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¿De verdad así olía de "maluco"?

15 de diciembre de 2008
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Este ping pong entre el creacionismo que insiste en el juego de dónde está la bolita de barro, y los sabios hablan de la primera molécula de la molécula de Dios y de otras cosas que un pobre mortal no entenderá jamás, es el cuento de nunca acabar. Se sigue con los cuatro mil quinientos millones de años que el planeta lleva "voltiando" por estos lados y a eso le añaden algo nuevo que en verdad nos ha caído muy mal, porque nunca imaginamos que la Tierra tuviera semejante aroma. Se habla en los laboratorios del olor que "tuvimos" en el remoto pasado.

Y ese olor, me resisto a decir la horrenda palabra, es algo que todos detestamos. Y lo detestamos no solo por su "aroma" sino por la palabra que lo señala. La Tierra olía en sus principios... sí, la Tierra olía a pecueca. ¿Cómo llegaron los sabios a descubrir semejante sutileza en las profundidades del tiempo?, creo que tengo una posible explicación y es que el antiperfume ese que muchos llevan entre las medias, no propiamente como el traído de los Reyes Magos, es capaz de pasar a través no solo de las paredes sino de los siglos.

Pensando un poco en este descubrimiento llega uno a convencerse de que las cosas no han cambiado mucho. Tal vez ya no se trate de pecueca ni de vastas regiones desoladas sino de suntuosos edificios donde algunos paters se reúnen a discutir y a meter las uñas entre los presupuestos nacionales. Y entonces el aroma es otro bien conocido por todos los habitantes del planeta. Caca. La Tierra huele a caca y no sabemos cuál de los dos "odorizantes" es peor. Por lo que a mí respecta, me tapo la nariz frente a la ciencia y frente a ciertas oficinas de nuestra olorosa patria.

PAUSA. Dijo la policía que el suicida no había ingerido cianuro sino una sustancia mortal llamada arroz con pollo.

CALOR. Se siente cierto gusto cuando se escribe la palabra calor en estos días helados. Y más gusto experimentamos al salir valientemente a la calle y mirar a una dama rolliza envuelta en una bufanda india y una ruana bogotana. Pero antes, ella misma se proporciona su tibieza con los bananos bien puestos entre el pecho y el ombligo. Es una delicia este paisaje callejero. De repente el goce acaba con un chaparrón que llegó no se sabe de dónde.

Y se puede aprovechar este frío tenaz para recordar el chiste de la señora que entra a un almacén y pregunta si hay calentadores, y el dependiente solícito y esperanzado y coqueto le dice: para servirle, mi señora. Ya en la calle la gente piensa y repiensa lo que hemos dado en llamar el calor humano que no ha sido posible remplazar por la mejor de las calderas. (Casi escribo caderas... este invierno...). Por eso el transeúnte tiritando se emociona con un tafanario (léase trasero) que le hace eróticas señales involuntarias desde las dos torrecitas de los tacones bayoneta.

En fin de cuentas, y como balance, contra el frío invernal no hay cobijas que valgan. Sólo el llamado calor humano puede resolver esta situación. Pero antes de resolverla piense que dos cobijas boyacenses las puede conseguir por cien pesos, mientras que una fulana que le caliente en las temporadas de frío, lo pondrá a trabajar toda la vida para ella y sus helados muchachitos; eso sí, al "calor de su afecto...".

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