistas de arte que en el resto del mundo. Las galerías pagan por ciertas páginas y le dan soporte a la revista.
Arte para los billonarios
Las subastas funcionan como obras de teatro en las que se subastan obras para billonarios. Las subastas más famosas son las de Christie’s y Sotheby’s, pues mueven sumas enormes de dinero y controlan el 98 % del arte que se subasta en el mundo. Con el tiempo se han ido acabando para la venta las obras disponibles de artistas fallecidos, así que a los artistas vivos se les han abierto más oportunidades. Para saltar a la fama mundial, basta que una obra de arte alcance un precio muy alto en una subasta. Esto asegura ocupar portadas de revistas y periódicos. El lado oscuro de las subastas es que, si una obra no se vende o no alcanza un buen precio, se desvaloriza. En las subastas se crea una competencia de poder entre los millonarios, y comprar se convierte en una victoria pública.
Cuando se paga dos veces el valor con el que inicia el precio de una obra, la sala reverbera de emoción y la curiosidad se apodera del público. En una ocasión, por un Marlene Dumas que empezó en 550.000 dólares se llegó a pagar 1 millón, suma nada despreciable para la obra de una artista viva, y por un Warhol que empezó en 8 millones de dólares, se terminó pagando trece y medio millones. Cabe destacar que cuando en las subastas se usa el apellido del artista para referirse a la obra, como el Warhol, el Nauman, el Gursky, el Koons, es señal de que va a costar una fortuna.
La subasta es un evento donde lo que está en la luz tiene las mismas proporciones que lo que está en la oscuridad. En la luz están el número de apostadores y el precio del martillazo. En la oscuridad está quiénes son los que realmente están apostando, cuáles apuestas son reales, cuáles son ficticias y a quién pertenecía la obra. A veces las subastas ofrecen obras que no llegan a ser subastadas porque son retiradas la noche anterior, y no hay a quién preguntarle cuál es la razón, pero se sospecha que es porque los interesados temen que la puja no sea suficiente para alcanzar a subir el precio de la obra hasta el valor esperado. Es natural que los que están en la oscuridad impidan, hasta donde les sea posible, que el precio de la obra baje o, lo que es peor, que no se subaste. En una casa de subastas, en Nueva Zelanda, retiraron dos pinturas de Claude Monet, porque se supo a tiempo que no eran originales, sino del famoso falsificador Elmyr de Hory, todo un maestro. Cabe anotar que sus falsificaciones son muy valiosas por derecho propio, pero su precio está muy por debajo de los originales.
Mucho de lo que se queda en la casa de subastas se vende más tarde en negociaciones privadas, donde marchantes y museos aprovechan para hacer sus adquisiciones. Para los marchantes es desigual la dura competencia con las casas de subasta, ya que en ellas se llega a pagar el doble de lo que vale la obra en la galería. La escultura de Jeff Koons que se llama Ushering in Banality, un cerdo de color rosado, de la cual hay cuatro en el mundo, fue vendida en Sotheby’s por 4 millones de dólares, en noviembre del 2006, y en la galería de al lado otra de las cuatro se ofrecía por 2,25 millones de dólares.
Artes para millonarios y para hacerse millonario
En el Renacimiento, los artistas no eran independientes, trabajaban por encargo, en talleres en los cuales los discípulos aprendían las técnicas y ayudaban en las partes más sencillas, como preparar los lienzos, moler los pigmentos y llenar los fondos. Hoy algunos contados artistas crean las obras, pero no las hacen ellos, sino que dirigen su manufacturación para satisfacer las demandas del mercado. Estos artistas tienen fábricas con muchos empleados, expertos cada uno en una labor, que ejecutan las obras desde el principio hasta el final, y el nombre del artista es equivalente a la marca del objeto comercial. Algunos artistas son empresarios que planean los trabajos y vigilan la divulgación y la mercantilización. Si vender es la finalidad de lo que hacen, ellos aspiran a ser una “marca” costosa y con alto estatus. Es el caso de Jeff Koons, quien tiene un taller de gran producción en Los Ángeles; del inglés Damien Hirst, que lo tiene en Inglaterra; de la japonesa Yayoi Kusama, que lo tiene en Japón; del chino Ai Weiwei, que tiene talleres en Alemania, Portugal y Reino Unido; del inglés Anish Kapoor y del artista danés-islándico Olafur Eliasson, cada uno de los cuales tiene el suyo en Reino Unido.
