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La vida en una casa hogar de futbolistas

En el fútbol colombiano es normal que los deportistas en formación de zonas alejadas del país migren a las grandes ciudades para jugar. Comparten el espacio y los sueños.

  • Al final del año los futbolistas de Estudiantil tienen vacaciones y visitan a sus familiares. FOTO carlos velásquez
    Al final del año los futbolistas de Estudiantil tienen vacaciones y visitan a sus familiares. FOTO carlos velásquez
  • Formas Íntimas tiene futbolistas en seis categorías de fútbol aficionado, desde la sub-10 hasta la sub-20. FOTO Esneider Gutiérrez
    Formas Íntimas tiene futbolistas en seis categorías de fútbol aficionado, desde la sub-10 hasta la sub-20. FOTO Esneider Gutiérrez
12 de septiembre de 2022
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Afuera de una casa blanca de dos pisos, en la mitad de “la cuadra del departamento” —conocida así porque la habitaban jubilados de la Gobernación de Antioquia—, ubicada en la carrera 96 de San Javier, un círculo de jóvenes escuchaba música y alentaba al que, en la mitad, hacía la 31 para que no se le cayera el balón.

Estaban vestidos con ropa deportiva y algunos tenían puesto sobre sus hombros el morral en el que, media hora antes, habían metido los guayos, la canilleras, las medias y el desodorante para aplicarse tras el entrenamiento del día.

Eran los 25 jugadores en formación con edades entre los 11 y 17 años que viven en la casa hogar del Club Deportivo Estudiantil. Algunos son oriundos de Urabá, otros de la Costa Atlántica, y aunque provienen de diferentes zonas del país, tienen un sueño en común: ser futbolistas profesionales.

Los del equipo sub-17 son altos y fornidos. Algunos estudian en la jornada nocturna de la Institución Educativa Santa Rosa de Lima, a una cuadra de la estación Floresta del metro, porque entrenan en la mañana, vuelven a la casa, desayunan y se alistan para ir al gimnasio, donde tienen jornada obligatoria en la tarde.

“Yo me levanto todos los días a las 4:45 de la mañana para alistarme e ir a entrenar a las 6:00. Después de llegar del gimnasio, por las tardes, me voy para el colegio. Estudio de 6 de la tarde a 9 de la noche”, comenta Juan Manuel Machado Zúñiga, un joven de Turbo que tiene 17 años y es el mayor del lugar.

Juan mide 1,92 metros, juega de defensa central y lleva siete años viviendo lejos de sus papás. Es hijo único, por lo que a ellos “les dio duro que me viniera tan pequeño. Me decían que si me sentía mal les dijera, pero yo quise estar acá porque ser profesional es mi sueño”.

Es sereno y amable, habla con madurez y entiende que es un referente para los otros chicos con los que habita la casa, en especial para los más pequeños que lo ven como un hermano mayor.

Este es el caso de José Luis Caravallo, de 11 años, de tono de voz suave y cuerpo delgado, nacido en Soledad, Atlántico, y quien lleva cinco meses en la casa hogar de Estudiantil. Dice que no le ha dado duro el cambio de ciudad porque sus compañeros son su nueva familia.

“El caso de José es particular porque su papá también se vino para Medellín. Consiguió trabajo y decidió vivir aparte porque no le queda mucho tiempo, pero de manera frecuente viene a darle vuelta”, anota Alejandro Salazar, uno de los entrenadores del club que está a cargo de que todo funcione bien en la casa, y quien hace las veces de acudiente en el colegio de los jóvenes que están a su cargo.

La fábrica de sueños

Cuando una persona entra a este lugar lo primero que encuentra son las mesas donde comen los deportistas. Unas son redondas, de madera; las otras, plásticas y cuadradas. Alrededor tienen colgadas en las paredes las camisetas enmarcadas de algunos futbolistas reconocidos que han pasado por el Club Estudiantil, entre ellos Roger Martínez y otros que están en el extranjero como Tomás Gutiérrez, que juega en River Plate o Rivaldo Correa, que está en Grecia.

Un par de pasos más adelante hay una pequeña cocina con gabinetes blancos y amarillos, en la que María Rentería, una mujer morena, amable y de trenzas que prepara todos los días las comidas para quienes habitan la casa.

