Un fantasma recorre al Medio Oriente, y es la caída de los viejos dictadores. Pero pese a la alegría que producen estos hechos, no es claro que ellos desemboquen en la vigencia de la democracia.
Lo sucedido es, sin duda, revolucionario. Pero no tanto por los resultados, ni porque un pueblo deponga al dictador -como ha pasado tantas veces y en tantos lugares- sino porque, por vez primera en la historia, estos levantamientos no han sido conducidos por un líder carismático. Las revoluciones y los golpes de Estado tienen siempre su héroe y casi siempre su equipo (un caudillo, un general, un pequeño "partido de vanguardia"); pero en Túnez, Egipto, Libia y los que sigan, las masas no han seguido a un jefe.
La ausencia de un líder es, creo yo, la verdadera innovación que estamos viendo. Y aquí el crédito pertenece al celular, a twitter, a facebook y a Google. Los medios tradicionales -el periódico, la radio, la TV- son para que alguien (el jefe) se comunique con muchos; los nuevos medios funcionan en red y son para que iguales hablen con iguales. El internet no necesita jefes, y sin embargo permite coordinar las actuaciones de miles o millones de personas.
Pero la web no puede masificar sino las causas donde exista, desde antes, un sentimiento extendido e intenso. En el caso del mundo árabe, el sentimiento fue la desesperación. Desesperación sobre todo de los jóvenes, que no tienen empleo ni futuro (esta fue la chispa que comenzó el incendio desde Túnez). Y desesperación de quienes están fuera de la camarilla -es decir, de casi todo mundo- con dictadores estrafalarios y brutales.
Deponer a estos tiranos fue un logro formidable. Como sostiene Eva Bellin, la no existencia de la democracia en los países árabes (un tema viejo en la ciencia política) se debe sobre todo al enorme poder del cual disfrutan sus aparatos coercitivos:
-Primero, porque cuentan con los recursos cuantiosos -y constantes- que producen el petróleo o el canal (de Suez).
-Segundo, porque las dictaduras han sido promovidas desde Europa y Estados Unidos. Igual que en el resto del Tercer Mundo, las dictaduras servían para evitar revoluciones "comunistas" -y por eso no ha habido más golpes militares desde que terminó la Guerra Fría- pero en el Medio Oriente se han dado tres razones, a más de la amenaza comunista, para que Washington mantenga dictadores: la seguridad de Israel, el petróleo, y hoy por supuesto la amenaza del terrorismo islámico.
-Tercero, porque la familia o el clan son la base del tejido social entre los árabes, de suerte que los hijos, hermanos o compadres del dictador o el rey controlan el ejército y la policía política, y su vida depende de que no caiga el régimen.
-Y cuarto, desde el lado de los súbditos, está la proverbial debilidad de la sociedad civil, o la falta de organizaciones capaces de convocar y movilizar a esa enorme mayoría de descontentos para exigir el cambio del gobierno. Este precisamente fue el aporte de los nuevos medios de comunicación: al permitir que todos protestaran al mismo tiempo, derrotaron el miedo que permite que una minoría ínfima pero brutal y bien armada mantenga indefinidamente su dominio sobre una multitud de individuos aislados.
Con esto quedaron atrás los 24 años de dictadura de Ben Alí en Túnez, los 30 de Mubarak en Egipto o los 42 de Gadafi en Libia. Pero el "gobierno de transición" en Túnez está lleno de amigos del ex dictador, Egipto pasó a manos de una junta militar que por supuesto fue cómplice de Mubarak, y Libia se desangra en una guerra civil. Ninguno de estos tres escenarios es la "democracia", ni siquiera en el sentido mínimo de elecciones abiertas, poderes limitados y rotación del partido o el grupo en el poder.
Y es porque la multitud movilizada puede derrocar un gobierno, pero sólo la ciudadanía organizada es capaz de garantizar una democracia. Ver si un movimiento de masas puede transitar hacia una cultura y unas instituciones duraderas es la pregunta que de veras interesa a los jóvenes de todas partes del mundo.
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