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Con los ojos tapados

  • Con los ojos tapados
01 de enero de 1900
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Con los ojos tapados Por
Ernesto Ochoa Moreno

Fui a visitar al padre Nicanor, mi tío, y pensando que le daría agrado, pues ha sido él desde joven fervoroso lector del Quijote, le dije que le iba a leer el articulito mío del sábado pasado sobre Clavileño, el caballo volador de don Quijote. Lo escuchó en silencio, casi con devoción.

-Te faltó un detalle importante, hijo mío, y es que a don Quijote y Sancho les vendaron los ojos con un pañuelo, ya que el ir con los ojos tapados era condición indispensable para quitar el encantamiento de la Dueña Dolorida; además, era necesario que estuvieran vendados para poder hacerles creer que volaban y adobar todos los detalles de la burla que les montaron los duques y su corte de pajes y paniaguados.

-Pero ese es, tío, un detalle mínimo del que de pronto no se dio cuenta sino usted, que es asiduo lector de la obra de Cervantes.

-Yo casi me sé de memoria esos capítulos y has de saber, hermano Sancho, que no es un detalle sin valor el que te anoto, porque según mi leal saber y entender, más aún, según mi ya prolongada y doliente experiencia, siempre he visto en la aventura de Clavileño una metáfora de la condición humana.

-Que es decir...

-Que es decir que la vida del ser humano es estar montado en un caballo de madera que creemos, o nos hacen creer, que vuela; que andamos, o cabalgamos, o volamos por la vida con los ojos tapados; que los que nos miran, sea desprevenidamente o porque ellos mismos armaron la mentirosa tramoya de nuestra aventura, se mueren de la risa de nuestras hazañas y de nuestros sueños de grandeza.

-Tampoco es para tanto, padre. Esa manía suya de trascendentalizar las cosas. Cuáles ojos tapados. No me venga con esas.

-Pues aunque no te guste, llevamos una venda en los ojos. En todo. Y porque, como la caridad, también empieza por casa la angustia frente a la verdad, o la tragedia de la condición humana, te confieso, aunque te escandalices de oírselo a un sacerdote, que la fe, la búsqueda espiritual, las interrogaciones sobre el misterio, son una experiencia de ojos tapados.

- Son duras palabras, padre.

-Duras, pero reales. No sé porque tenemos tanto miedo a aceptar que la fe es noche oscura, como dicen los místicos. Recuerda que ese capítulo 41 del Quijote empieza: "Llegó con esto la noche y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese...". No hay para mí estampa de mayor humildad que la de don Quijote montado en el Alígero: "y como no tenía estribos y le colgaban las piernas, no parecía sino figura de tapiz flamenco...". Y Sancho Panza al anca, montado "a mujeriegas", para que no le tallara el leño del caballo de madera.

-Se me está enredando, tío. Volvamos a sus consideraciones. Entonces vivir es estar montado en Clavileño.

-Exacto. Sobre Clavileño cabalgan todas las megalomanías de los hombres, todos sus sueños, todas sus utopías. Y siempre vamos con los ojos tapados.

-Tampoco. Usted se me está volviendo demasiado pesimista.

-No es pesimismo, hijo. Es realismo. Y es la serena y humilde aceptación de la condición humana, de que tanto te hablo. Saber que somos intrépidos quijotes embarcados en hazañas mendaces, o temerosos sanchos que nos resignamos a acompañar escuderilmente esas mentiras, nos puede curar de orgullos y soberbias, de mesianismos y heroicidades. También de santidades y milagros. Llegará el momento en que a este nuestro Clavileño de sueños y grandezas, que, como el de la aventura que narra Cervantes, está lleno de cohetes tronadores, le peguen fuego por la cola y demos todos, sanchos y quijotes, en el suelo, medio chamuscados.

-Pues, padre, si hubiera sabido el aguacero que me iba a mojar, no habría traído a colación mi articulito sobre Clavileño. Usted me deja sorprendido, un poco triste.

-Pues, hijo, ya que hemos hablado de caballos, siempre duele ser descabalgado. Algún día invitamos a Rocinante, que tiene muchas historias que contarnos al respecto. Pero, sobre lo que te he dicho, ten paciencia. Llegará un día en que caerá la venda de los ojos. Y veremos la luz de frente en el enceguecimiento final. Ese sí será el vuelo de verdad. El vuelo de la verdad. Y que san Qujote y el beato Sancho te iluminen

luiseochoa@epm.net.co



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