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Tres vidas hiladas por sabores en el libro de Luis Molina Lora

Bien Cocido es la más reciente novela de Luis Molina Lora. Sus personajes se entienden a través de la comida.

  • Molina vive en Ottawa, Canadá, es docente, escritor y también editor en Lugar Común Editorial. FOTO cortesía Diego Barona
    Molina vive en Ottawa, Canadá, es docente, escritor y también editor en Lugar Común Editorial. FOTO cortesía Diego Barona
  • El libro ganó el Concurso Nacional de Novela de la Cámara de Comercio 2019. FOTO cortesía planeta
    El libro ganó el Concurso Nacional de Novela de la Cámara de Comercio 2019. FOTO cortesía planeta
19 de abril de 2021
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Cuando era niño, en Valledupar, el escritor Luis Molina Lora cazaba anones que brotaban de uno de los árboles que había en el patio de su casa. Su hermana los recogía, los envolvía en papel periódico para que maduraran, los dejaba regados por la casa y él, sigilosamente, los buscaba, los tomaba y procuraba que nadie lo viera mientras se comía las frutas cuando llegaban a su punto más dulce.

Su hermana lo sabía, ella los guardaba para él, aunque Luis estaba convencido de que lo suyo era una elaborada travesura cuyo motivo era la comida. Han transcurrido décadas y aún así, sigue siendo una anécdota que le produce mucha ternura. Tanto, que se deslizó con facilidad entre su más reciente novela, Bien Cocido, ganadora del XIV Concurso Nacional de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín.

“Necesitaba un elemento que me permitiera comunicar esa intimidad, esos secretos familiares que no son los grandes secretos pero son esas anécdotas que solo pueden compartir dos o tres personas y al mismo tiempo crear una conexión profunda en el tiempo y el espacio”, cuenta Molina desde Canadá, donde vive.

La cocina como mecanismo de despertar recuerdos, de establecer lazos, esa fue una de las caras que exploró sobre los sabores. Hai, un hombre vietnamita mayor, descubre ese lazo que una fruta sostuvo con los años, pero su vínculo con la comida, la mayoría de su vida, fue el de sostenerse financieramente, “es lo que le sucede a miles y miles de familias que emigran, una de las primeras opciones de trabajo es la cocina”.

El libro recorre, además, la vida de Edward, un artista que se topa con la cocina y que encuentra en ella un mecanismo para expresar un mensaje social y político. Molina también se formó como artista visual, pero su acercamiento a la cocina ha sido en la multicultural Canadá que permite que convivan cocinas de todo el mundo como si fuesen casi platos locales.

Por último, el autor le dio vida a Erick, quien se enlaza con la comida a través del dinero y quien, en medio de una rebeldía, le dio la espalda a la tradición ante la seducción de la aparente rentabilidad y la velocidad de la comida rápida. EL COLOMBIANO charló con el escritor, doctor en letras de la Universidad de Ottawa, acerca de su más reciente novela publicada por Seix Barral.

¿Por dónde arrancó el proceso de escritura?

“Empecé a escribir la historia pensando en Edward, la idea inicial era escribir la historia de un cocinero que usaba el arte como expresión. No era música, no era la escultura ni era la pintura, era la comida, esa era la idea. Ese proyecto fue creciendo y se fue convirtiendo en otras cosas. En estos momentos no sé si fue motivación o resultado, pero tengo la sospecha de que el proyecto creció de tal manera que me pareció injusto abordar este asunto solo desde la perspectiva de Edward. Busqué otros personajes que matizaran esta situación y ahí surgieron Hai y Erick”.

Edward cree aún en la comida y en su capacidad transformadora. Como autor ¿siente algo similar frente a la escritura?

“Es posible. De hecho, antes de este libro no había explorado este asunto, pero creo que es completamente factible que un chef puede ser un artista. Me parece que la experiencia culinaria y la experiencia de crear algo para que alguien lo viva y lo experimente es una manera muy elevada de arte. El asunto, y ahí entramos a temas un poco más complicados, es ¿cuántas veces se repite ese acto artístico? Porque si se repite muchas veces, ya pierde esa fuerza, pero hay chefs hombres y mujeres que se comportan como artistas, que exploran, que dominan la técnica, los recursos que tienen y hacen creaciones extraordinarias. La intención de Edward en la evolución de su proyecto es justamente ir más allá no solamente de la provisión, en cuanto a su contenido alimenticio, sino también la presentación, los sabores y las texturas, pero también quiere ponerle una conexión entre eso que me estoy comiendo con mi realidad. Nosotros comemos y no pensamos en lo que comemos. La gente come y le da gracias a Dios, y no quiero meterme en temas complicados, pero hay una cantidad de campesinos que recibieron el 10% del dinero que nosotros pagamos en un supermercado, reciben muy poco. Hay asuntos de injusticia social, de la manera como funciona la industria y que plantea otros retos y creo que es hacia donde Edward quiere disparar. Eventualmente él abandona esa línea, pero hace un recorrido por esas zonas”.

Edward combinaba sus saberes artísticos con los platos, él hace asociaciones. ¿Le sucede lo mismo cuando escribe y le mezcla arte?

“Estudié artes visuales y tuve una carrera inicial bastante buena, humilde, pero iba bien. Como artista tuve exhibiciones colectivas en Cali, una individual en el Salón de Arte de la Cámara de Comercio de San Antonio porque quedé en segundo puesto entre los artistas de esa zona de la ciudad. Luego fui a Nueva York y trabajé como pintor, hice varias exhibiciones colectivas e individuales, pero sucedió algo especial en Nueva York: me decepcioné del arte. Me di cuenta de que hay una cantidad de gente que no tiene la más mínima idea de lo que está haciendo y lo único que hace es sostener una impostura. En Colombia hay muchos impostores en el mundo del arte. El artista que es un artista que se traba, se alcoholiza, el que tiene los jeans rotos y todo esto. Le preguntas por la obra y no está en ninguna parte, siempre la están haciendo, pero se vana gloria de decir que es un artista.

Al otro extremo están los artistas que hacen cosas que no producen emoción alguna, que no tiene una reflexión profunda, donde no hay una propuesta y que no dialogan con la tradición. No hay por donde cogerlos, pero son personas que pueden autopromocionarse y mucho. Se saben mover. Esto pasó en Nueva York hace 20 años, pero ahora debe ser peor porque cualquier idiota con una red social puede decir que es un Dios y hay siempre otros 100 tontos que le dan like. La persona no tiene la capacidad ni la posibilidad de confrontarse porque no dialoga con sus pares, ni con la tradición, ni con la disciplina. Así que cuando vine vi colegas que alquilaban espacios, pagaban por espacios para exhibir, y cuando exhibían compraban una página de promoción en una revista de arte y uno decía: esto es marketing, esto no es arte necesariamente. Eso coincidió con que quedamos embarazados en casa y dije que no quería perseguir ese asunto.

Empecé a escribir y con los años me ha quedado esa cosa allí de haber continuando con una carrera que no la añoro, pero el acto de crear obras me emociona. De lo que me he dado cuenta es que en las obras que escribo hay mucha écfrasis, es decir, el planteamiento de una obra artística desde palabras, como si el narrador se enfrentara a la obra, como si el personaje tuviera la obra en frente, pero en realidad yo la estoy creando intelectualmente. Es una variante de arte conceptual, cuando el narrador o uno de los personajes crea una obra que solo existe en el ecfrástico de la novela. A lo mejor sería interesante que otro artista pudiera crear las obras de la novela, pero son reflexiones personales de un mundo del que descreí en cierto momento, y que todavía siento que descreo, pero no abandono completamente la idea de crear”.

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