Takashi Murakami tiene dos estudios. Uno en Tokio y otro en Nueva York. La socióloga inglesa Sara Thornton visitó el estudio de Tokio, desde el cual Murakami dirige su compañía, llamada Kaikai Kiki Co, que cuenta con noventa empleados dedicados al diseño de objetos para la televisión y para el mundo de la moda; además, agencia el arte de siete artistas japoneses, cinco de los cuales son mujeres. En su estudio, varios empleados trabajan en la pintura de los lienzos que él diseña, y su empresa, como cosa inusual, les da los créditos a los muchos colaboradores que trabajan en ella. La obra Tan Tan Bo, de 2001, la hicieron veinticinco personas, y sus nombres están escritos en el reverso del lienzo. Al visitar la empresa de Murakami, Thornton encontró ochenta y cinco lienzos muy bien preparados, contratados por la galería Gagosian, a un precio de 90.000 dólares cada uno, listos para pintar en ellos el diseño Flores de la alegría. Sugimoto San es la directora de pintura, y ella misma termina cada obra, con una calidad impecable. De algunas esculturas se hacen ediciones variadas no solo en cantidad, sino también en el número de colores usados. En una escultura se pueden usar trescientos colores, y en otra edición de la misma escultura, novecientos. En la casa donde trabaja el grupo Kaikai Kiki, el almuerzo es comunal, y la cantidad de mercancía es descomunal: camisetas, afiches, tarjetas, almohadas, calcomanías, figurines, tazas, almohadillas para el mouse, llaveros, catálogos, protectores de celular, bolsas, servilletas, lápices y esculturas pequeñas, repetidas miles de veces para regalos de Navidad de algunas empresas. Murakami no se considera un buen líder, ni un buen administrador, pero sí un hombre ambicioso que quiere hacer muchas cosas, y que trabaja con el objetivo de ser popular. Su método es el mismo de la naturaleza, obtener el éxito por medio del infalible ensayo, error y selección. En los diseños de Murakami, dice una de sus asistentes, no hay íconos banales; el uso de la parodia y el sinsentido son, calculadamente, una crítica a los mundos del espectáculo y de las marcas.
Sin romanticismos, ¡qué negocio puede llegar a ser el arte!
En Corea del Sur se encuentra la empresa SM Entertainment, una de las principales compañías de entretenimiento y agencias de talentos, fundada en 1995 por Lee Soo-man. La compañía se especializa en la gestión y promoción de artistas en la industria del entretenimiento, con un enfoque significativo en la música, especialmente en el k-pop. La compañía produce y promociona grupos y solistas en diversos géneros musicales, pero hace énfasis en el k-pop. Algunos de los grupos más famosos asociados con SM Entertainment incluyen EXO, Super Junior, Girls’ Generation, SHINee, NCT y Red Velvet. Esta compañía representa y promociona a actores y actrices en la industria del entretenimiento coreano, tanto en actividades musicales como cinematográficas y televisivas. También está involucrada en la industria de la moda, y se ha expandido a la industria del entretenimiento digital, por medio de contenidos y plataformas relacionados con la música y el entretenimiento. Es pionera en la creación de cantantes y en la expansión global de la cultura del entretenimiento.
La era digital ha modificado principalmente la industria musical. La distribución en línea y el auge de las plataformas de streaming han cambiado la forma en que se accede y consume, lo cual ha tenido impacto en la manera como los artistas generan ingresos y como operan las discográficas en el mercado. Para la empresa musical, se necesitan músicos, compositores, productores, sellos discográficos, distribuidoras, plataformas de streaming y una amplia gama de profesionales, para crear, promocionar y distribuir a nivel mundial.
