En español hay una palabra para llamar al hijo que pierde a su madre: huérfano. También un término para referirnos a los hombres y mujeres que pierden a sus esposos: viudos y viudas. Pero, ¿cómo se llama a los padres que ven morir a sus hijos? “Eso no tiene nombre –me dijo mi mamá–. Si a un padre se le muere un hijo, se le parte el corazón”. Ese es sólo un ejemplo –uno muy triste– de las palabras que le faltan a nuestro idioma.
Aunque la última edición del diccionario de la Real Academia Española (RAE) tiene 93.111 palabras –6.000 más que en la edición de 2001–, muchas veces sentimos que se quedan cortas.
De hecho, cada año, las 32 academias de la lengua de los países hispanohablantes le proponen a la RAE incluir en el diccionario cientos de palabras que se usan en la zona donde residen. Así fue como en 2014 llegaron al diccionario amigovio, papichulo, birra, tuit, cagaprisas y otros términos que ya usábamos sin el visto bueno de la Real Academia.
A pesar de la creatividad y recursividad de los hablantes, no todo está inventado. “El idioma no nació ayer. Lo que hay antier y antes de antier son herencias: de los españoles, de los árabes, los latinos y los griegos. Somos el verdadero Babel”, dice Víctor Villa Mejía, lingüista e investigador de la U. de A.
En el libro del Génesis, los judíos escribieron la historia de las personas que, tras sobrevivir al diluvio universal, iniciaron la construcción de una torre que llegara hasta el cielo. La llamaron Torre de Babel. Dios, para demostrarles a los humanos que no podían conseguir lo que se les antojase, decidió confundir sus lenguas para que no se entendieran más y tuvieran que desistir de la enorme construcción. Así, según la Biblia, nacieron los idiomas del mundo.
Según Villa, la Torre de Babel es una bella metáfora para explicar no sólo el origen de las lenguas, sino también el nacimiento de las palabras.
Un buen ejemplo es el término algarabía, que si se descompone traduce, literalmente, el que habla árabe. “Los españoles no entendían nada cuando escuchaban a un grupo de moros hablando árabe, entonces de ahí viene la palabra algarabía: una bulla incomprensible”, cuenta el lingüista.
Villa explica que así como el idioma tuvo un ayer y tiene un hoy, tendrá un mañana. Por eso el español –al igual que las lenguas del mundo– es un idioma que se nutre de los extranjerismos. Para el profesor, el hecho de que nos falten palabras que sí están en otro idioma tiene que ver con dos asuntos: la terminología especializada y el uso cultural del lenguaje.
Sobre la primera explicación, un ejemplo son los nuevos términos del entorno digital. “La tecnología se inventa en otras partes del mundo, y no precisamente en países hispanohablantes. Por eso las palabras relacionadas con lo digital son casi todas en inglés y no tienen traducción, como clic o blog. Al final, el español termina por incorporar esos anglicismos a su léxico”, explica él.
Pasa lo mismo con términos especializados de una ciencia, deporte o disciplina. La jerga médica viene casi toda del latín, la del béisbol es del inglés, porque fue en EE. UU. donde se popularizó el deporte, y los pasos del ballet se dicen en francés. ¿Cómo traducir strike? No es posible, tampoco necesario.
Otra razón por la que faltan palabras es por el uso cultural del lenguaje. Los indígenas Emberá llaman jaibaná al líder de la tribu, quien hace las veces de médico, curandero y chamán. En español, jaibaná no tiene traducción porque los hispanohablantes no la necesitan. Así, explica Villa, muchas de las palabras indígenas se refieren a “sentidos de los que carecemos” por su mística y relación con la naturaleza.
Esto no significa que el español sea un idioma pobre. Al contrario: es una lengua vasta y diversa que nutre también a otros idiomas y, en muchos casos, es casi imposible de traducir. Pasa, sobre todo, con los términos hiperlocales.
Y usted, ¿qué palabras cree que le faltan al español?.