Hace más de una semana que los juguetes de la pequeña caja que usa para divertirse con sus nietos y demás niños del jardín están quietos. Hace 10 días que Pilar, su hija, extraña no verla caminar, casi como un ser ingrávido, por los pasillos de la guardería que fundaron juntas poco después del secuestro de su hermano. Hacía mucho tiempo que Doña Emperatriz no se ausentaba de esa manera: debía recoger la única herencia que dejó el capitán Julián Ernesto Guevara antes de morir en la selva, pues este puede ser el último recuerdo que reciba de él.
Desde la tarde del pasado miércoles 2 de julio, cuando escuchó la noticia sobre el rescate de los 15 secuestrados de las Farc, un vacío en su vientre le auguró noticias. Su nieta, Ana María, hija del capitán, la acompañó en el instante en que John Jairo Durán, uno de los liberados en la operación Jaque, confesó tener en su poder los únicos documentos que sobrevivieron después del trágico 20 de enero de 2006.
Ese día no lo puede olvidar John Jairo. Se lo dijo a doña Emperatriz Castro de Guevara durante los cuatro días de retiro en Paipa (Boyacá) con los demás policías rescatados. "Todo lo que me narró es muy difícil de contar y lo llena de mucha amargura", narra.
Y agrega, con voz llena de melancolía: "no es la muerte lo que le duele a uno, porque sabemos que nos llegará algún día; son las circunstancias que rodearon la muerte de Julián aquello que no lo deja dormir".
En su casa, junto a sus nietas, su hija Marcela y su perro Rafael, esta mujer delgada, que se hizo madre en Bogotá criando a sus siete hijos, reafirma su intención de no abandonar una causa: "recuperar los restos de Julián y la libertad de quienes están allá en la selva. Mi lucha también es por los que están vivos", dice con el mismo convencimiento de hace años, cuando las Farc se llevaron al capitán durante la toma guerrillera de Mitú (Vaupés), el primero de noviembre de 1998.
Y contra las objeciones de sus hijos, Emperatriz viajó el viernes a Puerto Rico (Meta), en una nueva marcha organizada por Asfamipaz, para clamar por la libertad de los 27 colombianos denominados "canjeables", y los 693 secuestrados de las Farc, según cifras de la Fundación País Libre.
Pero antes de partir recibió una llamada del embajador de Estados Unidos en Colombia, William Brownfield, quien la invitó a ese país para reunirse con los tres estadounidenses rescatados en la operación Jaque, quienes desean recibirla en su casa y hablarle sobre los momentos que vivieron con el capitán en cautiverio.
Ángel guardián
Dos años y medio duró el suboficial John Jairo Durán con la historia de "mi capitán" atravesada en la garganta, el mismo tiempo que cumple Emperatriz orando por recibir el cadáver de su hijo. Ella es consciente de que no fue poco el dolor del hombre, el confidente, el hermano y el ángel guardián, quien cuidó del oficial ante la frialdad de algunos guerrilleros y la impotencia de otros.
Durante los cuatro días que doña Emperatriz y John Jairo estuvieron juntos, alejados de los medios, "supe muchas cosas de la vida allá. Él dice que mi hijo siempre vivía haciendo planes de los lugares que visitaría al salir. De hecho, se confesaron toda la vida, porque más que amigos, eran hermanos".
Sentada en la sala de su casa, donde celebró el último cumpleaños de su hijo con una cazuela de mariscos en 1996 -dos años antes del secuestro-, doña Emperatriz narra que John "explicaba que enfermarse en la selva era normal y que la muerte puede llegar en cualquier momento. Por eso, mi urgencia por conseguir que todos salgan a la libertad".
"Él tiene mucha tristeza de no haber estado en el último momento en que murió mi hijo y no poder decirme la hora exacta en que expiró. Pero eso no es culpa de él. El destino decidió que mi hijo debía morir solo", asegura.
El cuidado del cabo Durán fue continuo, prácticamente desde que el capitán Guevara comenzó a padecer de una tos constante y le aumentó su ansiedad por fumar. Cada cigarrillo le ocasionaba ataques más fuertes. Fue entonces cuando la amistad de los dos se convirtió en una hermandad hermética, tanto que ni los mismos guerrilleros se atrevieron a separarlos cuando el grupo fue dividido.
Ante el estado de salud del capitán, la decisión de John fue decomisar las cajetillas y controlarle los cigarrillos con el ánimo de lograr su recuperación, algo que nunca llegó. La palidez inundó el semblante de Guevara y los síntomas no correspondían a una crisis de paludismo, como lo diagnosticó una supuesta enfermera que envió la guerrilla en su único gesto humanitario.
"John me contaba que llegó a entregarle un cigarrillo por día. Y cuando lo veía con mucha tos le decía 'no', pero mi hijo le rogaba que le diera la provisión del siguiente día", dice la madre.
Desde la selva
El recuerdo más preciado que tiene doña Emperatriz del capitán son cuatro cartas, un video y, ahora, dos cuadernos deteriorados por el tiempo y la humedad de la selva, junto al relato de John.
Al parecer, los escritos del oficial fueron muchos, pero la mayoría se perdieron. Tan sólo se salvó un cuaderno grueso, largo, donde escribió cada lección de inglés dictada por el ex gobernador del Meta Alan Jara, todavía secuestrado de las Farc. El otro es pequeño y allí plasmó ideas cortas que llegaron mientras divisaba la espesura verdosa de las cordilleras colombianas.
"Yo creo que lo desanimó mucho su enfermedad. Estos escritos son una herencia, el legado que nos dejó. De sus cosas no habla mucho, pero John rescató algo que tiene gran valor sentimental para mí. En verdad, es lo único que pudimos obtener después de 10 años", dice y se detiene un segundo en su relato. "Lo invitaré el próximo sábado a mi casa. Aún no sé qué prepararle. Seguramente será una cazuela de mariscos".
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