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Habitante de calle que habla y escribe en cinco idiomas

TALENTOS QUE SE traga el asfalto. Así se denomina una serie de historias sobre esos artistas y profesionales que deambulan como indigentes por las calles. Isabel Higuita, una políglota, es nuestra primera protagonista.

  • Habitante de calle que habla y escribe en cinco idiomas | Manuel Saldarriaga | En el sector de Villanueva, vendiendo bolsas de basura o cuidando carros, se suele ver a Isabel Dygnori. En las calles lucha por salir de los vicios para regresar a la libertad, donde la esperan sus hijos de 23 y 24 años, su madre y un hermano que la extrañan. Ella tiene la convicción de que va a lograrlo, que no todo está perdido.
    Habitante de calle que habla y escribe en cinco idiomas | Manuel Saldarriaga | En el sector de Villanueva, vendiendo bolsas de basura o cuidando carros, se suele ver a Isabel Dygnori. En las calles lucha por salir de los vicios para regresar a la libertad, donde la esperan sus hijos de 23 y 24 años, su madre y un hermano que la extrañan. Ella tiene la convicción de que va a lograrlo, que no todo está perdido.
01 de mayo de 2010
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Algún día Isabel Dygnori entenderá que su angelito de Dios ya está con Dios y entonces esas oleadas de llanto que se le vienen al rostro cuando lo recuerda, que es casi a cada instante, ya no aparecerán más y tal vez solo así llegará a ese estado de paz que tanto anhela.

Mientras tanto, ahí está, en las calles duras, deambulando con el equipaje de penas que agobian su alma de mujer dolida por ese bebé que nunca vio la vida y que seguirá marcando el límite de sus tristezas.

Aunque hay algo bueno. Ella, de apariencia frágil, está intentando dar el paso, porque si a sus veinte años tuvo un corazón fuerte, ni modo que los golpes se lo hayan aplastado del todo y a lo mejor sean solo arrugas que no hay porque dejarlas hasta la eternidad, hasta que terminen por consumir la vida que aún le queda, que es toda.

Isabel lo sabe. Esa lucha que libra ahora contra sí misma, no es fácil. Pero dice que se siente fuerte y que hay otros motivos que la empujan a salir de la droga, a dejar las calles que se volvieron su casa desde hace tres años, cuando su voluntad quedó rendida por la depresión y los golpes de la vida, cuando los malos vicios le ganaron a sus ganas de superación. Y se hundió.

Porque quien la ve ahí, con sus menos de 1,60 de estatura, su piel morena, renegrida por el sol de las calles, y su risa un poco tímida por la falta de sus dientes delanteros, Isabel Dygnori Higuita Herrera habla cuatro idiomas extranjeros y ha estado en El Salvador, Panamá, Japón, China, Italia, Suiza, España y Alemania.

Es una políglota total, que cuando recibe una moneda, a veces lo agradece en inglés, otras en italiano, algunas en mandarín y cuando de mejor ánimo está, lo hace en japonés, el idioma más difícil de dominar, dice.

Para sorpresa, aun llevando casi tres años en las calles amargas, su español no es agresivo ni se nota contaminado por el parlache que le toca oír a diario con los consumidores de droga y los que luchan para sobrevivir de una ayuda en el asfalto.

Ante todo, se siente digna, una profesional de universidad que no en vano hace poco más de veinte años soñaba con recorrer el mundo entero y hablar con infinidad de personas sin que el idioma fuera una barrera que pudiera atajarla. Logró parte, a decir verdad, antes de que la desgracia le tocara las puertas.

Tocando fondo
-¿Por qué tanto llanto, Isabel?
-Porque yo quería tener a mi bebé y lo perdí, era hermoso, pero se quedó quietico, no se me movía...

Isabel no puede decir más, porque el taco en la garganta y el llanto que inunda sus mejillas le roban las palabras y el aliento.

Eso que narra le ocurrió hace tres años en Cartagena, donde vivía con Salvatore, un salvadoreño que había conocido en las calles de La Heroica cuando ella, políglota, trabajaba como guía turística.

Por la vida de Isabel ya habían pasado dos hombres antes que ese Salvatore, que fue el último que la conoció en sus cabales: un antioqueño de nombre Álvaro Alzate con quien tuvo a sus dos hijos mayores y quien falleció años después aquejado de una enfermedad; y Alessandro G'olla (escribe ella), un italiano con quien se casó por la iglesia y que solo le duró cinco años.

-Mis hijos estaban en Medellín, toda mi familia, y yo trabajaba para ellos, pero ese desgraciado se portó mal, tuve un accidente, me caí en una acera y por proteger a mi bebé, me apoyé en mi mano derecha y se me partió, si quiere toque y verá que tengo platinas.

A tu salud, Isabel
Así recuerda Isabel ese día fatal en el que no solo sufrió lesiones graves en su cabeza y su mano y pierna derechas, sino que también perdió al angelito de ocho meses que gestaba en su vientre.

Entonces, sola, triste, abandonada por Salvatore y sin un peso, se vino a Medellín donde, en vez de llegar a casa de sus familiares, resultó hundida en el submundo de las calles, en ese asfalto que sin piedad se traga vidas y talentos, que se la devoró a ella misma, tan profesional, tan recorrida, tan plena de recuerdos de sus idas a Europa y Asia, que no fueron sólo de visitas sino de largas estadías gracias a sus cinco idiomas aprendidos en la Universidad Antonio Nariño, de Pasto.

-Me gustaban los idiomas porque quería ir por el mundo, conocer países y mucha gente, pero también quería trabajar por mi familia, para ayudarlos- explica Isabel, de 44 años y que no debe pesar más de 45 kilos.

En lugar de darse todos esos gustos, Isabel tocó fondo en las calles. La pérdida de su hijo Miguel Ángel, como lo bautizó a pesar de que nació sin vida, la hizo renegar de Dios y ceder a las ofertas de alcohol y alucinógenos en las esquinas del Centro y al final terminó hundida con sus idiomas, su exquisita conversación, toda su cultura adquirida en los viajes a los otros continentes y su libertad hecha un carajo.

Y allí, entre el humo y las palabras duras, su italiano que compartió con genoveses, turineses y milaneses en la tierra de la pizza y los raviolis, valió menos que una dosis de droga.

Entonces, también, sus recuerdos de los campos de Japón, "los yakuza y la cultura geisha, que es lo más importante de allá", como ella reconoce, importaron muy poco comparados con la ansiedad de consumir.

Y entonces, también, a su inglés con el que ganó millones en Cartagena "llevando gringos a la Boquilla, a Barú y La Escollera" se lo devoraron la soledad y el miedo de las noches.

-Fui una idiota que me dejé llevar por el dolor, renegué de Dios y perdí mi libertad- reconoce ahora cuando la sobredosis le pasó factura y ella anhela salir de los infiernos.

Hace poco más de dos meses empezó a desintoxicarse. Es el tiempo que lleva yendo a los centros día de Bienestar Social, donde se le ve rezando, haciendo aeróbicos, lavando sus humildes ropas y hablando en italiano, mandarín, japonés e inglés con sus compañeros de desdichas.

A veces ríe con amplitud. Mientras da un abrazo, expresa que quiere regresar a trabajar como guía en Cartagena y mientras estampa un beso en mi mejilla, le pide a Dios que la ayude.

Un día la vi en las calles, frágil, con una pena por allá escondida en el corazón, pero muy visible en sus ojos. Ahora pongo mi fe en que saldrá porque, como lo dijo y lo escribió en sus idiomas, "yo amo la vida... I'love my life... amo la mia vita...".

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