Quien dejó dicha la frase “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver“, que ayuda a dar gracia al título de esta nota, no fue un autor, sino un actor: James Dean, el de Rebelde sin causa. Y uno que no fue un actor, sino un autor y expresó algo semejante fue Andrés Caicedo: “Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos. Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño”. James murió a los 24 años; Andrés, a los 25.
La lista de escritores y poetas que murieron antes de los 40 y dejaron una obra contundente no es tan corta como uno creería.
A los lectores, cuando se dan cuenta de esto, les surgen dos inquietudes. ¿Se trata de un asunto de genialidad, el que en tan poco tiempo tengan esa chispa creativa al rojo vivo? ¿Cuántas maravillas no hubiera escrito de haber vivido más?
Para Darío Jaramillo Agudelo, el autor de Gatos, la “inspiración no tiene fecha en el calendario”, es decir, no es una cuestión de edad. Sin embargo, dice que, por su experiencia seleccionando autores para Bogotá 39 —los escritores de menos de 40 años—, se dio cuenta de que es más fácil hallar poetas con obra fuerte y hasta reconocida a esa edad, que narradores. Es como si para la poesía se requiriera más emoción y para la narrativa, más vivencia.
“Pero no es una ley”, aclara.
Por su parte, Juan Diego Mejía, el de El cine era mejor que la vida, está convencido de que los escritores, en sus primeros años, “tienen una chispa especial”. En esta etapa logran sacar sus conceptos sobre el mundo y tienen ideas más audaces y arriesgadas. Lo que sí sucede después, cuando se convierte en una persona madura, es que escribe obras más reposadas y reflexivas.
Y añade: “uno escribe un solo libro en la vida. Las distintas obras se ocupan del mismo tema y los personajes, aunque cambian, se preocupan por las mismas cosas”.
De modo que Juan Diego no se sorprende por este fenómeno.