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EL SILENCIOSO Y EL CALLADO AMOR

  • ERNESTO OCHOA | ERNESTO OCHOA
    ERNESTO OCHOA | ERNESTO OCHOA
06 de julio de 2012
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Por la aureola de serenidad que nimbaba la cara del padre Nicanor, mi tío, deduje que estaba en trance de contemplación. Me senté en silencio en un rincón del corredor y me dispuse a esperar sin prisas ni impaciencias. No sé cuántos minutos pasaron hasta que me miró sin asomo de sorpresa.

-Hola, sobrino. Desde que llegaste me di cuenta de que estabas aquí. ¿En qué pensaste todo este rato?

-Pues, tío, haciendo de la necesidad virtud, como dice Santa Teresa, estuve dándole vueltas en la cabeza a su teoría (suya, tío, no de la santa carmelita, aunque, por lo que usted me ha enseñado, podría ser muy de ella) de que la oración es contagiosa. A ver si me contagio, me decía.

-Estoy convencido del contagio de la oración. La liturgia, por su misma naturaleza comunitaria; la oración vocal, como el rosario; los rezos de la devoción popular y, finalmente, la oración contemplativa, aunque soledosa y solitaria -o tal vez precisamente por eso-, originan una especie de ósmosis, o mejor, contagio entre las personas, presentes o ausentes, que por una u otra razón se relacionan con el orante.

-La suya, por lo que pude apreciar todo este rato, era una oración silente, callada.

-Porque orar, hijo mío, es hablar con el Silencioso, como se podría llamar también a Dios, según decía, en una novela de Pérez Galdós, un musulmán devoto, refiriéndose a Alláh.

-Me gusta ese adjetivo para Dios, aunque para Él, como me ha dicho usted a menudo, todo adjetivo es blasfemo.

-Ese concepto mío, que podría escandalizar a más de uno, lo aprendí de san Juan de la Cruz, quien afirma que cualquier cosa que se diga de Dios, no es Dios.

-¿Y en qué idioma, padre, se habla con el Silencioso?

-Pues, siguiendo al mismo san Juan de la Cruz, con "el lenguaje que él más oye", que "sólo es el callado amor".

-Bella expresión, tío. El callado amor?

-Lo dice el santo en uno de sus "Dichos de luz y amor". La contemplación, hijo, no es sólo el acallamiento interior, sino el callado amor.

No habló más él, ni yo hablé más. Nos quedamos otra vez en silencio. Nos volvió a la realidad Mariengracia: "A ver, tómense este tintico. Definitivamente lo mejor de los hombres es cuando se quedan callados. Estaba arreglando la pieza y les oí la conversación. Pues también ese callado amor es el que más nos gusta a las mujeres. Bueno, digo yo".

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