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De vuelta al circo romano

07 de septiembre de 2010
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En la arena estaban las huellas de la muerte. La sangre de las anteriores víctimas aún no había sido secada por el sol. Por varios e interminables minutos, lucharon como dos fieras y para salvar sus propias vidas, dos gladiadores, cuyo único pecado era no tener cómo defenderse de las reglas del Estado romano.

La suerte estaba echada. Cayó sobre la arena el más débil de los dos corpulentos guerreros. El pueblo gritaba: “muerte, muerte, muerte...”. El gladiador vencedor volteó para esperar la orden del Emperador, a quien no podía verle la cara, pues el brillo del sol estaba también en su contra. El Emperador definiría si el vencedor le clavaría la espada al perdedor, para enviarlo de una vez al otro mundo o si habría que soltar los leones para que la fiesta continuara.

Eran los tiempos del circo romano, época decadente de la humanidad, donde como hoy, había que darle al pueblo pan y circo, para mantenerlo entretenido.

Hoy, siglos después, grupos antitaurinos argumentan que las corridas de toros son fiestas salvajes, peores que las del circo romano. Algunos “sicólogos de toros” aseguran que no hay problema, pues el toro está diseñado para sufrir. Otros “cultos”, defienden la fiesta por culta. Algunos asisten a las corridas tan bien disfrazados de ricos, que ellos mismos terminan creyendo que lo son y no diferencian una fiesta de un asesinato. Otras, dicen que por verle el vestido apretadito al torero, se justifica comprar la boleta.

En Colombia afortunadamente tenemos Congresistas tan creativos, que con la Ley 916 de 2004, definieron lo que por siglos trataron de resolver veterinarios del mundo entero: Cómo deben ser las banderillas, las puyas, y el tiempo de la lidia para que el toro no sufra. ¡Que vivan nuestros senadores! ¡Que les paguen el doble!

A pesar de la despampanante ley, los grupos antitaurinos continuaron su lucha por acabar la mal llamada “fiesta”, entonces hace unos días el tema llegó a la Corte Constitucional, quien en su inmensa sabiduría dijo lo que casi todo el mundo conoce: Estos espectáculos son actos de crueldad.

Nuestra Corte decidió privilegiar los derechos de los ciudadanos de mantener vivas sus tradiciones culturales y dijo que estos espectáculos se deben desincentivar de forma gradual y temporal. La Corte agregó que aquello que responde a una tradición cultural, que no es una invención de tiempos modernos, merecen la protección constitucional.

Con su fallo, nuestra Corte originó dos jurisprudencias para ayudarle a la humanidad a resolver muchos de sus problemas: La primera es que la crueldad de esta “fiesta” se debe desincentivar gradualmente. Como quien dice: No enfrentemos los problemas de un tajo. Mejor esperemos y hagámosle suave, que tenemos tiempo mientras los toros aprenden a poner tutelas.

El segundo aporte a la humanidad que hace nuestra Corte, es descubrir que a pesar de ser actividades crueles, las corridas, por su carácter cultural, deben protegerse. Quién sabe entonces cómo asumiría nuestra Corte los casos de ablación o corte de clítoris de las niñas indígenas Emberá-chamí colombianas o las de las miles de niñas africanas, que por cuenta de tradiciones culturales son mutiladas. Menos mal en Roma había tribunales diferentes a la Corte Constitucional nuestra, pues de lo contrario, hoy en el coliseo romano aún habría peleas entre leones y gladiadores.

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