Artes para la gente adinerada
China les ofrece a los occidentales que puede viajar y tiene algún poder adquisitivo mercancía falsificada de las grandes marcas, a precios altos, pero accesibles. Para el negocio del arte, hay barrios en China cuyos nombres circulan por internet, en los que se aglomeran copiadores profesionales de pinturas famosas. En este tipo de empresa, los turistas encargan copias al óleo de La Mona Lisa, de Leonardo; de Los girasoles, de Van Gogh; de La joven de la perla, de Vermeer, o de las obras que a los turistas se les ocurra.
Pronto habrá una empresa equivalente a SM Entertainment para cada campo de las artes, como pintura, dibujo, escultura y grabado. Solo se necesitará una buena suma de dinero y un buen gerente. Investigadores de mercado harán las encuestas pertinentes para saber qué es lo que la gente desea y compra. Otros grupos de personas de la misma área estudiarán las tendencias de la moda, y diseñarán lo que el comprador sueña, para luego fabricárselo a la medida de lo deseado. Se harán ensayos de color, terminados, texturas, materiales y variaciones de las obras, con el fin de sacar objetos “únicos”, y también series pequeñas en número. La compañía será dueña de las galerías en las cuales se exhibirán los productos, y contará con sus propios marchantes, revistas y críticos de arte. Esto ya es una realidad en el cine. Compañías como Netflix, Lulu y Amazon producen cine para distintos públicos y regiones, hacen mercadeo y contratan, para cada necesidad, a los directores y productores para que hagan las películas y las series que las personas están esperando o deseando ver.
A los humanos, tan sociales y jerárquicos, nos gustan los ídolos, el nombre del artista, el sujeto “genio”, único, que se lleve los méritos, un artista emblemático de su campo. Muchas veces la obra no es más que un mero rayón hecho en una servilleta..., pero si ese rayón está hecho por Picasso, ¡es un Picasso! La gente es capaz de pagar altos precios por objetos no únicos, por objetos repetidos, que son parte de una serie, siempre y cuando sean de “marca”. A propósito de lo que es único, los actores de cine y de televisión son estrellas amadas por la gente, y un robot no puede reemplazarlos.
Si llegara el momento en que la forma de hacer arte fuera en fábricas y bajo la demanda de los compradores, al artista individual, como todavía es hoy la mayoría, le quedaría difícil sobresalir solo, proponer algo interesante, pues competiría con grupos productores y creadores de largo alcance. Además, habría compañías que harían arte para los billonarios, los millonarios, los ricos, la clase media y los pobres. La primera pregunta sería: ¿cuántos artistas-empresa puede mantener una sociedad? Otras preguntas que surgen son: ¿cambiarían los parámetros de juicio?, ¿qué se juzgaría?, ¿qué podría evaluarse en ese nuevo contexto?
Artes para decorar
Existe un mercado de pinturas, grabados, dibujos, fotografías, afiches y pequeñas esculturas que se mueve en los barrios, en los centros comerciales, en las calles y ferias artesanales que, aunque no recibe el aval de los críticos, marchantes y galerías, ofrece productos para decorar, que se venden por precios módicos. La gente que no pertenece al mundo de la élite de las bellas artes llama arte a estas piezas, que no alcanzan a destacarse en su categoría pero que sirven para decorar paredes de casas, fincas, hoteles y oficinas. Los paisajes, las marinas, los caballos de largas crines, las mascotas y las esculturas cuyo tema es el cuerpo humano desnudo son los motivos más comunes.
La gente común desea que sus pinturas y fotografías representen paisajes en los que hay montañas, árboles, ríos y unos pocos animales. A esta conclusión llegaron Komar y Melamid, artistas de origen ruso e investigadores de arte, quienes de 1994 a 1997 trabajaron en la serie People’s Choice (Lo que la gente prefiere), en la que pintaron los cuadros “más buscados” y “menos buscados”, basándose para ello en los resultados de las encuestas formuladas por empresas encuestadoras profesionales. Joann Wypijewski publicó en 1998 el libro Painting by Numbers: Komar & Melamid’s Scientific Guide to Art, donde ambos artistas explican los fundamentos estadísticos usados en el proceso de las encuestas, y los resultados de las preferencias en distintas regiones del mundo. Algo muy distinto de lo que es apreciado en el mundo de las élites de las bellas artes.
