Arrodillado y llorando. ¿Cuántos momentos de su vida se le cruzaron, en ese instante, a Óscar Albeiro Figueroa Mosquera, mientras intentaba digerir lo que acababa de protagonizar en la tarima de Río: ganar un esquivo oro que buscó, incansablemente, como si estuviera “barequiando”, por dos décadas.
Barequiar fue quizás lo primero que escuchó hablar en su natal Zaragoza, Bajo Cauca antioqueño, donde vivió apenas once años y donde su padre, Isaac, le enseñó a conseguir el sustento.
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De la mano de su madre Hermelinda y tres hermanos más, Óscar fue llevado a Cartago, donde una prima de ella los esperaba para empezar una nueva vida, lejos de lo que la sabia mamá decía: “aquí -en Zaragoza- no hay futuro”.
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Medio tendido en el lugar donde minutos antes había logrado lo que trabajó por más de 20 años -22 para ser exactos, desde cuando empezó a figurar en campeonatos nacionales juveniles-, Óscar Albeiro, llorando y quitándose las botas, en señal de haber cumplido ya su tarea, celebró como casi todos los colombianos que derramamos, así fuera una que otra lágrima de emoción, o cuando, escuchando el Himno en el podio, volvió a aflorar ese fervor patrio que, desde que empezó a representar al país, siempre entonó.
“Óscar nunca desfalleció, nunca echó para atrás. Sacrificios, lesiones, angustias, las superó con entereza, las sorteó todas”, señala Jáiber Manjarrés, su primer entrenador en Cartago.
Nada ha sido fácil. Ni la estadía en su segunda casa natal. Allí estudió mientras Hermelinda se las rebuscaba en casas de familia en labores domésticas buscando el sustento diario.
O cuando, ya maduro en el ejercicio de las pesas, aparecieron las lesiones, de muñecas, de columna que obligaron a las cirugías, incluso una a principios de 2015 -hernia discal- y que, de seguro, han dejado secuelas que le impidieron, en su momento, celebrar con más tiempo la conquista de una medalla.
“El recuerdo más terrible lo tiene de su participación en Pekín-2008, cuando justo en su primer ejercicio, le sobrevino una lesión en la mano”, cuenta Oswaldo Pinilla, el hoy seleccionador nacional y con quien coronó el éxito de Río, primero de un varón colombiano.
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La animada barra que impulsó tamaña faena y que iguala la gesta de María Isabel Urrutia, en su deporte, y la de Mariana Pajón, reconoció en el esfuerzo del pequeñín Óscar y lo premió con más que una medalla, aplausos y gritos que hoy retumban en el haltero de 33 años al que la vida, finalmente, le da ese esquivo oro.
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