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Ellos se anteponen a las dificultades: el DIM tiene una barra sin límites que siempre lo alienta

En todos los partidos que juega el DIM en el Atanasio Girardot, un grupo de aficionados con discapacidad acompaña al equipo desde la parte baja de oriental.

  • Poderosos Sin Límite se formó en septiembre de 2022. Los que asisten al estadio son los primeros que levanten la mano en un grupo de WhatsApp. FOTO Cortesía
    Poderosos Sin Límite se formó en septiembre de 2022. Los que asisten al estadio son los primeros que levanten la mano en un grupo de WhatsApp. FOTO Cortesía
06 de agosto de 2023
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“Desde que me accidenté, ir al estadio ha sido algo magnífico para mí, se me olvidan los dolores, los problemas, todo”, dijo, con tono de voz alegre, Juan Guillermo Sastoque, el líder de la barra Poderosos Sin Límites, fundada en septiembre de 2022 y conformada por 106 hinchas del Medellín, de entre 6 y 70 años, con alguna discapacidad.

Era miércoles y hacía calor. Juan, 36 años, estaba en su silla de ruedas en la parte de afuera de la puerta 8 de la tribuna oriental del estadio Atanasio Girardot. Conversaba con otro miembro de la barra, mientras esperaba que llegaran los aficionados que hacían falta para completar el aforo de 40 personas, entre discapacitados y acompañantes, que pueden entrar a cada partido del DIM.

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Los que ingresaron fueron los primeros que alzaron la mano en el grupo de WhatsApp en que Sastoque siempre, unos días antes de los juegos, avisa que se abrieron las inscripciones. Cuando todos llegaron, Juan entró al escenario deportivo y subió la rampa que separa la puerta de la plataforma. Después, se ubicó con sus compañeros en el lugar de siempre: la gramilla de oriental baja, a pocos metros de la cancha. Ellos son los hinchas que están más cerca de los jugadores.

“Uno es como el receptor de ellos, porque uno escucha cuando se regañan, se animan, se gritan: ‘Ve, movete pues hijuetantas’. Estando ahí, uno empieza a ver y vivir el fútbol de otra manera”, dijo Sastoque, quien asiste a los partidos del Poderoso desde que tenía ocho años, en la década del 90, cuando ir al estadio era un parche familiar al que la gente incluso llevaba fiambre.

Luchar por la inclusión

Era agosto de 1989, Fredim, un aficionado del Medellín que tiene atrofia espinal, fue con sus papás y hermano a ver un clásico antioqueño. Ese día lo entraron, con la dificultad que implica mover una silla de ruedas en unas escalas de cemento, a la tribuna occidental. Era su primera vez en el Atanasio.

Le gustó tanto la experiencia que en 1990 volvió. Para entonces, la zona adecuada para personas con discapacidad estaba cerca de los bancos de suplentes. “Estaba ubicada a un nivel más bajito de la grama y quedábamos encerrados con vallas. Era incómodo y no veíamos nada”, recordó Fredim, que en ese tiempo solo iba a partidos importantes porque salía muy costoso el ingreso a occidental.

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Duró con esa dinámica hasta 1997. Ese año empezó a ir más seguido a ver jugar al Decano. Sin embargo, el ambiente en el estadio era pesado y, por temas de seguridad, las autoridades le ponían trabas a su ingreso. Le decían que, en caso de que hubiera una avalancha, una pelea, o algo que obligara a una evacuación de emergencia del escenario, para él y su acompañante sería difícil salir.

Fredim manifestó su incomodidad a los directivos del Medellín finalizando el 97. Al año siguiente habilitaron, en oriental, una zona exclusiva para aficionados en silla de ruedas.

La solución fue un bálsamo para todos; menos para quien había luchado por ella. Fredim es una persona de baja estatura. Por eso, las vallas de publicidad le tapaban la vista a la cancha. La solución fue hacerse en la pista atlética, siempre en compañía de su hermano.

Así fue hasta 2002, cuando en la administración del expresidente Javier Velásquez adaptaron la zona baja de oriental. Detrás de las rejas que separaban la cancha, hicieron un desnivel para que todos pudieran ver. Desde ese momento a los aficionados con discapacidad, el Medellín les dejó de cobrar las boletas. De esa manera, se dio un paso por la inclusión.

Le da sentido a su vida

Hasta 2012 Juan Sastoque caminaba sin problema. Tenía una presencia imponente (medía más de 1,80 metros) y trabajaba como obrero en Fabricato. Sin embargo, un día cualquiera de ese año, mientras estaba en la empresa, le cayó un rollo de tela, que pesaba 1.978 kilos en la espalda y le generó un problema en la médula espinal.

Lo llevaron al médico. Los doctores intentaron, sin fruto, hacerle terapias durante cerca de 18 meses (año y medio) para que recuperara la movilidad en las piernas. No fue posible. Quedó en una silla de ruedas.

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“Después del accidente yo quedé como con una pena. No me gustaba salir a la calle. Hasta que un día un amigo me dijo que volviera al estadio, que era algo que me encantaba. Le hice caso y eso me ayudó mucho”, aseguró.

Once años después, Juan lidera una de las barras más especiales del Medellín. Lo hace con la consciencia de que eso hace feliz a sus compañeros, que ya son como una familia, y solo reclama que el equipo le permita ampliar el aforo para que más personas puedan entrar y que, algunas personas que frecuentan el estadio no los discriminen. La lucha continúa.

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