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El hombre del trapo rojo

26 de diciembre de 2008
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Es ya una escena cotidiana el ejército de hombres que pululan en las calles de Medellín con un trapo rojo, o bayetilla, al hombro o en la mano.

En tiempo pretérito tal bayetilla significó alerta o peligro, por carga larga y ancha o por carro varado en la vía. Hoy el trapo rojo en manos de un hombre, por lo general mal encarado, significa: este espacio ya no es público y debes pagar una tarifa, que por lo general no es menos de mil devaluados pesos, con el peligro real de ser objeto de insultos y agresiones o daños a los vehículos.

He hecho el siguiente ejercicio varias veces, he puesto mucho cuidado sobre la presencia del hombre, que no esté por ahí, y me parqueo, desciendo del carro con sigilo y nadie aparece, doy dos pasos y de la nada, como un fantasma, cuando menos te lo esperas, esta ahí, de pie, el hombre del trapo rojo.

Su frase favorita, no importa el momento en el cual aparezca el desgraciado es "bien cuidaíto".

Si pagas puedes estar seguro de que al menos el hombre del trapo y sus compinches no te agredirán. Si un día no pagas, puede que no pase nada, pero si eres reincidente o eres habitual sospechoso de eludir el pago, cuidado, el insulto o el rayón no se harán esperar.

Este es un típico problema de usufructo de bienes públicos por personas cuyo carácter es eminentemente privado, donde los derechos de propiedad deberían estar definidos (y lo están) y, además, bien aplicados (que no lo están).

Pero los vicios privados se confunden con los públicos e impiden que las autoridades hagan algo para prevenir los desmanes del hombre del trapo rojo.

Algunos de mis colegas lo llaman la tragedia del bien común, bienes usados por otros con efectos negativos para casi todos, y cuyos beneficiarios son quienes ilegalmente, y con dejo amenazador, cobran por el uso de dicho espacio.

Lo que ocurre en la carrera 70 entre San Juan y Pichincha es macondiano. Cuando llega un carro y se estaciona sobre la izquierda en dirección San Juan el conductor es advertido de que aún si son solo dos minutos debe pagar 1.800 pesos la hora, lo cual está bien, pero que si no le parece bien pagar el parqueo público, al frente se puede parquear el tiempo que quiera pero más barato (ni siquiera gratis), pues allí está el indeseado hombre del trapo rojo.

Pero lo del hombre del trapo rojo y la invasión del espacio público es solo uno entre mil ejemplos de la poca eficiencia del Estado en administrar y aplicar justicia o simplemente en generar oportunidades para los más pobres, los tramitadores de documentos como el DAS o la licencia de tránsito y los limpiavidrios en los semáforos, son otras perlas que el subdesarrollo nos impone.

Mientras tanto, algunos amigos insinúan que lo que expongo en esta columna es el ineludible "impuesto" a la pobreza, pero siempre contraargumento que ya pagamos onerosos y nunca suficientes tributos a nuestro poco transparente Estado.

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