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Cultivó un cuerpo de Sansón

03 de enero de 2009
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Recio, de carácter fuerte, exigente, disciplinado y hasta "tallador", como si se tratara de un verdadero escultor, de su cuerpo.

Vendiendo empanadas por las calles de Medellín comenzó la historia de este hombre. En 1957, mientras intentaba vender algo arrimó al desaparecido gimnasio Paucar, en el centro, donde detenidamente empezó a observar cómo las personas que allí acudían levantaban pesas hasta ir moldeando sus músculos y lograr que biceps, tríceps y tórax tomaran una forma amplia.

Entonces comenzó a levantar hierro hasta hacer de su cuerpo una masa homogénea de músculos.

Ahí nació el fervor por el fisicoculturismo de quien hasta el pasado martes, fue el emblema del culto por el cuerpo. A sus 69 años, Arturo Ramírez se conservaba escultural. El de grandes cuajos, el mismo que admiraban todos aquellos que pasaban por su lado y que se quedaban mirándolo de arriba abajo.

Su hermano Douglas, quien no se cansa de decir que fue un excelente hijo y padre, manifiesta que su paso por la vida no fue en vano. Sus enseñanzas fueron recogidas por muchos de quienes hoy participan en los campeonatos de fisicoculturismo, y que ya hacen carrera por todo el mundo.

Pero ese mantener casi un físico perfecto tuvo su costo: una vida sana, buen comer y excelente dormir. A estas dos cosas no le fallaba, porque entendía que eran características principales para mantenerse en óptimo estado.

Por eso fue natural, nada de estimulantes para fortalecer músculos. En su vocabulario nunca hubo espacio para los esteroides o anabólicos. En cambio, su dieta estaba cargada de cereales, frutas, pollo, pescado y verduras. Hasta las carnes rojas, tenían poca cabida en su alimentación diaria.

Salir rumbo al gimnasio a las 6:00 de cada mañana era un ritual, no sin antes haber orado. Si sucedía lo contrario, en su rostro se reflejaba el mal genio y era un día para no acercársele mucho, porque lo acosaba el estrés. Así lo dibujan sus familiares, quienes más lo conocían.

En él primaban sus prácticas sanas, como la página que abría el libro, porque era la fórmula mágica para poder exhibir sus soñados músculos, que prácticamente eran los que vendían su imagen.

Sensible como los demás y noble hasta más no poder, lo califican sus hermanos e hijos. "Es una persona que deja una huella grande", dice entre sollozos Estiven, el hermano menor.

El deporte era su fiebre y su físico le permitía practicar deportes de combate. Por eso no fue extraño que fuera campeón de boxeo en 1959, de levantamiento de pesas en 1964, y de lucha en 1971. Historia que pocos pueden contar.

Su delirio era vender una buena imagen y la misma se la daba el cuerpo, nunca, según su hermano Douglas, dejó a un lado las pesas, las barras o todo aquel implemento que implicara el mantenimiento de sus músculos, los mismos que llenaban de envidia, sana desde luego, a todos esos jóvenes que no salen de los gimnasios.

45 centímetros de diámetro en sus brazos y 52 en su piernas hablan de exageradas medidas, pero bien compensadas de este hombre que cultivó un prominente tórax y relucientes bíceps hasta convertirse en algo así como una especie de moderno Sansón.

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