Magela Baudoin le hizo una promesa al escritor barranquillero Heriberto Fiorillo, en La Cueva, ese bar de Barranquilla famoso porque se reunían a conversar escritores, pintores, cineastas, fotógrafos, el grupo de Barranquilla, en el que estuvieron Gabo, Obregón, Grau, Cepeda Samudio, y otros más. Si Magela se ganaba el concurso Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, volvería a La Cueva a celebrar. Volvió, por supuesto, dice ella, pero no coincidió con Fiorillo.
Él, que hizo de vidente, le había lanzado el sortilegio de que ella se quedaba con el premio. Tenía razón.
En 2014 ganó el Premio Nacional de Novela de Bolivia, y en 2015, el Hispanoamericano de Cuento. ¿Qué significa?
“Lo primero, un torcimiento radical y definitivo hacia la literatura. Lo segundo, una experiencia de crecimiento y aprendizaje intenso (no sin estrés, hay que reconocerlo) que puede verificarse en la difusión internacional de mi obra y también en el territorio de la exploración íntima. Por otra, toda esta visibilidad me ha obligado a mirar hacia adentro y a reflexionar seriamente sobre mi búsqueda artística, sobre mi poética; a observarme, a leerme más críticamente y a reconocer el lugar que ocupa y quiero que ocupe la literatura en mi vida. Espero honrar este momento excepcional desde allí, desde la escritura y en un lugar íntimo, sin alardes”.
Se siente más cómoda en el cuento, en las “distancias cortas”. ¿Por qué?
“Me parece que el cuento es un género tremendamente exigente y poético, el más cercano a la música en todo caso, no más fácil que otros sino diferente. Hay una cadencia distinta en condensar y en expandir y propósitos narrativos también diferentes. Solo que el prestigio del tamaño, dado por las grandes estructuras arquitectónicas novelescas del siglo XIX y también del siglo XX, fue configurando al mismo tiempo una disminución valorativa del cuento, como si el arte pudiera medirse en términos métricos, como si su humilde origen popular ensuciara su estirpe. A pesar de ello, el cuento, como todo gran sobreviviente, ha subsistido con callos y cicatrices, es decir con apego a la vida y esto es con creatividad, perspicacia, naturalidad, inteligencia, capacidad lúdica y, sobre todo, subversiva.
En lo que respecta a mí, me gusta especialmente el cuento porque siento que dialoga muy bien con los lectores (lo ha hecho siempre); por su capacidad de condensar tiempos y espacios mayores en una anécdota; por la posibilidad de navegar en aguas profundas; por su potencia y música interna; en fin, tal vez sea mejor responder con un poema de Rosamel del Valle: ‘Con permiso. Voy a mirar el sol. Voy a tenderme sobre la hierba a escuchar lo que dicen las cosas mínimas, Porque las cosas mínimas hablan justamente, al revés de lo que se cree, el lenguaje apenas comunicable’”.
La charla en la que estuvo el sábado en la Fiesta se llamó El encanto de las historias cortas. ¿Cuál es el encanto?
“El de las cosas no importantes, que son las que me interesan”.
Ha dicho que su novela El sonido de la H puede ser un cuento largo. ¿Cómo diferencia los dos géneros?
“Voy a hacer una simplificación horrible, pero pedagógica. Un cuento narra o, mejor dicho, muestra un cambio, una transformación, aunque esta sea subrepticia, mínima; la novela muchas y de múltiples modos. Si bien mi novela cumple esta premisa, su aliento es de velocista; es elíptica, hay mucho evocado, trazado, para que lo complete el lector. A eso me refería”.
¿Por qué dicen que hay que incomodar al lector?
“No hay que hacerlo. A mí me gusta establecer el juego en esos términos. Ese es el tipo de literatura que me conmueve. Y uno escribe, de algún modo, para el tipo de lector que es”.
Su padre era un narrador y su abuela leía poesía. ¿Cómo recuerda esas lecturas?
“Con muchísimo cariño. Claro que no todo era tan idílico, a ellos les debo el bicho raro que fui, jajajaja, y el árbol torcido que soy, con todo lo que he agregado en el camino”.
El jurado del premio de cuento dijo que no cae en la tentación de ser explícita. ¿Qué es lo importante en un cuento?
“Me alucina el misterio, aquello que no puede definirse fácilmente, que deja planteada una duda... Leo bastante cuento, pero hay algunos que guardo en mi corazón agradecido: Caballos fantasmas de Dinesen, Berenice se corta el pelo de Fitzgerald, Geometría de sólidos de McEwan, Las nieves del Kilimanjaro de Hemingway, El capote de Gogol, El hombre de la esquina rosada de Borges, también el Aleph, El pecado mortal de Silvina Ocampo, Cordero asado de Dahl, Flores para Emilia de Faulkner... Podría seguir. Me siento muy traidora de nombrar solo estos. Me gustan muchísimo algunas mujeres que están escribiendo cuento: Samanta Schweblin, Giovanna Rivero, Lina Meruane, Liliana Colanzi, Mariana Enríquez, Fernanda Trías, Margarita García Robayo, Fernanda Ampuero, Alejandra Costamanga, Gabriela Alemán, Andrea Jeftanovic. Son magníficas y claro que podríamos seguir”.
¿Se acuerda de su primer cuento? ¿Lo guardó?
“No, muchos eran orales. Jugábamos a contar cuentos, sobre todo de terror. Tengo guardados los que he escrito de ‘adulta’, por no decir vieja, pero me encantaría recuperar los de la infancia. Fueron tantos y los mejores”.
Hay una relación especial con la poesía. ¿Por qué?
“Porque me acompaña, me dice cosas, me sana, me destraba... Me ayuda mucho en el proceso de escritura y en la vida. Como dice la hermosa y triste Alejandra Pizarnik, me ayuda a espantar al Malo”.