Corrupción en el mundo de las bellas artes
Al igual que lo que ocurre con la ganadería en muchos países alrededor del mundo, las bellas artes son un buen mecanismo para evadir impuestos. La venta y compra de ganado es prácticamente imposible de vigilar, las ventas no se facturan, se pagan en efectivo, y los ganaderos esconden los ingresos obtenidos. Con los objetos artísticos pasa lo mismo.
Muchos artistas, galerías y casas de subastas esconden sus ganancias a los gobiernos. A este tipo de economía se la llama economía informal, pues no se registra, y se da también en artistas o deportistas de altos ingresos. Además, estas ganancias no solo no se registran, sino que existen lugares prácticamente libres de impuestos, paraísos fiscales, zonas francas donde es “legal” guardar las obras de arte. Allí los comerciantes las ocultan el tiempo que consideren necesario, o las mueven de manera invisible por el mundo entero, de una zona franca a otra.
Las obras de arte sirven para lavar activos, pues el precio es altamente modificable ya que no tiene parámetros fijos, y la factura puede ser ficticia. Alguien puede alegar que la pintura enrollada que lleva en su maleta vale 30 dólares, cuando en realidad cuesta trescientos. Un caso escandaloso ocurrió con una pintura de Jean-Michel Basquiat que viajó de Londres a Estados Unidos. El valor del lienzo reportado en la aduana había sido 100 dólares, cuando su valor real eran 8 millones de dólares.vi
El precio de las obras de arte no solo se presta para la especulación, sino que varía “según el marrano”. Esto las convierte en uno de los productos humanos que todavía gozan de ese tipo de “libertad”; por esta razón, se constituyen en objetos ideales para los atracadores de cuello blanco. Lo más importante para un especulador es contar con lugares seguros y libres de impuestos. La zona franca de Ginebra es del tamaño de veintidós canchas de fútbol, y en 2024 la estaban ampliando otros cuarenta mil metros cuadrados. Según The Economist,vii en las zonas francas de Ginebra y Zúrich puede haber 10.000 millones de dólares en pinturas, esculturas, joyas, alfombras y otros objetos de lujo. Un solo hombre, Yves Bouvier, dueño de las zonas francas de Luxemburgo, Mónaco y Singapur, es el mismo tipo que fue acusado de fraude en la venta de un cuadro de Picasso. Sin embargo, a los millonarios del arte no siempre les queda fácil hacer sus fechorías. Hace años, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos solicitó la incautación de obras de Pablo Picasso y Jean-Michel Basquiat que supuestamente habían sido compradas con dinero robado.
Una persona que quiere vender una casa puede ponerle el precio que quiera; pero, independientemente del precio que la persona decida, el municipio cobra unos impuestos. El valor de una propiedad se mueve dentro de un margen, y una vez esté determinado su valor comercial, no importa si le regalas la propiedad a un hijo, ya que, al cambiar de propietario vas a tener que pagar impuestos por el valor que el municipio le ha adjudicado. En cambio, las obras de arte y los animales domésticos no tienen valor comercial. El municipio no pasa una cuenta de cobro por los cuadros ni por los caballos pura sangre que un finquero tiene en su hacienda, aunque valgan muchísimo más que la finca misma. Cuando una persona vende un caballo, una vaca, una alpaca o un cerdo, la venta no queda registrada.
Otra forma de corrupción son los premios. Muchos premios de literatura y de arte se dan por conveniencia, para promocionar las ventas de un autor en el cual la compañía o la casa editorial ha invertido. El montaje dice que hay un jurado compuesto por varias personas, pero desde antes el premio ya está adjudicado. Por eso uno puede ver obras muy malas con premios muy sonoros. En el mundo existen miles de premios que se parecen al Turner, que se le da en Londres a un artista que sea menor de cincuenta años. Los ganadores son escogidos casi siempre por un comité, y no por concurso público. Como las competencias comparten el mismo jurado, que pueden ser coleccionistas, curadores, marchantes, escritores o dueños de una editorial, la ética en la adjudicación de los premios es dudosa. Es inevitable sospechar que, entre los artistas famosos, hay muchos que fueron creados artificialmente por esas poderosas maquinarias de venta.