“Que tengan una buena alimentación es algo importante para nosotros. Por lo general comen ensaladas, proteína y pasta”, anota Salazar.

En el largo pasillo contiguo que lleva a uno de los tres patios que tiene la casa, hay varias habitaciones y baños. En una de ellas permanece Jesús Pérez, entrenador del club que está permanentemente con los jóvenes y cumple el rol de autoridad del hogar.

En las dos plantas de la casa hay 11 habitaciones en las que los deportistas duermen en camarotes y camas sencillas. Las más grandes tienen capacidad para hasta ocho personas, mientras que en las más pequeñas solo duermen dos jugadores.

En algunas comparten los más grandes con los pequeños. En otras, futbolistas de la misma región, como sucede en la que está al lado del balcón del segundo piso, donde duermen William López, de María la Baja, Bolívar, y el samario Juan Bermúdez.

Hay dos patios con lavadora en la que los muchachos, bajo su responsabilidad, deciden qué día de la semana lavan los uniformes, mientras que de la ropa interior cada uno se ocupa de ella.

Solo hay un televisor en la casa. Está en el segundo piso y todos los días, por norma, se tiene que apagar a las 10 de la noche, cuando todos deben estar dormidos. Los fines de semana salen a los partidos y cuando tienen tiempo libre “se parchan” entre ellos. Esa casa grande de San Javier es una fábrica de sueños.

15 años formando talentos

Del otro lado de la ciudad, en una casa unifamiliar de tres pisos, con fachada amarilla, ladrillos a la vista y las escalas en la parte de afuera, cerca del parque de Boston, viven 12 jugadoras de Formas Íntimas.

Tienen entre 13 y 19 años. La mayoría son de Urabá, mientras que Karina Montaño, la más alta de todas, es oriunda de Policarpa, Nariño. Viven en un ambiente tranquilo y están a cargo de Margarita Vargas, una mujer de cabello corto y actitud amable que desde hace 15 años cumple la función de “mamá” de las futbolistas que llegan allí.

“Este proyecto comenzó porque mi cuñada Luz Estela Zapata me dijo que había niñas de otras partes que necesitaban venir a mostrar su talento. Yo le dije que las trajeran a mi casa para alojarlas y alimentarlas”, comenta Margarita, al agregar que el apoyo de la empresa privada ha sido vital para que todo funcione.

Las futbolistas que viven en los dos niveles que tiene el tercer piso se levantan temprano. Se bañan y bajan a desayunar a la segunda planta, donde vive Margarita con su familia. Luego, las que están en el colegio Héctor Abad Gómez, en la Placita de Flórez, salen a estudiar. Mientras que algunas de las más grandes salen a entrenar.

Otras, que están becadas, como Melissa Herrera, quien cursa octavo semestre de Psicología en la María Cano, se van a la universidad. La mayoría llega después del mediodía para almorzar. Después suben a sus habitaciones, duermen, se reúnen a grabar videos de Tik-Tok bailando y se alistan para ir al entrenamiento.

Caminan hasta la estación Pabellón del Agua del tranvía, que está a poco más de tres cuadras de la casa. Van hasta la San Antonio, en el centro, donde se montan en la línea B hasta Santa Lucía. En la cancha de La Floresta practican entre 4:00 y 6:00 p.m.

Cuando regresan a la casa terminan de hacer trabajos, conversan un poco y se acuestan a dormir. Todas son amigas y se apoyan cuando alguna comienza a extrañar a sus familiares. “Para mí estar acá es perseguir el sueño de ser futbolista profesional, aunque extraño a mi mamá, porque en el pueblo no hay tantas oportunidades como en la ciudad”, relata Kyara Ruiz, que dejó su colegio en Chigorodó en el que iba a cursar once por venir a Medellín.

Muchos deportistas de los clubes Estudiantil y Formas Íntimas dejaron sus familiares, siendo muy jóvenes, pero encontraron hogares en los que además de estudio y formación técnica les ayudan a labrar sus futuros y concretar el sueño de convertirse en futbolistas profesionales

3,5
millones de pesos, en promedio, cuesta sostener al mes la casa hogar de Estudiantil.
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