Quién sabe hasta qué horas se quedó leyendo Samuel, después de que habló con sus primos, Mariana y Daniel.
Samuel, un chico de 12 años, había venido desde Bogotá con su madre a cumplir la cita con la muerte. Desde el viernes se alojaba en la casa de sus tíos, Andrés Aguirre y Gloria Patricia Uribe. Le escuchó a Daniel sus emocionantes e interminables historias de su excursión al Amazonas, de donde regresó el viernes con sus compañeros de octavo grado del Colombus School.
Al final de la noche, de Fernando Gómez Campo, fue el libro que pobló de imágenes la mente de Samuel, al acostarse. Casualmente, ese libro narra una historia que tenía semejanzas con la que su primo había vivido en la excursión: es la historia de un grupo de jóvenes que va de excursión a un paraje de la selva tropical húmeda, cerca de un caudaloso río. En la noche se dan cuenta de que faltan tres muchachos y van en su búsqueda. Todo es oscuridad, extraños ruidos y suspenso... El ejemplar lo encontraron los socorristas cuando hallaron su cuerpo enrollado en las cobijas.
Varios de sus parientes llegaron desde muy temprano al sitio de la tragedia. Durante un rato formaron corrillo para hablar de los chicos, en medio del movimiento de socorristas que pasaban a su lado dando voces y empuñando palas, sogas y motosierras.
Olga Lucía Aguirre dijo que se veían casi a diario, pues la de ellos es una familia unida. Y recordó con una sonrisa amarga que los dos hijos de Gloria y Andrés eran tan inteligentes que los profesores se sorprendieron hace unos días cuando le pidieron a los de octavo una redacción con tema libre y él opinó sobre la Dirección de Aduanas e Impuestos Nacionales.
Es una familia tan unida que Álvaro Cortés Aguirre, primo suyo, también solía encontrarse con ellos. Hace ocho días, el domingo, fue el último día en que habló con los chicos y la mamá; con el papá no habló porque andaba en Montería, viaje que lo libró de la tragedia.
A Jaime Deláscar Gómez Mesa fue a uno de los que despertó el ruido como de explosión que oyeron los vecinos de la urbanización Alto Verde, cuando parte de ésta quedó sepultada en la madrugada de ayer.
Como se casó hace un mes, ya no vivía con sus padres, Deláscar y Julieta, sino en una casa cercana, en la misma zona de la Cola del Zorro. Caminaba de un lado a otro por la zona aledaña al desastre desde mucho antes de que una multitud de parientes, funcionarios, bomberos, socorristas, soldados y y policías colmaran la pequeña vía que conduce a la urbanización, situada al lado de la quebrada La Sanín.
Pero a esa hora no había respuestas; sólo preguntas. Sabía más él que las autoridades. Sabía lo que necesitaba saber: que en casa habían quedado sus padres y su hermano, Juan Esteban.
Carlos Alberto Villegas quiso irse cuando sintió que sus ojos y su corazón no aguantarían tanto dolor. No paraba de hablar por su teléfono móvil. Le contaba a sus parientes que, en efecto, su hermano, Mauricio, el de la casa 15, había quedado bajo tierra con su esposa, Luz María, y sus hijos, Tomás y Simón.
"No, no, es que aquí no quedó ladrillo sobre ladrillo", le contó a alguien que lo llamó.
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